“Tu generación es afortunada. Ahora todo el mundo tiene un teléfono, se puede acceder a Internet desde cualquier sitio, hay televisión por satélite en casi todos los hogares. ¿Qué más necesitan?”
Esto mismo me soltó el mes pasado un taxista jordano de mediana edad que me llevó desde el aeropuerto de Amán hasta el Encuentro de Blogueros Árabes [en]. Yo intentaba transmitirle mi frustración por la situación de la libertad de expresión en el Mundo Árabe.
Tres años antes hubiera podido estar de acuerdo con el comentario de este hombre. Hoy parece sintetizar cuán equivocados podemos estar algunos de los que aún creemos que la tecnología puede cambiar las cosas.
Es cierto que la tecnología de las comunicaciones ha revolucionado el modo en que nos enteramos de las noticias o la forma de difundir las opiniones -o incluso el modo en que nos relacionamos los unos con los otros-. Hace tres años, parecía incluso que por fin se habían eliminado las barreras del miedo y la censura que habían hostigado al territorio árabe durante décadas. Las plataformas de las redes sociales, los blogs y la creciente disponibilidad de dispositivos de telefonía con acceso a Internet permitieron a una generación de periodistas ciudadanos informar y denunciar, mientras que los activistas podían organizar y movilizar a un nivel que no se había alcanzado en el territorio en décadas.
Parecía que la gente no tendría que preocuparse más por la censura ni por el control gubernamental de los medios. Los medios éramos nosotros.
Muchos de nosotros creíamos que el simple acceso a los modernos medios de comunicación había actuado como el catalizador que había permitido que la multitudinaria ola de protestas continuase, incrementando su ritmo hasta alcanzar el éxito. Hoy en día, pocos de nosotros estarían dispuestos a sostener esta hipótesis sin pestañear.
Nuevos retos
Los desafíos que afrontan los blogueros de Oriente Medio y del Norte de África han cambiado sustancialmente desde entonces.
[Con bloguero, no me refiero solamente alguien que tiene un blog, sino en general a cualquier persona que usa Internet con fines de compromiso ciudadano o político.]
Desde nuestro último encuentro de blogueros árabes en Túnez en 2011, han tenido lugar al menos dos cambios importantes:
Por una parte, los blogueros ya no son considerados como «simples» comentaristas. Desde los simples observadores hasta los participantes activos, muchos de ellos han tenido que adaptarse a una nueva realidad política más compleja en la que se les demanda mucho más.
Esto ha requerido un conjunto de nuevas habilidades y recursos de los que los más activos, más influyentes o quienes se batieron por la revolución no disponen necesariamente. Se les busca para dar respuestas, ideas, acciones en muchos más campos y formas de los que eran habituales. Y en un territorio extremadamente polarizado en el que las cosas se mueven tan deprisa y pasan tantas cosas cada día, la carga puede parecer demoledora -casi paralizadora-.
Sé que esto ha hecho que muchos a mi alrededor se cuestionen su papel. También sé que ha sido causa de frustración debido a la falta de recursos a los que los activistas en favor de la democracia tienen acceso. Algunos de nosotros simplemente no pudimos arreglárnoslas y dejamos de intentarlo. Algunos incluso dejaron de ser activos en Internet.
Por otra parte, la naturaleza de las amenazas a la libertad de expresión en Internet también ha cambiado: antes de las revoluciones, los gobiernos de la región parecían haberse resignado a la idea de que aplicar filtros a Internet era el principal método de represión de la libertad de expresión en la red.
Pero ahora parece que han aprendido una nueva lección: la censura puede ser barata y eficiente, pero es relativamente fácil de reconocer. La vigilancia sin embargo, es más sutil y más difícil de identificar.
Durante los últimos tres años, la vigilancia electrónica y la tecnología en materia de interceptaciones se han convertido en el quid de la cuestión. Ha surgido un mercado multimillonario y muchos gobiernos de la región parecen estar felices de sacar provecho. Hoy, con poquísimas excepciones, muchos de esos gobiernos invierten enormes cantidades de dinero en moderna y costosa tecnología para la vigilancia y las interceptaciones, en su mayor parte desarrollada por compañías privadas occidentales.
Pongamos por caso mi país, Marruecos:
En 2012, el país adquirió un programa de dos millones de dólares llamado Project Popcorn [en], desarrollado por la compañía francesa Amesys. Se supone que es capaz de interceptar y monitorear todo tipo de comunicaciones a escala nacional.
El mismo año, un grupo activista en Internet fue visitado por “Da Vinci” [en], un sofisticado virus del valor de medio millón de dólares, desarrollado por una compañía que tiene sede en Milán y un nombre muy revelador: Hacking Team. Parece ser que es capaz de comprometer cualquier sistema operativo, controlar ordenadores designados como objetivos específicos y transmitir secuencias de tecleo y archivos privados a un servidor remoto.
Por lo que sabemos, esto es sólo la punta del iceberg.
Casos similares fueron señalados en lugares como Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Siria, Egipto. Y la lista aumenta.
Como consecuencia, mientras que la censura sigue siendo la principal arma contra la libertad de expresión en la zona, la vigilancia electrónica, con su efecto intimidatorio sobre la libertad de expresión, se está convirtiendo en una grave amenaza.
No sorprende que tres años después del comienzo de las revoluciones árabes, la situación de la libertad de expresión en Internet parezca casi tan desalentadora como lo era antes de 2011.
Sembrando las semillas para un nuevo futuro
¿Cómo nos enfrentamos a la nueva realidad? ¿Existen formas nuevas y creativas de activismo en Internet que hayan tenido éxito en los últimos tres años y de las que podamos aprender?
¿Cómo podemos desarrollar finalmente una labor efectiva para mejorar la situación de la libertad en Internet en nuestros países? ¿Y hasta qué punto podemos confiar en la tecnología para protegernos en Internet?
Estas son sólo algunas de las cuestiones que plantearon los participantes del cuarto Encuentro de Blogueros Árabes [en] (#AB14).
Durante cuatro días, el encuentro (coorganizado por Global Voices Advocacy y la Fundación Heinrich Böll) reunió a setenta blogueros, activistas, artistas e instructores llegados desde todo el mundo, incluidos dieciséis países árabes. Los participantes, yo mismo entre ellos, teníamos muchas preguntas y muchas ganas de compartir nuestras historias y nuestras habilidades, y al mismo tiempo también deseábamos aprender de nuestros compañeros.
Quizás, la cosa más importante que aprendí allí es que a pesar de que hoy en día tengamos un mayor acceso a los modernos medios de comunicación en la región, parece que funcionan sólo de forma periférica y no necesariamente como principal agente para el cambio, como al parecer, muchos pensábamos hace tres años.
Hay que encontrar maneras de conectarse y de combinar la actividad en Internet con los esfuerzos «offline» de la gente que ha trabajado de forma tradicional para producir el cambio en el mundo real. Y ese proceso parece que funciona de cara al cambio sólo cuando la tecnología logra organizar y movilizar a un sector más amplio y variado de la sociedad.
Hoy los blogueros árabes sostienen una dura batalla -una contienda desigual-, en la que ya no se trata solamente de un tema de acceso a la tecnología, sino también de una cuestión más amplia y fundamental de derechos del usuario, de cómo está regulada la tecnología y de si está libre de intromisiones por parte del gobierno.
La siniestra sensación de que alguien pueda estar espiándonos por encima de nuestro hombro pone las cosas difíciles, hasta al más intrépido entre nosotros, para actuar libremente.
Pero esta batalla no está perdida. Puede que no seamos una generación tan afortunada después de todo, pero tengo la impresión de que el AB14, al reunirnos, ha conseguido sembrar las semillas para un futuro mejor.