¿Puede ser esto mi casa? La falta de fronteras y el ciudadano de internet

The Malecón, Havana, Cuba. Image by Flickr user Patxi64 (CC BY-NC-ND 3.0).

El Malecón, La Habana, Cuba. Imagen del usuario Flickr Patxi64 (CC BY-NC-ND 3.0).

Una vez entrevisté a una bloguera cubana que describió a internet como un lugar donde los cubanos (los pocos que estaban en línea) podían experimentar una forma de ciudadanía -una experiencia activa y participativa- que no podían tener en la vida real. Como ella lo planteó, «estamos aprendiendo a ser ciudadanos en el ciberespacio». Tomé su idea de forma amplia, pensando en mis colegas activistas de internet quienes se describen frecuentemente a sí mismos como ciudadanos o residentes «de internet».

A medida que los movimientos en línea crecen en alcance e impacto, varios de nosotros hemos desarrollado un sentido participatorio y autodefinido de ciudadanía que está más atado con un colectivo global que a un acuerdo transaccional con una nación-estado en particular. No solo hemos luchado duramente para estimular algunas políticas y derrotar otras, si no que hemos comenzado a desarrollar estándares internacionales para el ejercicio y protección de los derechos en línea. Países, fronteras y nacionalidades son aún dominantes e importantes de diferentes maneras, pero no se sienten tan definidas o limitantes como antes.

Estos dos paradigmas, el mundo tradicional de las naciones-estado y el nuevo de fronteras móviles e internautas, tuvo un profundo choque el pasado mes de junio, cuando los documentos revelados de la NSA revelaron que el gobierno estadounidense había espiado a una gran parte de la población mundial. Es fácil asumir que esto habría pasado sin importar razones, pero los términos que dominaron al espionaje ilegal e incontrolable la NSA llegaron al fondo de las preguntas sobre fronteras y la «ciudadanía digital».

Ya conocemos que el espionaje de la NSA se basa en una medida arbitaria sobre el «ser extranjero». Actuando sobre un falso supuesto -que los terroristas son usualmente extranjeros- las autoridades decidieron rastrear las comunicaciones de extranjeros en general, sin limitar sus investigaciones a gente comprobadamente asociada con organizaciones terroristas.

Si los analistas pudieran probar que un individuo es extranjero, o al menos que tuviera «un 51% de probabilidad de serlo» -una medida basada en la frecuencia con la que una persona se comunica con otros fuera del país-, ellos pueden espiar a alguien como quieran. Después de todo, según la ley estadounidense, el gobierno no está obligado a garantizar protección constitucional a quienes no residen en Estados Unidos.

Ante esta práctica, varios activistas en los Estados Unidos se han enfocado en defender los derechos de los ciudadanos de su país -más de la mitad de la población del país recibió la clasificación como extranjera de acuerdo con este estándar. Pero la medida descabellada del «extranjeridad» de la NSA comprueba que en el mundo digital es prácticamente imposible priorizar los derechos de un grupo (en este caso, los «ciudadanos de EEUU») frente a los de otros.

Los resultados de esta política también prueba algo sobre la porosidad de nuestras fronteras. Aunque la mayoría de nosotros pertenecemos a un Estado al menos, nos conectamos con personas vía nuestras comunicaciones cotidianas y vidas en línea. Las fronteras fluyen.

En el mundo fuera de línea, aceptamos el hecho que las leyes y nuestros derechos varían de país en país. Pero digitalmente, donde las normas sociales y escenarios técnicos configuran una realidad más fluida, esto no es tan fácil de aceptar. Si continuamos la protección de solo los derechos de algunas personas sobre la base de su nacionalidad u otra variable burda, perderemos. Debemos ver la ausencia de fronteras que nos ha dado la tecnología no solo como un concepto hermoso, pero como una realidad práctica. Internet es un lugar donde pudiéramos proteger los derechos de todos, equitativamente.

Ante estos desafíos, los activistas de derechos humanos en todo el mundo están trabajando para reafirmar los derechos humanos universales, un concepto del que líderes de Estados Unidos (sin pensar en prospectiva) crearon originalmente. No hay mejor momento para poner en marcha el concepto como ahora. Tenemos a nuestra disposición un medio que no es completamente universal, pero está más cercano a serlo que cualquier otra cosa que hayamos tenido antes. Internet nos permite imaginar la universalidad en una escala real y también nos da el poder para hacer algo por ella.

Ellery Roberts Biddle es la editora de Global Voices Advocacy [en] y una integrante de larga data de la comunidad de Global Voices. Ella vive en San Francisco, donde dedica la mayoría de su tiempo a pensar y escribir sobre la libertad de expresión y la privacidad en línea, así como las políticas del uso de internet en Cuba. Es bloguera en half-wired [en]. Sígala en Twitter en ellerybiddle [en].

1 comentario

  • en todos los países se creen que porque soportan los servidores de Internet tienen eso como territorio nacional e imponen sus leyes, lo que aun no desean reconocer es que el interne no es la extensión de los estados-nación,sino de los individuos que en el mismo interactuamos. lo peor es que algunos de esos ciber-ciudadanos trasplantan algunas de las normativas de sus naciones a Internet. es así como existen los limites por edad en el trato. desconociendo que cuando surgimos en Internet la mayoría de edad nuestra se forjó a los 12 años. no a los 18,ni a los 25. y que empezamos a hablar con libertad de múltiples temas desde que entramos a Internet

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