Este post de Mabel Franco fue publicado originalmente en el sitio La Pública y reproducido aquí bajo nuestro acuerdo de colaboración.
Más que un juego es un virus. Un virus que pretende poner en evidencia prejuicios, borrar desequilibrios, hackear un mundo en el que la princesa de Disney ejerce su dictadura sobre las niñas.
El juego virtual “Niñas versus princesas” ha sido desarrollado por la productora Nicobis y su brazo PICA (Programas Inteligentes con Adolescentes), cuya presencia en la televisión, la radio y los impresos se diversifica ahora al mundo de las aplicaciones y los juegos virtuales hechos en Bolivia, una veta que se pretende explotar de manera sostenida.
Luego de pruebas con grupos focales, de escuchar y modificar, de incluir y ajustar, el juego estará listo para ser presentado en la Feria Internacional del Libro de La Paz, cita que se cumplirá en agosto de 2015, donde se instalará una habitación de adolescente y se podrá correr y saltar para evitar que el «princesómetro» se imponga.
Allí, en un stand que será acondicionado como habitación de adolescente, las chicas de toda edad podrán elegir, entre otros productos de PICA, jugar en pantalla grande a que escapan de esa imagen de perfección que, por si hiciera falta decirlo, se asocia con joven blanca y/o rubia, delgada, vestida con un largo y complicado traje casi siempre rosado y cuya mayor aspiración es gustar y ser besada por un príncipe.
Emiliano Longo, uno de los cerebros en Nicobis, cuyo cargo puede describirse como el de director creativo, es padre. Tiene una niña de tres años “a la que llamo princesa y quiero morderme la lengua por ello”. Lo que más le preocupa, sin embargo, es que la pequeña quiere ser como una princesa y lo que esto implica no se lo dijeron sus padres, “pero el concepto ya está dentro de ella, no sé cómo o desde cuándo”. Lo cierto es que la niña no acepta otro color de ropa que no sea rosa y cada que puede se calza los tacones de su mamá.
“¿Sabes?, estamos formateados”, concluye Longo, quien junto a la ilustradora Mónica Carreño, el programador de aplicaciones y juegos Enrique Oropeza y el creativo en el ramo Carlos Mercado han dado movimiento, recorrido y grados de dificultad a “Niñas versus princesas” con la ilusión de desformatear imaginarios.
Por favor, noooo
Dos niveles tiene el juego: uno básico, de correr y saltar, para niñas pequeñas, y otro con obstáculos que salvar, saltos altos y otras dificultades, para adolescentes.
Las jugadoras podrán elegir, en primera instancia, cómo va a ser su alter ego. La niña de la pantalla tiene opciones de color de piel (desde blanca hasta morada o el tono que se le ocurra), de cabello (de rubia a lo que se desee, lacia o ondulada) y la ropa que va a llevar: karateka, skater, grafitera, artista, científica, casual… todo, menos princesa.
Iniciada la carrera, que llevará por un bosque, por un salón de fiestas y por un castillo, el objetivo es evitar ser atrapada por el maquillaje con que un hada madrina pretende embadurnar a la jugadora (nubla la pantalla); el abrazo del vestido encorsetado y pomposo (es difícil saltar así), el ataque del ropero rosado que lanza zapatillas de tacón (con ellos, el caminar se ve ridículo) y, al final, el beso del príncipe. Aliados en la escapatoria son libros, pinceles, pelotas y otros objetos que invitan a la niña a diversificar sus elecciones o, lo que es lo mismo, a salvarse del encasillamiento de la realeza.
Si la jugadora no es muy hábil, el Princesómetro irá subiendo hasta convertirla en la -a estas alturas- odiada princesita. Y, ojo: aun si en la carrera se ha eludido los obstáculos, caer al final en los brazos del príncipe equivale a perder del todo.
Pobres princesas
Ya que de juegos se trata, la pregunta que se impone en tiempos de no discriminación es: ¿Quién defiende los derechos de las princesas? La respuesta del equipo no tiene piedad: durante un siglo Disney, el cine y toda la industria del espectáculo la han defendido, pero le ha llegado su hora.
Ocurre que, argumenta Longo, todos esos conceptos que internalizan las niñas “y sus madres” –sin hablar de valores asociados, un terreno mucho más complejo–, no son sino estrategias de venta, de promoción del consumo: así se les vende juguetes, colores, ropa de cierto tipo, collares, maquillaje “para niñas”, etc.
También por esa vía se sexualiza a las niñas desde muy temprano y se las empuja a que deben ser de cierta manera para gustar a los hombres.
En los grupos focales, lo que se hizo evidente, por lo demás, es que las niñas se enganchan en el juego. Y que les resulta patética la idea de las princesas, que ellas quisieran ser deportistas o científicas, que conocen compañeras aprincesadas que les resultan ridículas y otras respuestas que confirman a los creadores en el acierto de la idea.
Lo que sí: a los niños no les gustó para nada que como protagonista del juego esté una mujer. Así que ellos seguramente no aceptarán “Niñas versus princesas”, concluye Enrique Oropeza. Al respecto, Mónica Carreño comenta que en general hay pocos videojuegos que tengan a las mujeres en rol de líderes; y que aun si hay personajes femeninos presentes, están diseñados para gustar a los varones. “Yo siempre me he pregunta por qué las luchadoras están casi desnudas, luchando con bikinis mientras su compañeros asoman detrás de pesadas armaduras”, se ríe.
“Niñas versus princesas” ha tomado ya seis meses de trabajo y en dos más debe estar listo, de manera que quien lo desee, no sólo en Bolivia, lo descargue gratis de una página web. Se llevará asimismo a los colegios y se distribuirá junto con otro material lúdico-educativo de PICA, así como se pondrá a disposición en PlayStore y AppStore. Hay que señalar que Hivos auspicia esta iniciativa que en la Feria del Libro se podrá jugar dando saltos reales que leerá la pantalla. Los días de la realeza parecen contados.
1 comentario