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Una carta para el bloguero Natnael Feleke, preso en Etiopía

Categorías: Estados Unidos, Etiopía, Derecho, Derechos humanos, Medios ciudadanos, GV Advox
Trad Bar, Addis Ababa, Ethiopia. Photo by Rod Waddington via Wikimedia (CC BY-SA 2.0) [1]

Bar tradicional, Addis Ababa, Etiopía. Fotografía por Rod Waddington vía Wikimedia (CC BY-SA 2.0).

En abril de 2014, nueve blogueros y periodistas fueron arrestados en Etiopía. Varios de estos hombres y mujeres trabajaban con Zone9, un grupo de blogueros [2]dedicado a cubrir temas políticos y sociales en Etiopía y a promover los derechos humanos y la responsabilidad estatal por sus actos de gobierno. Cuatro de ellos eran autores de Global Voices. En julio de 2014, fueron acusados [3]conforme a la legislación nacional contra el terrorismo. Desde entonces, permanecen en prisión y su juicio ha sido postergado en varias oportunidades.  

Este artículo es parte de nuestra serie – “Ellos tienen nombre” – cuyo objetivo es destacar en forma individual a los blogueros que actualmente están encarcelados. Queremos humanizarlos, contar cada una de sus peculiares historias. Esta carta fue escrita por Amanda Leigh Lichtenstein [4], una escritora y poetisa norteamericana que ha trabajado durante mucho tiempo en Etiopía y otros países del este de África.

Estimado Natnael,

Los árboles en mi calle han reverdecido y están llenos de brotes, Natnael. Me resulta absurdo estar contándote del clima, pero no más absurdo que suponer que tengo palabras para comunicarme contigo que estás preso en Addis. Llevas un año en prisión, por una manera de escribir y de activismo que se nutren y definen por preguntas y reclamos. Te acusaron de recibir dinero e incitar a la violencia, y todo lo que te puedo decir ahora es que los árboles están verdes. Esto es todo lo que puedo hacer cuando siento que no hay mucho más que yo pueda hacer. Puedo recordarte, escribir sobre ti, decir tu nombre, e insistir para que los demás también lo hagan. Si te doy la espalda, me traiciono a mí misma como escritora.

Te estoy escribiendo desde la lluviosa Chicago, donde he estado buscando sobre ti en internet desde mi relativamente tranquilo y confortable departamento. Hace alrededor de un año que volví a mi país. Por la noche, oigo los autos que pasan por la autopista. Lo admito: la conexión a internet fue un gran alivio en mis primeros meses en EE. UU. Ahora que estoy en casa, nunca dejo de preguntarme cómo va la vida en Etiopía. Conservo mi tarjeta de Ethio-Net en un monedero lleno de amuletos y talismanes. Quemo incienso en el horno, converso cuando puedo en Viber y Facebook con amigos de Etiopía que aún están, de muchas maneras, en libertad. Cuando los meses pasan sin actualizaciones, es siempre por una razón: ¡Internet, yelem!

Police lead Natnael Feleke (center right) and fellow blogger Atnaf Berahane (center left) to court. Photo courtesy of Trial Tracker Blog. [5]

La policía conduce a Natnael Feleke (al centro a la derecha) y a su compañero bloguero Atnaf Berahane (al centro a la izquierda) para comparecer ante el tribunal. Fotografía cortesía del blog Trial Tracker.

La noticia de tu arresto no me sorprendió. Tanto tú, que eres etíope, como yo que soy norteamericana, vivimos atrapados en una maraña de trampas y clichés. Lo que podemos modificar, o no, de nuestros decepcionantes gobiernos depende del dinero disponible, del acceso a los medios, del coraje y la creatividad. Por la noche cierro los ojos y pienso en tu infortunado destino, y me pregunto cómo todos nosotros que estamos libres seguimos con nuestras vidas como si no tuviéramos nada que perder. De hecho, podemos perderlo todo.

Probablemente nos pudimos haber encontrado en algún lugar de Addis, cuando aún eras un leal empleado bancario, que recorrías Addis en minifurgonetas repletas de pasajeros, tomabas un macchiato por la mañana, spris o St. George por la tarde, te hacías lustrar los zapatos, probabas shiro picante con amigos, escalabas pendientes en la niebla, doblabas injera como besos, escuchabas a Aster Awake en un Peugeot azul, pasabas el rato en el Taitu antes del incendio, mirabas a la gente pasar cerca de las librerías en Arat Kilo. No te conozco, y no puedo decir que conozco Addis realmente, pero recorrí esas calles inundadas por la lluvia, entré con disimulo en cálidos cafés para reunirme con periodistas convertidos en observadores de pájaros, que intentan escapar de una carrera llena de temores y ansiedad.

En los meses previos a tu detención en abril de 2014, aterricé en tu gran ciudad varias veces, sintiendo vértigo, pensando que conocía algo de tu país, que sabía cómo moverme con impunidad, hablando de igualdad de género en el lobby del hotel, reuniéndome con artistas idealistas, bebiendo vino tinto mientras aprovechaba lo que una internet entrecortada me ofrecía en el hotel Jupiter.

Aprendí pronto que el éxito de mi proyecto dependía de andar con cuidado con las autoridades locales y federales, que debíamos adaptarnos a las restricciones de la autoridad regulatoria de las ONG en Etiopía, la CSOA [6]. Incluso esta carta es un riesgo acerca del que me advirtieron. Al escribir esta carta como un gesto público estoy poniendo en peligro a asociaciones, amistades, conexiones, redes y vínculos. Y para ser honesta, ignoro esas advertencias porque cierto grado de arrogancia norteamericana, supongo, me mantiene alejada del temor.

Hasta ahora he escrito y borrado varias versiones de esta carta – pero no puedo evitar preguntarme qué sucede cuando dejamos de escribir— hablar — comunicarnos buscando respuestas, como lo hacías en 2013, cuando te reuniste con el Secretario de estado norteamericano John Kerry en la Universidad de Addis Ababa y le señalaste sus contradicciones. ¿John Kerry te contestó aquella carta [7]? ¿No te has convertido aún en una prioridad de la política exterior? ¿No eres aún una crisis que estamos obligados a enfrentar? ¿Ha renunciado él a algo para liberarte? ¿Cuántos apretones de manos de todas las reuniones diplomáticas para el mantenimiento de la paz que tuvieron lugar en Addis fueron para conseguir liberarte?

Natnael with US Secretary of State John Kerry, Addis Ababa, 2013.

Natnael con el Secretario de estado norteamericano John Kerry, Addis Ababa, 2013.

Me da escalofríos saber que los cargos en tu contra se relacionan con tu reunión con Kerry de 2013. La premisa en su totalidad — un encuentro moderado y televisado entre estudiantes idealistas de Addis y el Secretario de estado norteamericano — parece una cruel puesta en escena en la que todos nosotros, ciudadanos y diplomáticos, occidentales y africanos, somos simplemente actores. Pero ¿qué más podemos hacer que asistir a esas reuniones, y que la vida de un giro inesperado? Podríamos quedarnos en casa, podríamos permanecer en silencio, pero cuando asistimos a ese tipo de reuniones, hay testigos. La realidad, entonces, no es algo estático, sino en movimiento. Cada pregunta es una piedra arrojada en el pozo quieto y estanco de la injusticia.

Esta es la verdadera “conversación difícil,” como cuando — te llevan frente a un juez una y otra vez acusado de terrorismo. ¿Con qué frecuencia la palabra terrorismo se sentirá víctima del abuso que hace de ella nuestro gobierno? ¿Qué sucede cuando nuestros escritos rompen lazos con el ilusorio mundo de los afectos? ¿Cuando nuestros escritos no son cartas de amor o listas de compras, sino una lista de reclamos, o un catálogo de sufrimientos? ¿En qué momento nos miraremos a nosotros mismos o unos a otros como en un espejo y notaremos solo amor en nuestras miradas?

Kerry te dirá que él defiende la justicia. En Libia, él pensó que debía ayudar. En Mali, pensó que debía ayudar. En Siria, pensó que debía ayudar. Él habló de crímenes de guerra, violaciones de derechos humanos y derecho. Y allá estabas —arriesgando mucho simplemente por expresar tus pensamientos libremente. ¿No te dijo Kerry que si querías cambios en Etiopía tenías que comenzar con la juventud? Aquí nos dicen lo mismo, mientras la policía asesina afroamericanos impunemente. Este momento histórico en ocasiones es sombrío, Natnael. Los árboles todavía reverdecen en medio de tanta tristeza.

Y tú blogueabas porque te importaba. Y estabas asustado. Intenté explicarle a estudiantes de secundaria de Chicago que las palabras de una persona tienen el poder de cambiar el mundo. Ellos no lograban entender que los escritores puedan ir a la cárcel por imaginar cómo sería un mundo distinto. Que eso sucede en muchos lugares. Que sucede una y otra vez, mientras los escritores estén dispuestos a seguir escribiendo para escapar de la locura de estos días. Y durante un tiempo, yo tampoco conseguía creerlo. Y entonces me enteré de tu existencia.

Envíanos noticias, Natnael. Esperamos tu respuesta.