El país como espejo: Reflexiones de un joven colombiano en Bristol

Ésta es la segunda en una serie de entrevistas que exploran las experiencias de latinoamericanos que dejan su país de origen en busca de oportunidades nuevas y que vuelven la mirada con distintas ideas. En este post, Ana Hernández conversa con Pablo Uribe, un joven politólogo colombiano que ha adquirido la nacionalidad española y que hecho también de Bristol su residencia. La primera de estas entrevistas, hecha a un comerciante dominicano en España, puede leerse aquí.

Pablo

Pablo Uribe, fotografiado por la autora en Bristol (Reino Unido).

Pablo Uribe es pura poesía política. Lleva catorce años fuera de Colombia y para él, el sancocho es nostalgia. Es de Medellín, y de Madrid también. Pablo dejó Colombia a los 19 años y es, en la actualidad, ciudadano español, cosa que no detiene sus ganas de explorar. Este joven colombiano y español vive ahora en Bristol, desde donde reflexiona en esta entrevista sobre Medellín, las idea de partir, de volver y de reconocerse en un solo país: 

[Yo] era muy de la idea de volver a Colombia, tanto era así que al principio de vivir en Madrid fui muy reticente a pensar en mi situación administrativa como extranjero. Con el tiempo finalmente me hice ciudadano español; pero cuando ya vas por la segunda migración la casa que queda más cerca es la que acabas de dejar atrás. Terminas con un caos identitario importante.

El joven politólogo mantiene sus raíces al día gracias al contacto con familia y amigos. Eso y el resumen que le hacen las redes sociales desde el otro lado del Atlántico. Además, Semana, El Espectador, La Otra Orilla y La Silla Vacía, sólo para política, son también importantes puntos de referencia.

Aunque no fue sino hasta que cumplió 19 años que abandonó su país, Pablo tuvo tiempo para agarrar una mochila y recorrer Colombia. Empezó con 14 años, aprovechando el fin de semana o algún puente y siguió con las vacaciones escolares:

Fue durante esos años de adolescencia que visité la costa atlántica pero también la montaña; la cordillera en la zona cafetera, todo los alrededores de Medellín. Bajé también hasta Bogotá y continué luego con algunos otros lugares. Quizá sea que Colombia no tiene grandes atractivos como el Machu Pichu, la ruinas aztecas en México o el Perito Moreno en Argentina, pero creo que en conjunto es muy atractivo, cada parte hace un todo donde su gente es lo mejor.

Pablo cuenta también que fue probablemente durante su niñez que Medellín, sumida en los conflictos venidos por el tráfico de drogas, vivió su época más revuelta:

En los años 80 y hasta que muere Pablo Escobar en 1993, fundador y líder del Cartel de Medellín, la tasa de homicidios andaba entonces casi por el doble de lo que están ahora algunas de las ciudades de Centroamérica. Eso fue una guerra abierta y total.

Sin perder la sonrisa y explicando las cosas con pausa, Pablo recuerda cómo frente a la casa de su abuela llegaron a poner una bomba, cómo solía pensar que su padre no volvería del trabajo o cómo, ya de adolescente, rememora entrar a un restaurante por agua y encontrar tres guerrilleros armados jugando al billar:

No siempre te encuentras un tío con un fusil en un billar, pero era algo que ya no te producía miedo. Luego sí, después la cosa se complicó y tenía su riesgo salir por ahí, el peligro era objetivo. Ahora, que lo veo con perspectiva, pienso que viajar por el país en solitario es algo que no debí haberle hecho a mi mamá.

Pablo, que tiene hoy 33 años, no puede dejar pasar la ocasión de hablar de lo que hacía en Colombia cuando él estaba por marcharse:

El surgimiento de una extrema derecha, que se presentó ante todos con un discurso radical que apelaba al miedo y al nacionalismo, dejó poco margen para la crítica.

Fue justo en ese momento que Pablo descubrió la política, para después de aquello, ya en España, estudiar Ciencias Políticas:

Ahí fue inevitable no toparme con la realidad política de Colombia, y al vivirlo desde fuera creo que estuve en una posición privilegiada; por verlo con distancia y tener referentes con qué compararlo. Entonces choqué mucho con Colombia. Y aún hoy me queda reconciliarme con mi país en muchos aspectos.

Pablo retoma la crítica, o más bien la falta de ella, y a evoca la resistencia a la crítica cuando los grupos vuelven del estigma una parte de su identidad:

Cuando un país, una religión o una ideología está estigmatizada, se le convierte en victima y entonces sucede que está mal visto hacer crítica. Eso ocurría en Colombia. La nación entera cargaba con el estigma de ser un país inseguro y de narcotraficantes; así cuando llegó [el ahora ex-presidente de Colombia] Álvaro Uribe e hizo un discurso derechista, muy agresivo con la crítica que venía de fuera, todo se potenció. Y al que estaba fuera no se le consideraba suficientemente autorizado, su juicio no tenía la misma validez y se le acusaba de desconocimiento y de sesgo. Hubo una vez que un periodista que no era colombiano expuso que Medellín era el burdel a cielo abierto más grande del mundo. Ahí le cayó la reprobación encima.

Finalmente, Pablo comparte una reflexión sobre las imágenes que los medios tradicionales dieron a través de las «narco-telenovelas», un género de series televisadas que se han basado en historias ligadas al narcotráfico, y de cómo otras iniciativas en el mundo de las artes y cultura logran abrir el espectro de las imágenes que tienen los colombianos de sí mismos:

[No obstante] aprendimos a vivir con las diferencias. Y aunque fuimos exportadores de narco telenovelas que contribuyeron a estigmatizar la población o a objetivizar y denigrar a la mujer, hoy día hay en Colombia mucha gente está haciendo cosas muy buenas. Hay cosas interesantísimas dentro de la cultura, del arte o la música. Falta que llegue la normalización política, pero llegará 

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