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Visita a un refugio durante el cese al fuego en la Franja de Gaza

Categorías: Medio Oriente y Norte de África, Palestina, Guerra y conflicto, Medios ciudadanos, The Bridge
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Junto con otros tres mil palestinos desplazados, Ghadeer de 32 años y sus tres hijos han vivido en un refugio improvisado desde que las fuerzas israelíes bombardearon la casa donde vivía. El bombardeo la dejó en silla de ruedas. Foto de la autora.

El 12 de agosto, mientras se disipaba el estruendo de las bombas por otras 72 horas, gracias al cese de fuego humanitario [1], Dalia Alnajjar [2] de 20 años se aventuró a salir a la calle, para conocer a algunas familias que viven en un refugio atestado de personas. A partir de que Israel lanzó un ataque ofensivo en contra de Gaza, el pasado 8 de julio, alrededor de 1,900 palestinos habían sido asesinados, más de 10,000 resultado heridos y 450,000 más desplazados de sus hogares, según la información disponible al momento de escribir el original de este artículo.

‏‏11 de agosto de 2014: tres días de enfrentamientos y tres días de cortafuego: así están las cosas. Nosotros como ciudadanos no tenemos ni voz ni voto; sólo nos matan y destruyen nuestras casas. Sufrimos en silencio.

Es como si Israel y las milicias de combate en Gaza estuvieran jugando un video juego. Le ponen pausa cada vez que les da la gana de hablar y, eso, lo único que nos genera es más desesperanza.

Una vez que el cese al fuego comenzó, un silencio ensordecedor envolvió la delgada franja de 40 km., que sólo era perturbado por el zumbido de los drones.

Durante algunas horas, las calles comenzaron a llenarse de vida… Los niños, finalmente, dejaban de aferrarse a los brazos de sus madres para poder salir a jugar…

Se podía sentir un optimismo reservado en la mirada de todos ellos.

Los jóvenes, en Gaza, quieren ayudar a toda costa, aunque ellos también necesitan de mucha ayuda y apoyo psicológico. La mayoría busca refugios para ayudar a los niños. Otros van a reparar lo que queda de sus casas destruidas. Otros tantos van a ayudar a las zonas que quedaron devastadas por los bombardeos.

Decidí ocupar las últimas horas del primer día de cese al fuego en visitar una de tantas escuelas que se han convertido en refugios improvisados. Actualmente, de los 1.8 millones de palestinos, más de 220,000 [3] están registrados en los refugios, que solían ser escuelas.

Me había puesto de acuerdo, con una amiga, para ir a los refugios durante la semana, pero quién sabe si el cese al fuego durará más tiempo… No quise perderme la oportunidad de visitar a los refugiados y compartir su sufrimiento…

Eran las siete de la noche cuando me decidí a ir. Mi madre me dijo que era una locura y trató de disuadirme de lo contrario, pero todos sus intentos fallaron.

La luz del Sol abandonaba Gaza dejándonos en la penumbra de la injusticia y de la noche… La energía eléctrica se ha vuelto una rareza en Gaza desde el 28 de julio, cuando los aviones de guerra israelíes bombardearon la única planta de energía que teníamos .

‏Quizás el Sol dejó caer sus rayos resplandecientes en otras personas, en otras partes del mundo. Quizás el Sol dejó caer sus rayos resplandecientes en aquellos alegres pequeñines en pleno calor del verano…

Children playing in the dark outside the shelter

Niños jugando en la oscuridad afuera del refugio. Fotografía de la autora.‏

Al llegar a la escuela, lo único que vi fue una gran multitud de caras tristes y corazones ansiosos.

Lo primero que me llamó la atención fue los niños que jugaban con una suerte de «sube y baja» que estaba hecho con una lámina de madera, cuyo centro descansaba en una valla. Me puse a platicar con los niños, pero ellos no paraban de preguntarme si venía de una organización de ayuda humanitaria. Cuando les respondí que no, sus caritas se llenaron de gran decepción.

Proseguí al aula 8, la cual estaba ocupada por 18 familias. Ahí, platiqué con Heba Abu Taiema de 34 años, madre de dos niñas y cuatro niños. Han vivido en esa escuela por más de treinta días… Solamente su rostro y su mirada pueden describir el sufrimiento que la aqueja.

«Acabábamos de almorzar cuando, de pronto, comenzaron a llover proyectiles del cielo que impactaban con nuestras casas y nuestro barrio. Le hablamos a la Cruz Roja y las ambulancias llegaron y trataron de sacarnos de la zona, pero no pudieron hacerlo por el constante bombardeo.» dijo Heba. «No lo soportábamos. Los niños lloraban y estaban aterrados. Así que poco a poco nos fuimos alejando del lugar, pasando de casa en casa, con mucho cuidado, hasta que logramos llegar a un lugar más seguro».

‏Ella me platicaba cómo algunos hombres que cayeron heridos se quedaron atrás y cómo algunas de las mujeres decidieron regresar a ayudarlos: caminaban hacia ellos con una bandera blanca en mano. A pesar de que ellas vieron que los hombres aún se movían, soldados israelíes comenzaron a dispararles para forzarlas a regresar por donde venían.

De acuerdo al testimonio de Heba, cuatro días después encontraron los cuerpos inertes de los hombres. De hecho, uno de ellos era el cuñado de Heba. Él había pasado seis años como prisionero de los israelíes. Tenía cinco hijas, de las cuales la más pequeña es de once meses. Su hermano murió de cáncer en Egipto y cuando él quiso visitarlo ya era demasiado tarde, pues la frontera del Rafak ya estaba cerrada. Heba me contó que su suegra se quedó ciega de tanto llorar porque había perdido a casi todos sus hijos a excepción de uno.

También me comentaba que vivir en una escuela es una pesadilla:

«Hay una severa escasez de agua. Tengo que ir todos lo días al hospital para conseguirla. Así que cargo las cubetas de agua en un trayecto de medio kilómetro bajo el sol abrasador. Cada vez que queremos bañarnos tenemos que ir al hospital. No hay electricidad. Hace una eternidad que mi celular se quedó sin baterías y, por lo tanto, no puedo contactar a mi familia en Jordania.» Heba continuó, » y seguramente están muy angustiados porque soy hija única».

A child sleeping on a make-shift pillow made of a bag of clothes in Heba's room. Photo by author.

Un niño durmiendo sobre una almohada improvisada con una bolsa llena de ropa en la habitación de Heba. Fotografía del autor.

Todos duermen en el piso, a excepción de las mujeres embarazadas, las personas mayores de 65 años y las personas discapacitadas, quienes duermen en colchones.

‏Le manifesté mi agradecimiento por contarme su historia y, después, me dirigí al aula 5, la cual alberga a 98 personas.

Ghadeer's daughters insulin shots.

Las dosis de insulina de Nisyona, la hija  de Ghadeer. Fotografía de la autora.

Ahí, conocí a una señora muy amable que estaba en silla de ruedas: Ghadeer Abu Latifa de 32 años, madre de tres pequeños. Resultó herida cuando bombardearon la casa de dos pisos en la que ella y su familia se habían refugiado. Su esposo está en Bélgica, en donde está siendo atendido por las heridas que recibió durante ataques previos por parte de las fuerzas israelíes en Gaza.

Su única hija, Nisyona, es diabética. Le diagnosticaron la enfermedad cuando tenía cinco años de edad. En esa época, los bulldozers israelíes [4] demolieron su casa con ellas adentro: «¡No me maten! ¡No nos maten!» fueron los gritos que Ghadeer recordó de su hija.

Me comentó que el personal de la escuela está haciendo lo que puede para poder ayudar a las 3,000 personas que allí viven, pero es difícil quedar bien con todos.

‏Ghadeer me expresó su gratitud a mí y a los jóvenes voluntarios por hacer lo mejor para ayudar a toda la gente desplazada de Gaza.

«El verte, aquí, con una gran sonrisa, dispuesta a escuchar nuestras historias tristes y apoyarnos es lo que nos llena de esperanza. Sabemos que todo saldrá bien en Gaza mientras existan jóvenes, como tu, preocupados por nuestro bienestar y el del país.» dijo Ghadeer con una sonrisa llena de tristeza.

Me fui de la escuela a las diez de la noche. Tuve problemas para encontrar transporte. Así que me fui caminando, sola, pensando en el sufrimiento de todos ellos, bajo la hermosa luz de una super luna…

Llego a la conclusión de que las cosas más tristes son las más difíciles de explicar con palabras, pues éstas sólo menguan la magnitud de los hechos.

‏Mis palabras no alcanzan a describir su sufrimiento y lo reducen a lo tangible, pero la tristeza que se siente no tiene límites. Las palabras nunca podrán describir el dolor que estas personas viven y sienten a diario. Mis palabras apenas alcanzan para darles una pequeñísima muestra de este terrible sufrimiento.

Dalia Alnajjar está estudiando Administración de Empresas en Gaza. Bloguea [5] porque siente que «[…]ser palestina significa decirle al mundo cómo es la vida en Gaza […]» y «[…] Nadie puede describir mejor nuestro sentir que nosotros mismos.» La razón por la que gran parte del mundo y las Naciones Unidas consideran a este territorio como  ocupación [6] israelí es por las restricciones excesivas de Israel en los territorios palestinos de Gaza y en la Ribera Occidental. En seis años, esta es la tercera intervención militar en Gaza. Más detalles en nuestra cobertura especial de Otro Cese al fuego en Gaza, asolada por la guerra.  [1]