Un billón de pie: La danza de las mujeres

El 14 de febrero tuvo lugar un movimiento feminista mediático de gran calado, One Billion Rising [en] (Un billón de pie), muy seguido en Twitter gracias a la etiqueta #1BillionRising. La web de esta campaña llama a las mujeres de todo el mundo:

Para el 15° aniversario del día V [día contra la violencia], el 14 de febrero de 2013, invitamos a mil millones de mujeres y a los que las aman a marchar, bailar, alzarse y pedir el fin de esta violencia. One Billion Rising va a estremecer la tierra, movilizando a hombres y mujeres a lo largo de todos los países. El día V quiere que el mundo vea nuestra fuerza colectiva, nuestro número, nuestra solidaridad sin fronteras.

 

Cartel de la jornada One Billion Rising en español

Cartel de la jornada One Billion Rising en español

One Billion Rising [en], proyecto profundamente humanista, se ha fijado como objetivo el de movilizar al mundo hacia una nueva conciencia por medio de la expresión corporal y casi ritual de la marcha y la danza, para reintroducir en la conciencia humana la fuerza y la integridad femenina radical.

Una nueva conciencia de la violencia

En su libro Yo maté a Sherezade. Confesiones de una mujer árabe furiosa, (Ed. Debate, 2011), al relatar su trayectoria como mujer militante, Joumana Haddad [en] escribe:

Un amigo me preguntó un día: «¿Cuál es el lugar que prefieres en el mundo?»… «Mi cabeza».

Esta es una respuesta muy simple que puede parecer demasiado fácil a mucha gente, pero que describe un combate aún no resuelto.

En Egipto, por ejemplo, las mujeres no se dejan manipular, y aún hoy –dos años después del levantamiento popular contra el régimen político– se convocan marchas en la Plaza Tahrir contra el acoso [en] del que son víctimas. Según el testimonio de Laurie Penny en su blog [en], desde la plaza Tahrir:

«Nosotros, los jóvenes, vamos a liberar Egipto» – Marcha contra el acoso sexual el 6 de febrero de 2013

En India, aunque regularmente se producen manifestaciones para denunciar la normalización de las agresiones cotidianas, fue la violación colectiva de diciembre de 2012 en Delhi la que puso en pie a las masas y atrajo la atención de los medios de comunicación.

En Francia, la opinión pública se entusiasma con las Femen, ese grupo de activistas ucranianas que se manifiestan con los pechos al desnudo por todo Europa, tanto en el marco del matrimonio para todos como en el de la prostitución.

En Twitter, las opiniones son divergentes. Los tuits no son unánimes, pero la información circula: se informa de las marchas en directo, hay testimonios, insurgencia, se cuestiona y se transmiten las percepciones y las experiencias personales. Esta violencia se inscribe en una relación agresiva con el cuerpo y sobrevive largo tiempo, como atestigua Mona Eltahawy en una entrevista [en]:

Me han pegado y agredido sexualmente, así que cuando hablo de misoginia y del odio hacia las mujeres, los he experimentado personalmente en mi cuerpo. Es el núcleo de mi rabia.

La violencia cotidiana contra las mujeres no se limita a una categoría: afecta a todas las mujeres, de todas las capas socioprofesionales, de todas las culturas; de las mujeres aborígenes de Bangladés a las comunidades digitales, como escribe Asher Wolf en su blog [en]:

La desigualdad no surge de la nada. Y las mujeres no optan por retirarse de las comunidades de hackers a causa de la cansina retórica de «las matemáticas y el hacking son cosas de chicos».

No, las mujeres se mantienen bien lejos de estos espacios, conferencias e iniciativas tecnológicas de hackers a causa de sus continuas experiencias de misoginia, abuso, amenazas, humillaciones, menosprecios, acosos, violaciones.

Las voces llegan tan lejos que los medios describen un fenómeno visual, un movimiento radical, y mencionan una revolución en marcha.

«Las mujeres aún no saben ocupar su espacio»

No obstante, las mujeres reunidas en el marco del espectáculo artístico Silver Action, el 3 de febrero de 2013, de Suzanne Lacy en la galería Tate Modern en Inglaterra [en], no parecen compartir esta opinión. Durante su actuación, cientos de mujeres británicas de más de 60 años transmitieron sus percepciones por medio de una representación oral que subieron a Twitter las asistentes e invitadas, y dieron testimonio de su papel activo en el seno de las manifestaciones feministas entre los años 50 y los 80, desvelando sus avances en materia de derechos, pero también las similitudes entre ayer y hoy.

En Twitter, las asistentes hablaron de propósitos, por ejemplo, @leepster [en]:

Mi hijo tiene amistad con mujeres que no es de índole sexual. Eso antes no existía. #Silveraction me está haciendo descubrir lo que doy por hecho.

@ahaworthbooth [en] :

Los hombres han cambiado, y nosotras debemos continuar animándoles a plantearse las mismas cuestiones que nosotras nos hacemos: sobre el poder y el estatus. #SilverAction

@JulieTomlin [en] :

Puede que las chicas jóvenes tengan teléfonos móviles, pero parecen tan ignorantes como lo éramos nosotras…

@JoannaSawkins [en] :

Las mujeres siguen sin saber cómo ocupar su propio espacio. Este hecho es aterrador #silveraction

También surge la cuestión de la transmisión generacional militante, pues si a lo largo de los años las mujeres han obtenido más libertades, el problema fundamental al que hoy siguen enfrentándose continua siendo el mismo: ¿qué lugar deben ocupar?

Esta cuestión no es anodina, puesto que los términos de espacio y ocupación están en el fundamento de las expresiones populares actuales, como muestra la rama feminista del movimiento Occupy [en].

Recuperar la propiedad de su cuerpo

Ilustración de Chile Con Cacahuete, utilizada con autorización.

Ilustración de Chile Con Cacahuete, utilizada con autorización.

Tomar posesión de su espacio, para una mujer, pasa en primer lugar por recuperar su propio cuerpo (aborto, prostitución y sexualidad, por ejemplo). Existir como ser humano consiste ante todo en poder estar presente como YO, para utilizar las palabras de Joumana Haddad. En Francia, el hombre controlaba su tierra, sus muebles, sus hijos y su mujer hasta 1793, año en que se proclamó la igualdad de esta última dentro del matrimonio. Por tanto, hasta 1793, el cuerpo de una mujer era un objeto que pertenecía jurídicamente al hombre, como un mueble. Después de esa fecha, aunque la igualdad en el matrimonio le reconoce un valor primario, su estatus de ser humano de pleno derecho continúa condicionada por sus ataduras al hombre. Como la mentalidad evoluciona muy lentamente, en el Código Civil de 1802 la mujer sigue siendo «civilmente incapaz». Incapacidad que no se suprimirá hasta 1938.

Este cuerpo de mujer como objeto perteneciente al hombre no se limita a la sociedad francesa. Martine Costes Peplinski [fr], sexóloga, gusta de comenzar sus conferencias con una referencia a un cuento popular:

Sherezade, hace años que cuento esta historia para presentar mis exposiciones sobre la violencia conyugal: cómo las mujeres –a falta de poder civil, cívico y económico– han tenido que desarrollar esta sabiduría conyugal a la que los hombres dieron nombre hace tiempo: «el poder de la almohada». Utilizar las pocas horas compartidas para obtener mediante mil artimañas y estratagemas lo que el derecho te niega.

En las Mil y una noches, Sherezade se presta voluntaria para terminar con la masacre perpetrada por el rey de Persia, Shahriar, que persuadido de la infidelidad de todas las mujeres, se casa cada día con una virgen que asesina por la mañana, tras la noche de bodas. Sherezade, durante mil y una noches, le cuenta un cuento que le mantiene en ascuas, retrasando su ejecución.

Para esta mujer, la cuestión es conservar la integridad de su cuerpo, es decir, el control sobre su vida. Aunque hoy se puede tildar a ese rey de tirano y loco, el texto también habla de la forma en que Sherezade recurre a la imaginación cotidiana, la misma a la que aún hoy debe recurrir cualquier mujer prisionera de una relación abusiva. Puede tratarse de mecanismos de evasión de todo tipo, desde la sumisión a la indignación o la rabia, por retomar el término de Mona Eltahawy.

Pero no siempre ha sido así, como nos recuerda Martine Costes Peplinski (en su libro Nature, culture, guerre et prostitution, 2002) basándose en los datos arqueológicos y etnológicos. El hombre –nos dice– tomó conciencia de su papel fecundador y por tanto de la importancia de su paternidad en el transcurso del Neolítico: si la mujer puede estar segura de ser la madre del bebé que espera, ¿cómo puede el hombre estar seguro de su propia paternidad, si no es poseyendo ese cuerpo?

R-evolución global

Así, la lucha contra la violencia dirigida a las mujeres se inscribe desde siempre entre dos ejes: el de la recuperación corporal y espacial y el de una r-evolución humana global. Porque los hombres no son los únicos que perpetran esa violencia, pero también porque –por transmisión– las mujeres no son las únicas que las sufren.

Es el punto de vista de Joumana Haddad en su artículo titulado Boys against men [en]:

Lo que ahora hace falta, junto con la revolución femenina, es nada menos que una revolución masculina: una revolución radical, estructural, no violenta y sin eslóganes que promueva una relación más madura y satisfactoria entre los dos sexos.

Y ya que estamos en ello, caballeros, recuerden simplemente esto: el machismo no va de hombres contra mujeres. Va de niños contra hombres.

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