Una trabajadora del gobierno de la Ciudad de México trata de limpiar un graffiti con el número «43». El «43» representa el número de estudiantes «desaparecidos» de su centro de estudios en Ayotzinapa en setiembre de 2014 y se ha convertido en un símbolo de protesta para muchos mexicanos. Foto de Robert Valencia.
Hace algunas semanas visité México. Mi viaje significó más que ver las aguas turuqesas de la Isla Mujeres de Cancún, o la expansión urbana de la Ciudad de México, o estimular mis papilas gustativas con la ecléctica cocina mexicana. Fue una exploración con toda el alma al país y de cómo enfrentan los mexicanos la injusticia hoy.
A los mexicanos se les conoce por su carisma —el suyo es el país latinoamericano más visitado por los turistas. Desde un alegre “¡Buenos días!” en la calle a un no esperado “¡Buen provecho!” en un restaurante, la legendaria calidez mexicana siempre está en evidencia. Pero la cortesía de los mexicanos y su rica y noble cultura no se han interpuesto en el camino de la rabia y coraje que han debido adoptar para lidiar con la injusticia y la corrupción.
Desde la desaparición de los 43 estudiantes del colegio de Ayotzinapa hace tres meses, los mexicanos se sienten aun más furiosos por los vacíos encontrados en la investigación. En la primera semana de noviembre, el procurador general Jesús Karam anunció que los sospechosos detenidos confesaron haber “matado” a los 43 estudiantes. Pero sus restos —a excepción de los de un estudiante— todavía no se han encontrado, y muchos no creen en el infiorme oficial. El gobierno federal ha culpado a grupos criminales para no asumir la responsabilidad: de otro modo, el caso sería considerado un crimen contra la humanidad y podría llevarse ante tribunales internacionales.
El 9 de noviembre, Proceso, una de las principales revistas de investigación de México, publicó una serie de preguntas que los mexicanos han estado haciendo: ¿por qué no se está considerando a los agentes federales como cómplices de la desaparición? ¿Cómo es posible que tres pistoleros hayan reducido a 43 estudiantes? ¿Cómo es que personas como Alejandro Solalinde, sacerdote del lugar, supiera lo que había pasado un mes antes que el procurador general?
En la semana del 17 de noviembre —la víspera del aniversario de la Revolución Mexicana— una protesta masiva se estaba gestando. El 17 de noviembre, tuve la oportunidad de conocer a Reed Brundage, extrabajador del Programa de las Américas de Washington DC, en el barrio de Coyoacán, en Ciudad de México. En medio de varias tazas de café, Reed me ofreció este análisis de lo que está ocurriendo en México: “Es como si alguen agarrara un cuchillo y cortara para descubrir un cáncer que se está comiendo a este país desde adentro”.
Tan profundo y visceral como suena este diagnóstico, los mexicanos quieren tomar el asunto en sus manos para curar al país. A diferencia de años anteriores, se están atreviendo a desafiar el presidente Enrique Peña Nieto, cuyo partido, el PRI, gobernó México durante 70 años en el pasado siglo. Peña Nieto no ha ofrecido un plan de acción concreto y coherente, y su gobierno está luchando con una población —particularmente los jóvenes y educados— que está harta de la incertidumbre. Aunque algunos expertos no creen que se está dando una “Primavera Mexicana”, la población no está dispuesta a creer en fábulas y ahora exigen la verdad.
La casa de US$7 millones adquirida por la familia Peña Nieto echó sal a la herida. El 17 de noviembre, la primera dama Angélica Rivera declaró en televisión que compró la casa con dinero que ganó como actriz en Televisa, la mayor empresa televisiva de México. Su discurso no convenció a los mexicanos.
Un claro ejemplo del escepticismo de México fue lo que vino luego de la aparición en televisión de la primera dama Angélica Rivera esa misma semana, para explicar la compra de una mansión de US$7 millones en uno de los barrios más lujosos de la Ciudad de México. La compra exacerbó la indignación de los mexicanos, pues cuestionaron la fuente de los fondos que usó Rivera para comprar la casa. Rivera sostuvo que el dinero era la suma de todo el trabajo que hizo como actriz en Televisa, donde trabajó como actriz en las décadas de 1990 y 2000. Sin embargo, un informe de investigación de la periodista mexicana Carmen Aristegui mostró que la casa se había construido y tenía licencia de una empresa conocida de Enrique Peña Nieto cuando era gobernador del Estado de México. A la luz de esta revelación, muy pocos mexicanos creyeron que Rivera podría pagar una mansión multimillonaria con su trabajo en Televisa, pues sostienen que ni los artistas de Hollywood podrían adquirtir una propiedad tan costosa. A pesar de su compromiso de devolver la propiedad para evitar perjudicar más la imagen de Peña Nieto, los mexicanos no creyeron su versión de la historia, y aparecieron los memes en internet.
Muchos mexicanos no creyeron que la primera dama Angélica Rivera pudo ganar suficiente en Televisa para comprar una mansión de US$7 millones. Foto de Twitter, @YobyJackson.
La única manera de curar este cáncer es que las autoridades federales, estales y municipales sean todo los transparentes que sea posible cuando se trata de proceso judiciales, así como de hacerse responsables de sus acciones. Los gobiernos actuales y los venideros deben curar los problemas de corrupción dentro de sus instituciones —sobre todo en la rama judicial— así como desterrar a los gobiernos municipales y estales que están fuertemente influenciados por cárteles de la droga y grupos criminales.
Si Peña Nieto no es capaz de hacerlo, la misma población podría levantarse para detener la metástasis de México, y pedir un referéndum —o peor, reorganizarse como unidades de justicieros, como pasó en el estado de Michoacán. La cura final sería que los mexicanos entendieran que el destino de México es responsabilidad de todos, y que las acciones del gobierno deben estar bajo un riguroso escrutinio.
Los mexicanos han logrado combinar cortesía con coraje. Como me dijo el taxista que me dejó en el aeropuerto: “Detrás de Enrique Peña Nieto se puede ver la presencia de [el expresidente] Carlos Salinas de Gortari. No se equivoque, amigo mío: los mexicanos somos buenas personas, pero no somos tontos».
La prensa mexicana ha seguido la indignación del país desde la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. La portada de este periódico muestra a un preocupado Jesús Murillo Karam, que ha sido criticado por la falta de respuestas concretas con respecto al caso. Foto de Robert Valencia.
Robert Valencia es un escritor y latinoamericanista que vive en la Ciudad de Nueva York.