La semana pasada, Camilo Jiménez, un periodista que ha sido editor de varias revistas, publicó una entrada en su blog en la que explica por qué renunció, después de 9 años, a seguir dictando una clase («Evaluación de textos (no ficción)) en el programa de pregrado de comunicación social en la Pontificia Universidad Javeriana.
Jiménez afirma que, a pesar de su origen privilegiado de clase media alta, haber tenido padres educados y carecido de preocupaciones materiales, sus estudiantes no fueron capaces de redactar un resumen de un párrafo sin cometer errores (3 «se acercaron» y 2 «hicieron su mejor esfuerzo» de un total de 30). Luego escribe que quizás no esté acorde con los tiempos que corren, describe su clase y finalmente admite que:
Dejo la cátedra porque no me pude comunicar con los nativos digitales. No entiendo sus nuevos intereses, no encontré la manera de mostrarles lo que considero esencial en este hermoso oficio de la edición. Quizá la lectura sea ya otra cosa con la que no me pude sintonizar. De pronto ya no se trata de comprender un texto, de dialogar con él. Quizá la lectura sea ahora salir al mar de Internet a pescar fragmentos, citas y vínculos. Y en consecuencia, la escritura esté mudando a esas frases sueltas, grises, sin vida, siempre con errores. Por eso los nuevos párrafos que se están escribiendo parecen zombies.
Hubo algunas reacciones iniciales en la sección de comentarios de la entrada y en un texto de Katina, una ex profesora universitaria chilena que básicamente está de acuerdo con Jiménez pero quien, tras contarle su experiencia personal, le pide no «perder totalmente la fe en esta generación».
Pero después que la entrada fuera publicada por el periódico El Tiempo (Jiménez tuvo que explicar que el texto fue enviado al diario por el vicerrector académico de la universidad), obtuvo una mucho mayor exposición. Las reacciones explotaron y el debate comenzó. «Camilo Jiménez» fue tema del momento (trending topic) en Colombia en Twitter el viernes 9 de diciembre e incluso fue entrevistado en radio nacional.
Su colega Daniel Pardo le hace una petición, que comienza afirmando que [Pardo] vive de escribir sin saber cómo redactar un resumen:
[L]e quiero pedir que no se vaya. Le quiero pedir, respetado editor, que investigue sobre nuevas formas de educación vía Internet. Su blog es un comienzo. Sigamos. Yo creo que las aptitudes que tienen sus estudiantes son valiosas. Tal vez no para la literatura como usted la aprendió. Pero sí para una nueva literatura: una que, de golpe, venga con un video, con diseño; una que el lector incluso pueda modificar.
Hyperconectado también comenta el texto de Jiménez y aporta algunas ideas: acoge el debate, menciona los Newsgames y otras nuevas formas de educar en periodismo. Critica la «fe ciega» de un estado colombiano obsesionado con aumentar el acceso a internet sin abandonar la «era feudal», pide a los universitarios estudiar y analizar fenómenos de internet en apariencia triviales, y cuestiona la noción de «nativos digitales».
Desde México, Marco Gómez cita y comenta la carta de Jiménez párrafo por párrafo, y escribe que a pesar de que su generación (la misma de los estudiantes de Jiménez) tiene problemas, «hay esperanza». José Luis Peñarredonda escribe acerca de cómo el debate público sobre el texto de Jiménez en algunas maneras se ocupa de las dificultades que enfrentan profesores, estudiantes y el sistema educativo colombiano en general.
Humberto Ballesteros, profesor de italiano, también se solidariza con Jiménez pero reconoce que:
afirmar que la cultura o el conocimiento mismos están desapareciendo por esa causa no es otra cosa que fetichismo de lector.
Alfonso Cabanzo propone poner «patas arriba» el sistema educativo colombiano aumentando la calidad en la educación secundaria, implementando un nuevo examen de estado que incluya entrevistas, y asegurando financiación estatal para la educación para que las universidades empiecen a preocuparse menos por el dinero de sus estudiantes y más por la docencia y la investigación.
En Hipermediaciones, el investigador argentino Carlos A. Scolari vincula el pesimismo y el aburrimiento de Jiménez (el último compartido con los estudiantes) con el ‘síndrome de boreout‘, y pide que abandonemos los prejuicios contra los cambios propiciados por la era digital y más bien poner esos cambios en una perspectiva ecológica y evolutiva.
Los estudiantes también reaccionaron: Victoria Tobar, de 20 años, le escribió una carta a Jiménez en la que lo critica pero a la vez le agradece por tener la «sensatez» de irse:
Si usted se queja de que ya no hay estudiantes con un espíritu curioso y crítico, yo me quejo de que no tengo profesores que siembren en mí la duda y las ganas de saber. Por que si hay algo que creo firmemente, es que las ganas de aprender por parte de un estudiante reside, en gran medida, en las ganas del profesor de que sus estudiantes aprendan.
Richie Tamayo, exprofesor universitario, respondió la carta de Tobar. Si bien elogia sus habilidades de escritura, la critica por no conocer la administración, el proceso de selección de personal y el sistema interno de gobierno de la universidad, y por cuestionar una metodología educativa con la que no está familiarizada. Aunque no está completamente de acuerdo con la carta de Jiménez, defiende su decisión de renunciar (en una nota anterior, Tamayo escribe que la universidad debería promover un debate serio, informado y participativo acerca de la calidad académica de su programa de comunicación social).
Finalmente, María Camila Rincón, una de las estudiantes del último curso de Jiménez, confiesa haber sentido vergüenza luego de leer la carta, y renueva el debate que suscitó (su entrada fue publicada inicialmente en Facebook y luego difundida por una de sus compañeras de clase en su blog):
Es curioso ver cómo venimos de una lucha que logró la disolución de una reforma (¡y de qué manera!) pero cuando el fenómeno es más local (no menos importante) nos quedamos sólo con el chisme de quiénes eran esos tres que se acercaron al párrafo que Jiménez con tanto ahínco nos pidió. Aquí nadie se ha preguntado qué va a pasar con esa cátedra que no sólo es obligatoria sino pertinente para el oficio del editor. Suele pensarse que como ya pasamos por ella, pues nos salvamos de un profesor menos exigente o de uno con menos experiencia. ¿Y los de atrás qué? ¿Merecen recibir una educación de menor calidad porque a nosotros no nos importó?
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Continuo el debate acerca de la renuncia de este profesor en mi blog: http://aldeaeducativa.wordpress.com/2011/12/15/el-profesor-desintonizado/