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Japón: El relato de un gitano nuclear

Categorías: Asia Oriental, Japón, Ambiente, Trabajo

Antes que el accidente de Fukushima [1] pusiera de manifiesto el lamentable estado de la industria nuclear japonesa, durante años ha habido trabajadores eventuales que han aceptado empleos a corto plazo bien remunerados en las centrales nucleares, ignorando el riesgo que conlleva su profesión.

Takeshi Kawakami (川上武志) fue uno de los llamados ‘gitanos nucleares’ y, como muchos otros de sus colegas, se ganó la vida durante unos 30 años trabajando en diferentes plantas nucleares del país durante breves períodos de tiempo. Durante años ganó dinero ayudando a reparar o reemplazar piezas defectuosas de reactores nucleares y llevando a cabo peligrosas operaciones, con alto riesgo de exposición a la radiación.

En su blog [2] [jp], Kawakami denunció la corrupción y la connivencia entre el gobierno y la industria nuclear, centrando su cobertura sobre la central nuclear de Hamaoka. Esta central fue recientemente clausurada a petición del gobierno japonés para la realización de obras de mejora después que fuera declarada demasiado peligrosa para continuar en funcionamiento en vista de su ubicación sobre una de las mayores fallas sísmicas del archipiélago japonés.

En uno de sus posts [3] [jp], traducido en parte a continuación, Kawakami relata sus primeras experiencias como trabajador eventual dentro de un generador de vapor en la central nuclear de Genkai [4] [en], en el sur de Japón.

Central nuclear de Hamaoka; fotografía de Hiroaki Sakuma. Licencia de CC BY-SAwidth= [5]

El siguiente post fue publicado originalmente el 26 de diciembre de 2010 y ha sido traducido con el consentimiento de su autor:

Trabajé en la central nuclear de Hamaoka durante poco más de 5 años, pero no era ésa la primera vez que había trabajado en una central nuclear. Antes de Hamaoka, pasé la treintena trabajando en una central nuclear próxima durante unos 10 años en la década de los 80. En aquella época no trabajaba en una sola instalación, sino que me desplazaba de una central a otra para realizar trabajos de mantenimiento. A estas personas se las ha dado en llamar recientemente, con algo de desprecio, «gitanos nucleares», y en aquel momento yo vívia como uno de ellos.

Dos años después de haber comenzado mi vida nómada de gitano, entré por primera vez en el contenedor de un generador de vapor. En aquella época trabajaba en la central nuclear de Genkai, en la prefectura de Saga. [Nota del editor: En resumen, hay un edificio de contenimiento dentro de la central. Éste alberga el núcleo y el generador de vapor.] El generador de vapor produce el vapor que pone en funcionamiento las turbinas, las cuales activan los generadores en las demás partes de la central. El nivel de radioactividad en el edificio de contenimiento es muy alto en comparación con las demás partes [de la central]. Mi trabajo consistía en entrar [en el generador] e instalar un robot de inspección que permitía comprobar si había daños en el generador de vapor.

Lo que en realidad ocurrió aquel día fue que un compañeró me sustituyó y entró en el generador de vapor para instalar el robot. Una vez finalizada la instalación surgió un problema con el robot, que no respondía y que, por lo tanto, no podía operarse desde fuera. Hay muchos orificios pequeños en las paredes de la parte central del generador de vapor y las seis (creo que eran seis) ‘patas’ del robot, operadas por control remoto, deberían poder realizar la inspección a través de estos orificios. Los empleados a cargo de supervisar la instalación concluyeron que se había producido un problema en la colocación de las patas del robot.

Si las ‘patas’ no están completamente insertadas y se deja el robot en esa posición, éste puede caerse en cualquier momento. Eso supondría la pérdida de una máquina de precisión cuyo valor se estima en varios miles de millones de yenes. Para evitar tal eventualidad, me pidieron, con muy poca antelación, que entrara en el generador para colocar el robot en su posición de funcionamiento correcta. Comencé a equiparme para entrar en la estructura en un punto cercano al generador de vapor. Dos trabajadores me ayudaron a hacerlo. Llevaba ya puestas dos capas de ropa de trabajo y me puse por encima un equipo de protección Tyvek de papel y vinilo y una máscara de aire. Me envolví además el cuello, las muñecas y los tobillos con cinta de vinilo, para tapar hasta el más mínimo resquicio.

Una vez colocado el equipo de protección—que, honestamente, parecía un traje de astronauta—me dirigí a la estructura que albergaba el generador. Cuando llegué a la zona próxima a la estructura, dos trabajadores me esperaban. Eran empleados de una empresa llamada Japanese Society for Non-Destructive Inspection [JSNDI] y, para mi sorpresa, a pesar de tratarse de una zona altamente radiactiva, no llevaban sino ropa de trabajo normal. Ni siquiera llevaban máscaras. La persona que parecía estar al mando me pidió que me acercara y, después de observar mis ojos dentro de la máscara, asintió varias veces con la cabeza. Supongo que sólo con mirarme a los ojos pudo determinar que sería capaz de trabajar en el núcleo.

Nos dirigimos los dos juntos al generador de vapor. Era la primera vez que veía el generador con mis propios ojos. Tenía, supongo, forma esférica u ovalada, de quizás 3 metros de diámetro (puede que no recuerde correctamente el tamaño) y estaba colocado a un nivel más alto que la rejilla sobre la que nos encontrábamos. La base del generador de vapor estaba más o menos a la altura de mis hombros, a poco menos de 1.5m. En la parte inferior había una boca de inspección. La puerta estaba abierta y enseguida comprendí que debía entrar.

El empleado de la JSNDI al mando me pasó el brazo por los hombros y juntos nos acercamos a la boca de inspección. Miramos por el borde y echamos un vistazo hacia dentro. El interior era oscuro y el aire denso y viciado. Parecía como si algo siniestro viviera ahí. Me quedé pálido. Una ligera sensación de terror se apoderó de mí. Al acercarme a la boca de inspección, noté un zumbido en los oídos y me sentí reacio a entrar. Cuando miré hacia dentro, vi que el robot estaba sujeto a la pared indicada por el empleado [de la JSNDI]. No estaba bien sujeto y por eso me habían pedido que entrara. El ambiente en el interior era espantoso y tuve que luchar desesperadamente contra las ganas de huir. Aunque no hubiese querido entrar, no estaba en posición de negarme.

El robot tenía forma cuadrada: 40 cm en cada lado y 20 cm de profundidad. Recibía el nombre de ‘robot araña’. El empleado de la JSNDI acercó la cara al borde de la boca de inspección, un tercio de ella mirando hacia dentro, y explicó con diligencia lo que tenía que hacer. En aquella época había poca conciencia de los peligros para los trabajadores de la exposición a la radiación, pero aun así me preocupaba este atrevido acto del empleado, que examinaba la estructura conmigo.

Continuó mirando hacia dentro, impasible, y recuerdo que me pregunté por qué él no tenía miedo. Yo estaba cubierto casi del todo mientras que él no llevaba ni siquiera máscara. […]

Después de recibir una explicación muy detallada sobre el trabajo que debía realizar en el interior, llegó el momento de actuar. Me agaché por debajo de la boca de inspección junto a una escalera que habían traído y el empleado de la JSNDI me hizo una señal afirmativa con la cabeza. Me levanté, subí por la escalera y empujé la parte superior de mi cuerpo a través de la boca de inspección. En ese  mismo instante, algo me agarró la cabeza y apretó fuerte. De inmediato comencé a sentir un martilleo en el oído. Luchando contra el miedo, puse las manos sobre el borde de la boca de inspección y tomé impulso para terminar de entrar. El martilleo empezó a sonar más fuerte.

Un trabajador declaró que justo después de haber entrado en un reactor nuclear oyó un ruido parecido al que produce el movimiento de un cangrejo. «Zawa, zawa, zawa». Dijo que seguía oyendo el ruido una vez finalizado el trabajo. Incluso después del trabajo de inspección, cuando volvió a su casa, no lograba olvidar el ruido. El hombre acabó teniendo un ataque de nervios. Un escritor que oyó esta historia habló con él y escribió una novela de misterio basada en esa experiencia. El título del libro es The Crab of the Nuclear Reactor (El cangrejo del reactor nuclear). Fue publicado en 1981 y alcanzó mucha popularidad entre nosotros.

En mi caso, yo nunca oí ningún ruido de cangrejo, pero tenía la sensación de que mi cabeza estaba siendo comprimida y oía ecos a un ritmo muy acelerado en el fondo de mis oídos, como un sutra «gan, gan gan». Cuando entré en el generador de vapor me levanté de repente y mi casco chocó contra el techo. Así que tuve que agachar el cuello y sujetar los dos brazos del robot en aquella habitación oscura. «OK», grité. Y el robot fue desbloqueado y sus patas salieron del orificio de un salto. El robot entero no era tan pesado como había imaginado. Después de posicionar sus patas correctamente en los orificios, lanzé otra señal de ‘OK’ y el robot fue posicionado en el orificio. A oscuras, y tras verificar que todas las patas estuvieran en los orificios correspondientes, grité de nuevo «OK» y salí de la boca de inspección.

[Una vez fuera,] estaba casi en estado de shock pero observé el medidor de alarma y vi que había registrado un valor de 180, cuando el máximo que puede registrar es de 200. En sólo 15 segundos, estuve expuesto a un nivel de radiación increíblemente alto, 180 milirems. En aquella época se usaba la unidad ‘milirem’, pero ahora es diferente. Ahora todo el mundo usa el sievert. En aquella ocasión estaba al frente de un trabajo de inspección que duró alrededor de un mes. Después de eso trabajé en otro reactor nuclear, pero tampoco conseguí superar el miedo la segunda vez y experimenté el mismo ruido escalofriante.

Agradecimientos a Tomoko Tsuchiya [6] y Chris Salzberg [7] por su ayuda con este artículo.