Este artículo fue escrito por Sam Eaton [1] para The World [2] como parte del proyecto Across Women's Lives [3]. Originalmente apareció en PRI.org [4] el 5 de junio de 2015, y se publica aquí en el marco de un acuerdo para compartir contenidos.
Si salimos de las playas de arena blanca y los hoteles de Zanzíbar nos sumergimos en un mundo muy distinto. Un mundo en el que los polvorientos pueblos del interior de la isla se quedan sin luz en cuanto se pone el sol. Aquí es donde las diferencias entre las personas que tienen electricidad y las que no la tienen son más pronunciadas.
Kasia Hassan es una de las que no tiene electricidad. Madre de nueve hijos, ilumina su casa del poblado de Matemwe con diminutas lámparas de queroseno. Estas lámparas son solo un poco más luminosas que una vela, y llenan la casa de un espeso humo negro. Kasia agradece a Dios que ninguno de sus hijos haya tumbado una de estas lámparas y provocado un incendio, algo que sucede a menudo en Tanzania.
Kasia nos cuenta que la electricidad es algo que nunca se ha planteado seriamente. Es una decisión de hombres, dice, algo que debe resolver su marido.
Unas puertas más allá, el panorama es completamente distinto. En lugar de una sala oscura y llena de humo, Kanao Sharif Haji teje esteras de juncos bajo una brillante luz de bombillas LED alimentadas por una batería que se carga gracias a un pequeño panel solar que hay en el techo.
Por este sistema, más potente, limpio y seguro, Haji paga menos de la mitad de lo que su vecina se gasta en queroseno. Pero esto es solo una parte del ahorro. Haji dice que el trabajo que hace por la noche ha hecho aumentar los ingresos de su familia en 15 dólares al mes, una gran suma en estas latitudes.
El futuro de sus ocho hijos también es más brillante, sobre todo el de su hija de 14 años, Nuru Sheha, que estudia a su lado. Haji dice que Nuru es una buena estudiante y desea convertirse algún día en profesora de inglés o matemáticas.
La familia de Haji se ha beneficiado de una solución muy simple a un problema espinoso. En el África Subsahariana, la electricidad sigue siendo un sueño imposible para muchas personas. Con el menor número de líneas eléctricas del mundo y menos del 10% de la población con acceso [5] a este servicio, se dice que África es una «sociedad en eterna oscuridad». Según la Agencia Internacional de Energía [6], cerrar esa brecha con energía convencional tendría un coste estimado de $19 000 millones al año durante varias décadas.
Incluso los paneles solares estarían fuera del alcance de las familias pobres como la de Haji, si tuvieran que comprarlos. Así que en lugar de hacerlo, contratan a un grupo local de técnicos solares que instalan y mantienen el nuevo sistema por unos 3 dólares al mes.
Esto, en sí, ya es un gran cambio en este lugar aislado y tradicional. Pero lo que representa un cambio inmenso es quiénes son estos técnicos: son las 13 nuevas «mamás solares» —como ellas mismas se llaman— de Zanzíbar, madres analfabetas procedentes de pueblos como Matemwe, que fueron reclutadas y formadas por una ONG india llamada Barefoot College [7].
Hasta ahora, estas «mamás solares» han proporcionado electricidad a más de 600 hogares de la isla.
El sistema que Mize Juma Othman instaló hace poco en un techo metálico constaba de paneles fotovoltaicos, una batería, un inversor, tres lámparas LED y un cargador de teléfono. La instalación llevó media hora, y una vez que se dio la luz, la propietaria de la casa conectó su teléfono, otro servicio básico por el que hasta entonces tenia que pagar.
Fue ese momento cuando todo cambió para su familia, una sensación que Othman conoce bien.
Nos cuenta su propio camino hasta convertirse en una técnica en energía solar, una elección que le costó su matrimonio. Othman dice que cuando decidió marchar a India para realizar el programa de adiestramiento de seis meses, su marido la apoyaba. Pero otros hombres lo convencieron de que sus conocimientos la convertirían en una mujer promiscua, por lo que él se divorció.
Ahora Othman está casada de nuevo con un hombre al que no le importa que ejerza su profesión. Su salario de 60 dólares al mes tampoco hace daño.
Dice que conoció el dinero antes que los hombres y espera pasar su fortaleza y sus conocimientos a su hija pequeña y a mujeres de todo África, algo que pronto podrá poner en práctica. Othman y sus 12 compañeras compartirán sus conocimientos con otras mujeres en un nuevo centro de formación sobre energía solar financiado en su mayor parte por el gobierno.
Este nuevo centro «nos lleva a la realidad de que una vez que las mujeres se potencian, pueden hacer cualquier cosa», dice Asha Abdallah, ministra de Empleo, Bienestar Social, Juventud, Mujeres e Infancia.
Abdallah añade que muchos proyectos solares fallaron en Zanzíbar porque estaban gestionados por extranjeros que nunca prepararon a la gente local para que pudiera ocuparse de los equipos. Pero dice que este es diferente porque involucra a las propias comunidades. El centro formará a dos docenas de mujeres cada año, cada una de las cuales instalará y mantendrá 50 sistemas por año. Es el primero de los seis centros de adiestramiento sobre energía solar que Barefoot College tiene intención de construir en África, de Sudán del Sur a Senegal.
Y con la fuerte bajada en los precios de los equipos solares, este modelo gestionado por las comunidades se extiende rápidamente, cambiando formas de pensar incluso en los poblados más tradicionales.
En la villa de Kandwe, el comerciante Pandu Matti Salum puede ahora seguir abierto hasta tarde, porque se lo permite su nuevo sistema solar. Salum dice que su comercio se ha convertido en un lugar de reunión nocturno, lo que representa un mayor negocio para él. Dice que ahora planea expandir su comercio, y todo gracias a las instaladoras de energía solar, a quien dice apoyar totalmente.
Salum reconoce el cambio que han experimentado las mujeres en esta conservadora sociedad musulmana, pero los cambios que las mamás solares han traído a su vida tienen un límite. Cuenta que tiene dos esposas y ocho hijos, y con el creciente éxito de su negocio, espera casarse por tercera vez y tener más hijos.
La fuerza de la tradición es evidente en Kandwe por la noche, cuando solo los hombres del poblado se reúnen para rezar en la pequeña mezquita, iluminada con lámparas de queroseno, y no se ven mujeres por las calles. Es una forma de recordarnos que los cambios llevan su tiempo.
Pero como dice una de las mamás solares, «ahora solo somos 13, pero cuando seamos viejas, seremos muchas, muchas más» trayendo luz —y cambio— a Zanzíbar y otros muchos lugares.