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Mi superhéroe usaba tirantes. La vida con Robin Williams

Categorías: Norteamérica, Estados Unidos, Arte y cultura, Medios ciudadanos, The Bridge
 Robin Williams performing for US troops in the Middle East in 2003. Photo by Milosz Reterski. CC-Public Domain [1]

Robin Williams actuando para las tropas estadounidenses en Medio Oriente, en el año 2003. Fotografía tomada por Milosz Reterski. CC-Dominio público

En este artículo, Christina Noyes, una invitada especial que vive en San Franciso, rinde homenaje al héroe que cambió su vida varias veces: Robin Williams, comediante ganador del Óscar. Williams falleció a causa de un presunto suicidio [2] en su hogar en la ciudad de Tiburón, a 30 kilómetros de donde vive Christina. Tenía 63 años.

La mayoría de los niños tiene una capa o una máscara, y corren de aquí para allá imaginando que son Batman o Superman; pues en mi caso no fue así. Mi superhéroe usaba tirantes.

Christina and her brother with Mork & Mindy pins on their suspenders.  September 1979. Photo from author. Used with permission.

Christina y su hermano con prendedores de Mork & Mindy en sus tirantes. Septiembre de 1979.

Cuando tenía ocho años, estaba sumamente enamorada de un extraterrestre llamado Mork [3]. Era amable, aniñado, y se metía en problemas por no saber qué era lo que debía hacer. Era gracioso, muy gracioso. Se sentaba de cabeza, usaba la ropa del revés, hablaba muy rápido, y tenía un apretón de manos especial que me tomó años dominar. ¿De dónde vino este hombre? Del planeta Ork, por supuesto. A los 8 años, todavía me sentía desconcertada por lo que veía en televisión. ¿Era real?

Cuando Mork apareció por primera vez en Happy Days [Días Felices], yo no lo entendí. Era tan distinto al reparto y a la época a la que estábamos acostumbrados. Tuvo mucho más sentido cuando apareció en su propio programa de televisión. Mi hermano y yo pasamos gran parte de nuestra infancia corriendo de aquí para allá con nuestros tiradores y prendedores de Mork, diciendo «Nanu nanu» y repitiendo inocentes frases de Mork.  

Robin Williams, el actor
Cuando crecí, Mork ya no no existía; se había convertido en Robin Williams, un actor que me llegó al corazón en «El mundo según Garp», «La sociedad de los poetas muertos», «Mrs. Doubtfire» [conocida como «Papá por siempre» en Hispanoamérica], Patch Adams, y mi favorita, «Bueeeeenos días, Vietnam». Ya no era solamente gracioso. Era un excelente actor. Continuaba siendo gracioso, pero cuando se calmaba y su voz se volvía dulce y suave, te estaba dejando entrar en su corazón. Era en esos momentos cuando más lo quería.

De adolescente, llegué a conocerlo muy bien, no de manera oficial, pero de un modo que solo él podía entender. Memoricé sus monólogos más graciosos de «Buenos días, Vietnam». No solamente los memoricé, aprendí su ritmo, su cadencia, sus múltiples voces. Yo encarnaba su personaje. Lo hice para la clase de debate. Yo no era buena para debatir. Nadie me tomaba en serio. Así que cuando descubrí la existencia de la división «Representación humorística» en la clase de debate, donde los estudiantes compiten con otros estudiantes, decidí que era lo indicado para mí.

Mi vida cambió el día que representé los monólogos de «Buenos días, Vietnam». La gente ya no me consideraba la graciosa de la clase. Ahora yo ganaba los trofeos de la clase. Pero, lo que es más importante, comencé a entender a Robin Williams de manera mucho más profunda. Entendí la forma en que se movía en diez direcciones a la vez, cómo la improvisación era su mente estallando hacia el mundo, cuán rápido trabajaba su cerebro.

Robin Williams, el mentor
A los 17 años, el que una vez fue el héroe de mi infancia ya no era un extraterrestre gracioso, sino un genio de las palabras y las perspectivas que apenas comenzaba a conocer. Los monólogos de «Buenos días, Vietnam» luego se convirtieron en las piezas de mis audiciones. Obtuve mi primera obra. Esto es importante porque yo era una chica muy tímida o, en otras palabras, muy insegura. Me encantaba actuar, pero no frente a mis compañeros. En ese momento, mi vida estaba cambiando y yo finalmente estaba comenzando a mostrarme al mundo. Estaba encontrando mi voz.

Años después, me convertí en profesora de teatro en una escuela pública de San Francisco. No aprendí mucho en el programa para obtener mis credenciales. Yo quería ser una profesora como John Keaton, «¡Oh, Capitán!, ¡Mi Capitán!». Él realmente comprendía a sus estudiantes y quería que sintieran las emociones de ser un hombre y de estar vivo. Mi clase se tituló «Artes expresivas». Mi héroe me había ayudado a transformarme nuevamente.

Un día durante mi clase, compartí dos de las cosas que quería hacer antes de morir. No eran nada grandioso como saltar desde un avión o viajar por el mundo. Yo simplemente quería ver la aurora boreal y conocer a Robin Williams. Nunca imaginé que estaba compartiendo mis sueños con un amigo que podría hacer realidad el segundo.

Robin Williams, el sueño
Pasaron unos días y mi amigo Peter Sloss mágicamente lo hizo realidad. Era sumamente secreto: Robin planeaba poner a prueba un nuevo material en el que estaba trabajando antes de llevar su espectáculo a Nueva York. Planeaba aparecer de sorpresa en un pequeño y humilde teatro, The Marsh. Miraría el primer acto, que era de un comediante desconocido, y si le agradaba la audiencia, realizaría una presentación sorpresa. ¡Yo sentí que me había ganado la lotería!

Mi esposo, que en ese momento era mi novio, fue conmigo. Miramos al otro comediante realizar su presentación. Yo estaba un poco ansiosa, por no decir otra cosa. No me podía quedar sentada. Decidí ir al tocador y ver si podía encontrar a Robin. Lo encontré en el bar. En lugar de ser atrevida, me precipité hacia el tocador. Retoqué mi maquillaje, respiré profundamente, ¡y me preparé para conocer a mi héroe! Para cuando volví a salir, ya se había ido. Me sentí devastada. ¿No le había agradado la audiencia? ¿Se había ido del lugar? ¿Perdí mi oportunidad? ¿Por qué fui al tocador? ¡Caramba!

Desilusionada, regresé a mi asiento y observé al comediante finalizar su espectáculo. En ese momento, el dueño de The Marsh subió al escenario y anunció que Robin Williams estaba en el teatro. Mi corazón se aceleró. Había literalmente 50 personas en la audiencia, quizás 75. Era pequeña. En esas fracciones de segundo, supe que tenía que hacerme notar o podría no tener la oportunidad nunca más. ¿En qué estaba pensando? No estaba pensando. Él había sido mi héroe durante las últimas dos décadas. Era real. Se encontraba frente a mí, a centímetros de distancia.

Mientras la aclamación masiva de la multitud, causada por un total asombro, disminuía, supe que era ahora o nunca. Lo hice. Grité “¡TE AMO!”. Y todo se detuvo. Él me miró y dijo: «¿Te amo?» Pero lo dijo con una de sus voces ridículas. Su rostro estaba retorcido. Tenía ojos como de loco y repitió arrastrando las palabras: «Te aaaaaaamo». Robin continuó con una improvisación de veinte minutos sobre cómo tuve la primera cita con mi novio, sobre cómo primero cenamos comida tailandesa, cómo luego me trajo aquí esperando tener suerte, y que luego su cita le grita «Te amo» a un extraño sobre el escenario. Robin señaló que podía estar loco. Pero por supuesto lo hizo del modo más cómico. Mis ojos se llenaron de lágrimas por reírme tanto. 

Fue una experiencia única en la vida. Yo, Christina Noyes, fui el centro de la presentación de Robin Williams. Varias veces a lo largo de la hora, detenía su hilo de pensamientos, me miraba y decía: “Te aaaaaaamo” y luego continuaba con su acto.

Yo estaba determinada a conocerlo luego del espectáculo. Mi amigo me había contado que no había puertas traseras en The Marsh, y que él tendría que salir por la puerta delantera. Mi novio se fue a buscar el auto y me dijo que me tomara mi tiempo. Hice eso. Lentamente el lugar se fue vaciando. Me quedé en el bar con una mujer más grande que yo y nerviosa conversé con ella. Muchas veces había repasado en mi cabeza el momento en que lo conocería. Pensé que tal vez podría darle un apretón de manos al estilo de Mork, un pequeño «Nanu Nanu» o, mejor aun, un rápido «¡Buenos días, Vietnam!». A medida que pasaba el tiempo, comencé a sentirme ridícula al estar parada ahí como una tonta fanática. ¿Saldría en algún momento? Finalmente le pregunté al barman si había una puerta trasera. Se rió y dijo que había tres. ¿Cómo pudo equivocarse mi amigo? ¿Debería rendirme? La otra mujer y yo lentamente desistimos de la idea de conocerlo.

Mientras caminaba hacia la puerta, le dije adiós a un sueño. Crucé la calle y hablé con mi novio, que estaba sentado en el auto. Me sentía triste, aunque agradecida, pero me negaba a entrar en el auto. Y luego sucedió. Robin salió por la puerta delantera. ¡Ah, no había puertas traseras! Le pregunté a mi novio: ¿voy? Me sentía ridícula, pero me obligué a cruzar la calle otra vez. 

Robin Williams, el superhéroe
Así fue que ahí mismo, en la calle Valencia, en San Francisco, a las 11 de la noche, conocí a mi héroe. Fue tan amable. Me besó la mano. Habló con una voz suave y dulce. Intentó desviar mi atención hacia el otro comediante que estaba con él. En ese momento, supe lo que debía hacer. Debía agradecerle por cambiar mi vida. Hice eso. Le conté sobre ese punto de giro en la escuela secundaria que fue «Buenos días, Vietnam». Me fui sintiéndome en la cima del mundo. Ahora mi héroe sabía que era mi héroe. 

Años más tarde, me avisaron de otras dos presentaciones sorpresa a las que tuve la suerte de asistir. Pero nada fue tan pequeño e íntimo como mi noche en The Marsh. Igual me hizo llorar de la risa durante esas noches. La última vez que vi a Robin fue en su presentación en Broadway, en 2011, en Bengal Tiger at the Baghdad Zoo [2], en el marco de la invasión de Estados Unidos a Irak.  

Algunas veces llevé a mi hijo a la casa de Robin para Halloween con la esperanza de verlo, pero no tuve suerte. Durante los dos últimos años, mi hija de cuatro años y yo hemos estado cantando “Príncipe Alí, reinas aquí, Alí Babwa [4]”. Debo admitirlo, es difícil cantarlo hoy en día. Cuando ella crezca, algún día le contaré más sobre mi héroe. Pero hoy lloro; no son lágrimas de felicidad, sino lágrimas de profunda tristeza al saber que alguien a quién yo apreciaba mucho, alguien que hizo una gran diferencia en mi vida, estaba tan deprimido y era profundamente infeliz. Deseo haber podido ayudarlo del mismo modo que él me ayudó a mí. 

Siempre estaré agradecida por no haberme rendido, por haber cruzado la calle, y haberle contado a mi héroe que era mi héroe. 

Christina Noyes es diseñadora instruccional y especialista en medios digitales. Desde la década de 1990, Christina ha compartido su pasión por las artes visuales y las artes escénicas dirigiendo talleres para niños y familias que viven en Mission District, en San Francisco. Este [5] es su blog. 

La causa número uno de suicidio es la depresión sin tratar. La depresión es tratable y el suicidio es evitable. Tú puedes obtener ayuda a través de líneas confidenciales de ayuda para el suicida y para aquellos con crisis emocionales.Visita Befrienders.org [6] para encontrar una línea de ayuda para la prevención del suicidio en tu país.