Guatemala: Derribando las puertas de los burdeles

Julio Roberto Prado es un abogado guatemalteco que con frecuencia investiga y procesa casos de tráfico de personas, en particular, maltratos contra mujeres y niños. Bloguea con un seudónimo, lo que le permite mostrar una mirada interna de las difíciles situaciones de las víctimas. Este reciente post en su blog Noticias Para Dios describe algunas de las visiones y sonidos de un día típico en su trabajo, donde le solicita a un juez una orden de búsqueda. Su post también revela que un ambiente estresante y duro como este puede afectar la moral de los que trabajan para terminar con el tráfico de personas y el abuso.

Tenía puestos mis zapatos negros, vamos, todos saben que cuando los llevo es porque romperé alguna puerta. Ese día sería para rescatar a una niña de once años y a su hermana de quince de uno de los más grandes prostíbulos de la ciudad.

Comparte sus planes para el día con algunos de sus colegas policías:

A los hombres les gustan tiernas, dice uno de los policías. Me cuenta que el otro día fue hacia Retalhuleu una ciudad del interior del país. Allí entró a un sitio donde fue a rescatar a mujeres encadenadas en las camas, donde las obligaban a coger con los clientes. Estaban todas flacas, me dice. Me daban tanta tristeza, no comían, amarradas, con sus trajes típicos a los camastros. Pero qué se puede esperar de esos lugares, si hay algunos donde subastan vírgenes los primeros viernes de cada mes.

Para conseguir la orden de búsuqeda, Prado necesita ponerse en fila para ver al juez y explicarle la situación. Mientras espera, observa algunas de las desafortunadas circunstancias de las víctimas:

Al llegar, una enorme fila de gente me espera. Me dispongo a aguardar por mi turno, para hablar con el juez y explicarle que necesitamos entrar al bar. Delante de mí, una señora luce todavía golpeada. Reparte su tiempo entre llorar y mecer a su hijo de brazos, mientras otra niña pequeña se prende de su pierna. Quisiera fumar. Quisiera encender un cigarro y apagármelo en el brazo izquierdo y despertar de una maldita vez.

Oigo que la mujer ha sido golpeada por su marido. Atrás siguen una muchacha con sus padres. La abusaron. Recuerdo que es fin de mes. Que acaba de pasar un fin de semana largo.

Esta historias no son fáciles para el abogado:

Permanezco sin hablar. Cuando trabajas con el dolor ajeno, te empiezas a vaciar por dentro. Le dejas espacio al dolor, le permites habitarte. A mí me llena el dolor de doce niños abusados y veintidós niñas prostituidas. Son los casos que llevo investigados con solución. Los otros no me habitan, me succionan.

Cuando finalmente llega ante el juez para solicitar la orden de búsqueda, se la conceden. Sin embargo, se siente asqueado por los comentarios hechos por el juez:

Me dice que me permitirá entrar.

Ya de pie, me despido y abro la puerta. Antes de salir, el juez me dice: “ese lugar es lindo, hay buenas muchachas allí. Si encuentra algún amigo mío dentro, ahí se lo encargo”. Se ríe.

Trato de sonreír pero más bien me sale una mueca de asco.

Mientras se va, recuerda la cruda realidad de este tipo de casos:

Afuera, la señora golpeada, calma a su hijo de brazos y la muchacha abusada llora con su madre.

Es su turno de hablar con el juez. Les toca explicarle su dolor. Mientras que para mí, al salir a la calle, una invasión de aire, humo y ruido me recuerdan que es lunes. Un día cualquiera, que se repetirá hasta la saciedad.

Subo al auto y voy por las niñas. Sé que hoy tampoco podré dormir.

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