Angola se ha visto sacudida recientemente por el abandono, el maltrato, la tortura y el asesinato de niños que habían sido acusados de brujería. Uno de los casos más recientes se produjo en el municipio de Sambizanga, que se halla en la provincia de Luanda. Según han relatado los periódicos locales, la policía nacional rescató a docenas de niños a los que habían encerrado dentro de una habitación en la que en una hoguera encendida se estaba asando jindungo (un tipo de chile). Uno de estos niños se enfrenta a la posibilidad de perder un brazo debido a la gangrena causada por las heridas infligidas con una cuchilla. Los autores de los hechos creen que este método permite liberar al demonio que habita dentro de los cuerpos de los niños.
Estas prácticas de gran maldad son promovidas normalmente por los miembros de ciertas «iglesias» [en inglés], que en su mayor parte actúan fuera de la legalidad. Llevados por el misticismo, la malicia, la ignorancia o simplemente por el deseo de deshacerse de una boca más a la que alimentar, los miembros de la familia son los principales responsables de semejante situación. Al creer en la brujería, cuando algo no va bien en casa condenan a sus hijos, sobrinos o hijastros a un sufrimiento atroz.
El blog Angola Saudades [en portugués] saca a la luz uno de estos terribles casos:
“Makiesse ha sobrevivido a un alarmante fenómeno que ha surgido en Angola en los últimos años: las acusaciones de brujería contra niños han dado lugar al abuso, al abandono e incluso al asesinato en algunos casos. La madrastra de Makiesse lo acusó de brujería y de haber causado la enfermedad que mató a su padre. No podía comer con su familia, tenía que dormir en el aseo, recibía golpes a diario y se vio obligado a realizar rituales de purificación que se parecían más bien a la tortura (ayuno, puñetazos y encarcelación). Makiesse tenía seis años. «Yo les decía que no era brujo, que quizás un brujo había usado mi cara por la noche. Pero nadie me creía», contó Makiesse a PlusNews. Un día la familia lo roció de gasolina. Su tío impidió que lo quemaran vivo. Lo sacó a escondidas de Uige y lo llevó hasta la capital, Luanda, a 345km de distancia. Lo dejó en una iglesia católica que acoge a los niños de la calle. Hace tres años ya de aquello. Makiesse sólo ha recibido dos veces la visita de su hermano mayor.”
Hace unos años se publicó un estudio, realizado por el Instituto Nacional de la Infancia (INAC), sobre el impacto que estas prácticas tienen en los niños desde el punto de vista de la protección de los derechos humanos. El análisis señalaba que este tipo de acusaciones vertidas contra los niños se hizo habitual a finales de los 90, sin relación alguna con las tradiciones históricas de los pueblos locales. Según el estudio, la aparición de estos comportamientos se debe a los cambios en la estructura familiar y en el significado de las relaciones de parentesco, tales como los vínculos maternos, que implican cuidar de los hijos.
En Angola, las acusaciones de brujería y los abusos contra los niños se consideran legítimos, lo que a los ojos de la sociedad minimiza la gravedad de los crueles actos cometidos por las familias. Una vez acusados, los niños rara vez se vuelven a integrar en sus familias debido al estigma y la discriminación. Esto nos lleva a otro problema: el aumento de los niños de las calles. Ante las incómodas miradas acusadoras de parientes y vecinos, optan por vivir solos en las calles del país.
El blog Noticias Cristãs [en portugués] se hace eco de otro caso:
“Doce niños acusados de brujería y abandonados por sus familias fueron recogidos de las calles de Luanda por las hermanas de la Congregación del Buen Pastor. Las historias contadas por los niños que vivieron en las calles de la capital por algún tiempo conmovieron a las religiosas, que decidieron ayudar a los niños para que empezaran una nueva vida. El caso más reciente es el de una niña de once años acusada de haber matado a su madre con un hechizo. La superiora de la congregación relata la historia: “Su padre la dejó en la calle y de inmediato la policía lo paró por haberla golpeado. Dijo que su hija tenía once años y era bruja. Añadió que la niña había devorado a su madre, que había recibido un hechizo congoleño y que podía ocurrirle lo mismo a él, por lo que decidió abandonarla. Alguien que encontró a la niña llorando por las calles la llevó al hogar de las hermanas en Palanca. Fui a la casa donde vivían y me encontré con algunos parientes, pero todos confirmaron que la niña era bruja. Hablé con ellos, tratando de convencerlos sin éxito, pero me advirtieron que era mejor que no la dejara allí porque ellos la consideran una bruja.”
El gobierno y diversas organizaciones civiles han lanzado campañas para concienciar a la gente y han dado la voz de alarma para evitar que se produzcan estos abusos contra los niños. Asimismo, proyectos como la construcción de centros de acogida y el reconocimiento de la responsabilidad jurídica por estos abusos constituyen otras dos importantes medidas llevadas a cabo por las autoridades.
Con un poco de suerte, la situación cambiará por completo. Deseamos que los niños puedan disfrutar de una infancia tranquila en Angola sin perder la esperanza de una vida mejor. Con un poco de suerte, la sociedad angoleña combatirá con determinación esta batalla que ya ha cruzado las fronteras del país. Esperamos que los padres y demás parientes de las víctimas de abusos sean declarados responsables y llevados a juicio para que sirva de advertencia al resto.