Rusia: Relato de una sobreviviente del ataque al colegio de Beslan

El primer aniversario de la tragedia de Beslan, 2005. Foto de Natasha Mozgovaya

Agunda Vataeva (usuaria agunya de LiveJournal) tenía 13 años y estaba a punto de comenzar sus clases de noveno grado el 1 de setiembre de 2004, día en que ella, su madre y más de otras 1,100 personas fueron tomadas como rehenes en el Colegio #1 en la ciudad de Beslan en Osetia del Norte. Sobrevivió al asedio de tres días. Su madre, una profesora, no sobrevivió. De los 334 rehenes que perdieron la vida hace seis años, 186 eran niños.

Agunda es ahora una estudiante de 19 años. En los últimos tres días, ha publicado tres entregas con sus recuerdos (RUS) del 1 al 3 de setiembre de 2004, en sus blogs de LiveJournal y Radio Eco de Moscú.

Escribe en la introducción de su primer post:

Mientras estaba en el hospital, justo después de recibir una notebook [computadora], empecé a escribir lo que recordaba de esos tres días que pasé como rehén. Seis años después, me gustaría publicar las notas que escribí entonces, [cuando los recuerdos todavía estaban frescos]. […]

En el blog de Eco de Moscú, este 1 de setiembre, su entrada ha sido vista 7,554 veces y ha generado 55 comentarios hasta ahora.

Agunda empieza su relato con la descripción de una mañana festiva aunque ordinaria, calurosa y muy soleada, su recorrido a pie al colegio con su madre, las preparaciones finales para la bienvenida al nuevo año escolar, y su charla casual con sus amigos -que fue repentinamente interrumpida por los tiros:

[…] Me voltée y vi a tres chicos corriendo hacia la salida, y detrás de ellos a un hombre con traje de faena y con una gruesa barba negra. Corría detrás de los chicos y disparaba al aire. Pensé: «Alguien está haciendo una mala broma, debe ser una travesura o quizá otro ejercicio». Esas ideas desaparecieron en cuanto el tiroteos empezó por todos lados y empezaron a empujarnos hacia el cuarto de calderas. Estábamos acurrucados juntos. Flores pisoteadas, zapatos y mochilas estaban desparramados en el asfalto. […]

Agunda y dos de sus amigos más cercanos se encontraron atrapados en el gimnasio del colegio, junto con cientos de otros rehenes:

[…] La gente estaba en pánico, estábamos histéricas. Para callarnos, hicieron que un hombre se levantara y amenzaron con matarlo si no nos callábamos. Estábamos tratando, pero el miedo y el pánico prevaleció. Se escuchó un tiro. Lo mataron… fue ahí cuando se instaló el silencio, el silencio muerto, literalmente. Solamente el llanto y los gritos de los niños lo interrumpían. […]

Pronto, a la madre de Agunda le permitieron juntarse con su hija:

[…] Inmediatamente empezamos a preguntarle qué pasaría, si nos dejarían ir o no. […] Mi mamá estaba hablando muy bajito, diciendo que todo iba a estar bien, que nos rescatarían. Pero cuando la vi, supe que ni mi mamá sabía cómo terminaría todo, solamente nos estaba tranquilizando, como sus alumnos, como niños. Niños -no éramos nada más que niños asustados. […] En una situación así, hasta los ADULTOS más maduros se estaban convirtiendo en niños fastidados. […]

Algunos otros detalles del día 1 del ataque:

[…] Un pistolero entró, luego se paró abruptamente, […] miró a Madina [amiga de Agunda] y se molestó mucho. Le tiró un saco con estas palabras: «¡cubre tu vergüenza!» Tenía las rodillas descubiertas y, aterrada, se cubrió de inmediato. Me sentí un poquito mejor después de eso. «Por lo menos no nos van a violar», pensé.

[…]

El tiempo pasó muy despacio. Hacía calor, un terrible calor. Nos sacamos toda la ropa que pudimos sin que se nos viera indecentes. Había poco espacio, nos sentamos en una banca. […]

[…]

[…] Eran cerca de las 8 pm cuando empezó a llover […]. Nos sentamos cerca de las ventanas rotas y atrapábamos gotas de lluvia con la boca -tanta sed teníamos. Mi mamá seguía tapándome y a las niñas con su saco, pero yo seguía saliendo para atrapar algo de lluvia. Se sentía tan bien -creo que es el mejor recuerdo de ese infierno. […]

Por cierto, cerca de la hora de almuerzo, trataron de instalar un televisor en el gimnasio (para entretener a los rehenes con noticias, obviamente), pero [no funcionaba]. Nos dijeron que, según los informes de televisión, había 354 rehenes. Nos sentimos […] indignados. […]

[…]

A lo largo de la noche, nos turnamos para dormir en parejas durante una hora. Mientras Madina y yo nos sentamos en la banca, mi mamá y Zarina durmieron en el piso. Pasó una hora y cambiamos. […]

En la entrada del 2 de setiembre (9,626 visitas, 92 comentarios en el blog Eco de Moscú), Agunda escribe, entre otras cosas, sobre las largas conversaciones telefónicas de los captores, sus exigencias (que incluían el retiro de las tropas rusas de la vecina Chechenia y el reconocimiento de su independencia), la visita de Ruslan Aushev, ex presidente de la vecina Ingusetia que resultó en la liberación de «11 madres lactantes y los 15 bebés» -un hecho que revivió las esperanzas de Agunda.

El relato del día 3 del ataque fue el más difícil de escribir para Agunda -y el más difícil de leer:

[…] Es el día que recuerdo mejor, y durante demasiado tiempo esos recuerdos me estuvieron dando dolor, no me dejaban escribirlos. […]

Hasta ahora, la entrada del 3 de setiembre ha tenido 16,185 visitas y tiene 178 comentarios en el blog de Eco de Moscú (y estos números siguen creciendo).

Agunda describe su cansancio, sed y desesperación, de ella y los otros rehenes:

[…] Todo este tiempo, el primo de Zarina, de primer grado, estuvo con ella, y ella estaba muy preocupada por él. El tercer día, estaba extremadamente débil y pedía agua. De algún lado, consiguió orina, en una barata caja rota, y se la daba en pequeñas raciones, limpiando su cara y la de ella misma con la orina. No pude superar mi sensibiolidad, o tal vez mi sed no era tanta como para tomar eso. […]

A eso de la 1 pm, escribe Agunda, los captores anunciaron que las tropas rusas se retirarían de Chechenia y, si esa información era verdad, empezarían a liberar rehenes pronto:

[…]Ahí fue cuando tuve ganas de llorar por primera vez en esos tres días, porque había algo de esperanza en que saldríamos de ahí. Y entonces… perdí la conciencia, y cuando volví en mí, el techo se quemaba encima de mí, todo se caía, la gente estaba tirada por todos lados. Lo primero que vi cuando me levanté fue un cuerpo quemándose y quemado de uno de los terroristas, […]. Empezaron a gritar que los que estaban vivos debían levantarse y salir del gimnasio hacia el pasadizo. No sé por qué, pero mi mamá se levantó y salió. […] Por la puerta, vi algo en lo que todavía pienso cuando pienso en el acto terrorista… Vi el cuerpo de una niñita menudita, y cuando vi por encima de su cuello, noté que no veía la parte de arriba de su cráneo […]. Fue el momento más aterrador, y creo que fue ahí cuando me di cuenta de que esto estaba pasando de verdad. […]

Los siguientes minutos trajeron otra explosión, y más carnicería y horror. Agunda quedó gravemente herida, pero todavía podía moverse. Su madre no:

[…] Mi mamá estaba echada cerca. «Mi pierna,» dijo. «Sal». Nunca podré perdonarme haberle hecho caso, por dejarla e irme. No sé qué fue. De dónde salió esta traición.

Me arrastré gateando a las ventanas. Había unas cocinas cerca de la ventana, y llegué al borde de la ventana. En una de esas cocinas yacían dos cadáveres de niños desnudos, demacrados. Parecían hermanos. Sus ojos… […]

Estaba a un movimiento de la calle cuando mi pierna se deslizó a un hueco. En ese punto, apenas podía sentir la pierna, no la encontraba, la arrastraba, pero no resultó nada. Nuestra milicia local y los soldados ya me estaban esperando abajo. Me gritaban: «¡Ven, dorada, ven, pequeño sol!» Pero no podía. Esta sensación de debilidad y desesperanza me hizo llorar. Por primera vez en tres días estaba llorando. Pero de alguna manera me recompuse y logré sacar la pierna. […]

Agunda sigue escribiendo cómo la llevaron al hospital, cómo supo de la muerte de su madre. Escribe de sus amigos y profesores que no sobrevivieron. Escribe de vivir con el dolor:

[…] La gente sigue muriendo por las consecuencias del acto terrorista. La gente sigue reviviendo estos acontecimientos una y otra vez. No les he contado ni la mitad de todo, creo. La memoria es algo asombroso: uno trata de olvidar todo lo que es malo, horrible, doloroso.

[…] Les estoy contando mi historia. Todo lo que pasó, pasó en mi querido colegio, con la gente que quiero, y creo que tengo derecho a contarles sobre mi dolor. Me quitaron lo que yo llamaba vida. […]

La gente de Beslan está tratando de hacer que la verdad se conozca. No lo estamos haciendo bien. La investigación ha estado en curso durante seis años ya, pero no ha avanzado nada. Todas las preguntas que teníamos en ese entonces, siguen hoy. […]

Muchos bloggers han enlazado y citado los posts de Agunda en los últimos días. Muchas personas han escrito para que ella sepa que recuerdan lo que pasó hace seis años y que sienten su dolor y el dolor de otros sobrevivientes. Sin embargo, según algunos bloggers (RUS) ni el presidente Dmitry Medvedev ni el Primer Ministro Vladimir Putin ha emitido declaraciones respecto del sexto aniversario de la tragedia de Beslan. Y el 1 de setiembre, uno de los lectores de Agunda dejó este breve comentario (RUS) en su blog de Eco de Moscú:

¿Leerán esto las hijas de Putin?

Primer aniversario de la tragedia de Beslan, 2005. Foto de Natasha Mozgovaya

Más fotos de 2005 de Natasha Mozgovaya ácá. Su blog de LiveJournal en ruso está acá.
Posts anteriores de Global Voices sobre Beslan están acá.

4 comentarios

Únete a la conversación

Autores, por favor Conectarse »

Guías

  • Por favor, trata a los demás con respeto. No se aprobarán los comentarios que contengan ofensas, groserías y ataque personales.