Desde la ciudad liberada de Alepo

Esta publicación es parte de la serie de artículos especiales de la bloguera y activista, Marcell Shehwaro, que describen la realidad de la vida en Siria durante el conflicto armado en curso entre las fuerzas leales al régimen actual y los que buscan deponerlo. 

Taking flight in Aleppo. Photo by Zaid Muhamed. Used with position.

Alzando el vuelo en Alepo. Foto de Zaid Muhamed. Usado para este propósito.

Escribo este artículo mientras golpeo reiteradamente la tecla F5 de mi ordenador para cargar la página de Facebook con noticias sobre Alepo, para ver lo que traen los combates en el frente.

Parece que mi ciudad vive una nueva situación, avanzando hacia la liberación de alguna de sus partes. Seguimos sin saber el tamaño o extensión de las zonas nuevas, y no podemos verificar lo que estamos escuchando. Pero todos nosotros —aquellos que esperan la liberación con entusiasmo y aquellos que están en contra— están siguiendo las noticias ansiosos.

Los revolucionarios esperan reunificar partes de la ciudad, que llevan divididas al menos durante dos años. Con algunas zonas bajo el control del gobierno, y otras bajo el control rebelde, nosotros residentes de Alepo nos hemos convertido en personas divididas, separados dentro de nosotros mismos. Parte de nosotros vive en los recuerdos que hemos dejado atrás en las zonas de la ciudad que no podemos visitar por razones de seguridad, mientras que la otra parte intenta integrarse en las nuevas zonas de la ciudad, forzándonos a nosotros mismos a querer esos lugares.

La liberación de Alepo empezó en julio del 2012. Aquel día teníamos sueños de paz que hoy estamos reevaluando, dándonos cuenta de lo ingenuos que fuimos por asumir que un movimiento pacífico de cualquier magnitud podría derrocar un régimen apoyado por poderes internacionales, por un lado, y cuyo crímenes —entre ellos el uso de armas químicas— se encontrarían con el silencio internacional. Entre nuestros sueños de instigar el cambio de manera pacífica en el campo saturado de meses de bombardeos desde el corazón de la ciudad, tuvo lugar la liberación de enormes franjas de la ciudad. Las fuerzas de resistencia armada revolucionaria tomaron el control del 70 por ciento de Alepo.

La liberación normalmente viene acompañada de la destrucción que tiene lugar donde se utilizan armas de fuego. El caos y el vandalismo se agravan por la creatividad del régimen y de sus fuerzas aéreas, que dejan detrás el horrible hedor de la muerte allá donde sobrevuelan. De repente, todos los habitantes de las zonas liberadas desaparecieron, moviéndose tanto a las zonas controladas por el régimen o a las zonas ocupadas, que son más seguras del bombardeo y de los combates, o hacia los campos de refugiados en la frontera turca.

Los cuatro millones de habitantes de Alepo se han visto afectados sin duda por la llegada de la guerra llamando a su puerta. Aquellos que creyeron en la importancia del cambio como aquellos que se resistieron, han sentido el impacto de la liberación, que ha cambiado el flujo del tiempo y de la vida: las horas de apertura y cierre de las tiendas, el uso del combustible, los constantes cortes del suministro de electricidad, agua y servicios de comunicación.

Del lado de la contienda crecerán los señores de la guerra, especuladores que no quieren que acabe la lucha, que quieren robar todo lo bueno que hay en nosotros para vendérselo a otros.

Los colegios en las zonas controladas por el gobierno se convirtieron en centros de refugiados, para alojar a los que abandonaron las zonas liberadas y darles ayuda humanitaria: un maravilloso gesto de camaradería. Creímos que la situación sería temporal, por eso algunos de nosotros tomamos la trascendental decisión de trasladarnos a las zonas liberadas y ocupar los lugares de los periodistas, médicos, y trabajadores humanitarios que se habían marchado. Teníamos la ilusión de que la completa liberación de la ciudad no tardaría en llegar, y que pronto nos reuniríamos con nuestras familias y volveríamos a nuestras antiguas vidas. Muchos se marcharon sin nada más que una pequeña maleta, sin darse cuenta de que se les impediría regresar a sus casas durante dos años.

En esa época, yo vivía en la parte ocupada de Alepo. Casi todas las semanas me llamaban para un tipo diferente de interrogatorio— una experiencia de la que escribiré algún día. El interrogatorio era suficiente para paralizar todas mis actividades relacionadas con la revolución, pero no eran suficientemente amenazantes para forzarme a trasladarme a la zona liberada de Alepo o fuera de Siria.

Las zonas que escuchábamos estaban siendo liberadas eran tan extrañas para nosotros como las junglas en África, ya que no había visto partes de la ciudad donde he vivido toda mi vida. Eran zonas pobres sobre las que no habíamos tenido oportunidad de aprender debido a la falta de trabajo social sobre el terreno en Siria. Eran zonas que nuestra clase social, y quizá nuestras tendencias sectarias, nos habían prevenido de visitar.

Se ha dicho que la revolución siria encendió el fuego del sectarismo; algunos claman que antes de la revolución vivíamos juntos en armonía. Pero la amarga verdad es que vivíamos uno al lado del otro, en compartimentos que nos separaban los unos de los otros completamente. Es de hecho la revolución lo que unió a todos los sirios, independientemente de su clase, cultura o secta. No fue hasta después de la revolución que oí los nombres de algunos de los distritos en el Alepo liberado, aunque hubieran estado a un mero paseo en coche de 10 minutos desde mi propia urbanización. Nunca había tenido amigos de esas zonas, y sería sólo después de la revolución que consideré la posibilidad de tenerlos.

¿Salahuddin? ¿El primer vecindario revolucionario en Alepo, y donde gasté un año entero manifestándome casi a diario? Nunca supe que existía en el mapa de mi ciudad hasta 2012.

Alepo estaba siendo liberada. Estaba siendo destruida. Y aquellos de nosotros secuestrados en nuestras propias cajas de cartón nos vimos sujetos a decisiones e incertidumbres que reflejaban lo que estaba experimentando la propia ciudad. Tuvimos que decidir entre quedarnos cautivos en un centro de refugiados autoimpuesto, en una atmósfera de miedo y de resistencia al cambio; o liberarnos de esos lugares donde nos encerrábamos a nosotros mismos y nuestras posesiones, moviéndonos hacia los otros, uniéndonos a ellos en la revolución con todo su dolor y compartiendo con ellos la ansiedad y el miedo de los barriles cayendo del cielo.

Nos quejábamos constantemente de todos los amigos que habíamos dejado al otro lado y que ya no podíamos ver. Con cada batalla, un nuevo extremista o un hombre rencoroso nos quiso gobernar con su pistola. Tuvimos que soportar los sentimientos de necesidad, tristeza, y recuerdos acumulados. Alepo estaba cambiando, y nosotros estábamos cambiando con él.

Alepo fue liberado. Sus nuevas fronteras permanecieron estables casi dos años, separadas por un sangriento pasaje controlado por los francotiradores del régimen preparados para segar diez vidas al día de aquellos que se resistían a la separación y cruzaban de una parte de la ciudad a otra. La ruta alternativa entre las dos secciones de Alepo, en coche, tomaba 10 horas, en vez de la hora que costaba previamente. Un día escribiré sobre el impacto de esta división, y cómo el régimen conseguía que nos mortificáramos.

El Alepo que no estaba liberado aún estaba sujeto a los caprichos del dictador. Cuando hacía señales para que los aviones descansasen, sus residentes podían llevar una vida casi normal; y cuando decidía que no debería existir vida allí, no tenían vida en absoluto. Este Alepo también se encuentra en el umbral de una pregunta: ¿Están las zonas liberadas realmente liberadas, dada la existencia de aquellos que obligan que la ciudad sea sólo como ellos? Nos vimos obligados a perder partes de nosotros constantemente, con cada amigo que dejamos al otro lado.

Alepo está redibujando las fronteras otra vez con sangre: sangre derramada para que podamos movernos hacia la liberación, sangre derramada para mantener el status quo, sangre derramada para hacernos pagar el precio por oponerse al opresor.

Hoy todos esperamos un milagro que pudiera hacer que viviéramos en una sola ciudad. Así podemos reunir el valor para soñar en volver atrás para tener un Estado donde estuviéramos unidos en libertad. 

Tenemos el derecho a soñar con la unidad.

Y yo tengo el derecho de soñar con vivir como un individuo, entero.

Marcell Shehwaro bloguea en marcellita.com y tuitea en @Marcellita, los dos principalmente en árabe. Lee otras entradas de la serie aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí.

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