El 18 de diciembre celebró el Día Internacional del Inmigrante [en]. Durante la actual crisis financiera mundial, varios partidos políticos han acusado a la inmigración procedente de países en vías de desarrollo de ser la fuente de desempleo en sus países. Pese a que, hasta la fecha, ningún estudio ha demostrado que la inmigración realmente haya jugado un papel significativo en la crisis por desempleo, esta creencia permanece fuertemente arraigada en la mente de muchos.
Asimismo, otro fenómeno está firmemente anclado en el tejido de muchas sociedades desarrolladas: el incremento de la frecuencia de las campañas humanitarias durante la época vacacional.
Es más, a finales de año en los países más desarrollados, pueden observarse campañas que animan a los ciudadanos a hacer donaciones para combatir la pobreza en países lejanos con peor suerte.
Además de las recurrentes imágenes de extrema pobreza durante las vacaciones (también conocida como “pornografía de la pobreza” dentro del sector de desarrollo, cada vez que las organizaciones benéficas sobreexplotan las imágenes de personas pobres), existen estadísticas alarmantes: 1,4 billones de personas malviven con menos de 1,25 dólares al día [en]. Si bien el avance económico de muchas naciones africanas es innegable, la desigualdad social es incluso más evidente en el continente africano.
Los economistas también preven que 1/3 de la gente pobre en el mundo residirá en el continente africano en 2015 [en]. De hecho, los apuros económicos son uno de los factores clave mencionados por los 700 millones de personas en todo el mundo ansiosas por dejar su país de origen [en].
A menudo parece que los países menos desarrollados no pueden escapar del látigo de la pobreza, aparentemente impotentes ante la magnitud de la empresa a acometer. Además, con frecuencia se les recuerda a estos países que son incapaces de cubrir las necesidades de la población sin la ayuda internacional. Aunque dicha ayuda es consecuencia de la crisis acuciante, la situación suele sentirse como una afrenta reiterada al orgullo nacional.
Varios expertos postulan, sin embargo, que la extrema pobreza puede evitarse. La solución más radical para reducir drásticamente la pobreza mundial sería, según muchos expertos, abrir las fronteras nacionales y permitir a los trabajadores emigrar a donde haya mayor demanda laboral [en].
Los profesores Marko Bagaric y Lant Pritchett son dos de los primeros académicos en presentar el concepto “abrir las fronteras” [en] como método para paliar la pobreza global.
En este sentido, Bagaric escribe [en]:
Enviar recursos a los lugares empobrecidos tiene valor. Pero es un modo lento e inseguro de mejorar el bienestar. En cambio, nosotros buscamos el objetivo directamente, liberalizando el flujo social para que viajen allá donde estén los recursos. […] La crisis de hambruna no es más que una crisis de distribución de alimentos, y no de escasez. La mejor forma de mitigar la pobreza en el Tercer Mundo es incrementar la emigración hacia occidente. Dejados a su suerte, muchos gravitarían hacia los recursos vitales, y esto llevaría a un equilibrio aproximado entre los recursos mundiales y su población
Lant Pritchett explica esta noción al detalle en su libro: Let Their People Come: Breaking the Policy Deadlock on International Labor Mobility. Éste cita los resultados de un estudio que afirma que [en]:
Eliminar las barreras mercantiles que persisten en el planeta haría aumentar el PIB en unos 100 billones de dólares estadounidenses. En comparación, eliminar las barreras a la inmigración, doblaría la renta mundial: es decir, incrementaría el PIB mundial en 60 trillones de dólares estadounidenses.
Esta ganancia extra se repartiría, pero los principales beneficiarios serían quienes hoy viven en países pobres.
El Banco Mundial publicó un estudio sobre la contribución de los inmigrantes a la economía de sus países de origen [en] a través de las remesas desde el extranjero. Asimismo, el estudio reveló que se estima que las remesas lleguen hasta los 351 billones de dólares en los países en vías de desarrollo, y 481 billones de dólares, incluyendo globalmente a los países de renta alta. Este estudio también menciona que [en]:
Los flujos de remesas a cuatro de las seis regiones en vías de desarrollo designadas por el Banco Mundial, crecieron más rápido que lo estimado: un 11 por cierto en Europa del Este y Asia Central, 10,1 por cierto en Asia Meridional, 7,6 por cierto en Asia Oriental y el Pacífico, y 7,4 por cierto en el África Subsahariana, pese a la difícil situación económica en Europa y otros destinos de los emigrantes africanos.
Huelga decir que diversos expertos y políticos cuestionan estas teorías no convencionales. Frank Salter explica que la mayor preocupación surge de las disfunciones inherentes de toda sociedad multicultural [en]:
La inmigración ilimitada perjudicaría los intereses nacionales (de Australia) en varios aspectos documentados por académicos de economía, sociología y otras disciplinas vinculadas. La mayor parte del daño se predice a partir de lo que se conoce sobre las disfunciones de la diversidad. Éstas incluyen la desigualdad creciente en forma de la particularmente injusta estratificación étnica. [..] La diversidad también se ha asociado con la mengua de la democracia, el lento crecimiento económico, la caída de la cohesión social y de la ayuda exterior, como con la creciente corrupción y el riesgo de conflictos civiles.
Desde el punto de vista político, Europa está lejos de abrir sus fronteras, más bien al contrario. En Francia, la Ley Guéant limita las posibilidades de empleo a los extranjeros licenciados, hecho que ha dado lugar a varias reacciones. Julie Owono, miembro de Global Voices, describe las implicaciones de esta ley y las reacciones de varios blogueros africanos [en] que perciben esta ley como una razón más para ayudar al desarrollo de sus países. En el blog de Rue89, Owono añade que además la Ley Guéant condena al ostracismo a los estudiantes extranjeros con limitaciones económicas. [fr].
En África, son pocos los expertos que han estudiado el concepto de abrir las fronteras, idea que está, sin duda, demasiado alejada de las realidades del continente como para persistir. El catedrático en filosofía de la Universidad McGill, Arash Abizadeh, no anima a la apertura de las fronteras, aunque afirma que la lógica del liberalismo igualitario no puede justificar el sistema de fronteras actual. Abidazeh afirma que [en] si nos aferramos a la creencia de que «todos los seres humanos nacen libres e iguales», el establecimiento de fronteras constituye, en si, una violación de tal principio.
La bloguera malgache Sly escribe sobre los peligros de abrir las fronteras [en]:
Soy africana, y aunque pudiera parecer una buena idea, surgen algunos inconvenientes:
-tráfico infantil
-narcotráfico
-propagación del VIH y otras enfermedades
-los refugiados establecerán campamentos en naciones más prósperas, y ello conlleva ciertos problemas.
Dicho esto, algunos países africanos tiene sus fronteras abiertas a países vecinos.
Sly se refiere a que la apertura de las fronteras entre Kenia, Uganda y Etiopía, con el fin de incrementar la integración económica regional, dio lugar a algunos de los principales retos en la región [en] durante la reciente crisis alimentaria.
Este concepto de emplear la apertura de las fronteras para paliar las desigualdades sociales en el mundo supone que reducir la pobreza global sería la mayor prioridad en el mundo. Estaría por delante de otras cuestiones importantes como la seguridad nacional y los intereses propios de cada país. Esta teoría de Pritchett y Magric tiene, indiscutiblemente, una parte polémica que busca promover un debate.
No obstante, pese a las afirmaciones de la comunidad internacional de que quiere reducir la pobreza mundial, la solución de abrir las fronteras solo será considerada en contextos determinados y no primará sobre otros asuntos de la agenda internacional.