El entrenamiento como masajista da una segunda oportunidad a las reclusas del norte de Tailandia

Prisoners apply makeup ahead of the day's massage customers.  Credit: Anne Bailey. Used with PRI's permission

Las presidiarias se maquillan antes de comenzar su jornada como masajistas. Crédito fotográfico: Anne Bailey. Utilizada con permiso de PRI.

Tanto este artículo como el reportaje radiofónico, realizados por Anne Bailey para The Worldse publicaron originalmente en PRI.org el 8 de setiembre de 2015. El artículo se republica aquí como parte de un acuerdo para compartir contenido.

Ponnipa Chanpeng cuenta que no tuvo otra salida. Cuando tenía 22 años, sus padres fallecieron y se tuvo que hacer cargo de su hermano pequeño además de la deuda de su padre. Sus parientes no la pudieron ayudar, los acreedores la acosaban día sí y día también, y los bancos no le concedían un crédito. Así que tomó una decisión desesperada; una decisión que acabó llevándola a la cárcel.

El número de mujeres en prisión sigue creciendo a lo largo y ancho de Tailandia. Entre 2006 y 2012, el país vio como el número de presidiarias aumentaba un 50%, la mayoría de las cuales cumplía condena por consumo, producción o tráfico de drogas (principalmente metanfetaminas). A pesar de que los funcionarios penitenciarios no me permiten preguntarle por los detalles del delito cometido por Chanpeng (o fotografiarla), ella me explica que solo planeaba llevarlo a cabo una o dos veces; solo lo necesario para conseguir el dinero para pagar la deuda de su padre. Pero al final la detuvieron.

En el tranquilo patio del Centro de Formación Profesional para Mujeres en Chiang Mai, las mujeres que se dedican a limpiar y recoger no parecen criminales reincidentes. Ni siquiera parecen mujeres que pudiesen darte un empujón en el metro. Sin embargo, son todas reclusas del correccional para mujeres que se encuentra a poca distancia de allí y más del 85% de ellas, como Chanpeng, están cumpliendo condenas relacionadas con drogas.

Chiang Mai Women's Correctional Institution director Arirat Thiamthong. Credit: Anne Bailey. Used with PRI's permission

La directora del correccional de mujeres de Chiang Mai, Arirat Thiamthong. Credito: Anne Bailey. Usada con permiso de PRI.

La directora del correccional, Arirat Thiamthong, relata que el caso de Chanpeng es bastante común. Las mujeres provenientes de la región donde viven las tribus de las montañas —un término utilizado de forma poco precisa para referirse a las comunidades de minorías étnicas que viven en el norte del país— se enfrentan a una serie de obligaciones culturales específicas que juegan un papel crucial a la hora de entender por qué acaban en estas situaciones.

Estas mujeres tienen «una mayor responsabilidad con sus familias en comparación con la que tienen los hombres», explica Thiamthong. «Tienen que hacerse cargo de los niños y de todos los asuntos familiares, y cuando ya no pueden dar de comer a su familia, es muy fácil persuadirlas para que cometan este tipo de actos». La reclusa Chanpeng les pide a los políticos que estudien por qué tantas mujeres como ella acaban en prisión.

«Algunas chicas lo hacen bajo amenazas. Y muchas otras aunque no estén amenazadas, están obligadas a hacerlo» explica Chanpeng.

Laundry hangs at the Women's Vocational Training Center in Chiang Mai. Credit: Anne Bailey. Used with PRI's permission

La ropa lavada cuelga en el Centro de Formación para Mujeres de Chiang Mai. Crédito fotográfico: Anne Bailey. Utilizada con permiso de PRI.

De todas formas, el índice de reincidencia en el Correccional de Chiang Mai es muy bajo. Este bajo índice se debe en gran parte a la princesa Bajrakitiyabha Mahidol, miembro de la familia real tailandesa, que se ha convertido en una gran defensora de los derechos de las mujeres en prisión desde 2006, cuando lanzó su iniciativa «Inspire». Este proyecto busca la mejora de las condiciones de las madres encarceladas y ayuda a la reinserción de las reclusas en la sociedad una vez cumplida su condena. El programa de formación profesional de Chiang Mai es un resultado directo de sus esfuerzos.

Todos los días una fila de clientes —en su mayoría turistas— esperan pacientemente por su masaje en el centro de Formación Profesional. Las citas se acaban enseguida así que mucha gente debe intentarlo al día siguiente.

In addition to massage, prisoners also learn seamstressing, cooking, embroidery and other trades.  Credit: Anne Bailey. Used with PRI's permission

Además de aprender a dar masajes, las reclusas también aprenden a coser, cocinar, bordar u otros oficios. Crédito fotográfico: Anne Bailey. Utilizada con permiso de PRI.

La directora Thiamthong explica que antes de que fuesen condenadas, las prisioneras ganaban bastante dinero. Si no encuentran otro trabajo que les permita pagar sus facturas una vez puestas en libertad, es muy probable que vuelvan a acabar en prisión. Cuando terminan su formación como masajistas, pueden ganar hasta 30 000 bahts tailandeses al mes (alrededor de 870 $), el cual se considera un salario decente en Chiang Mai.

Los centros de masaje de Chiang Mai saben que las mujeres reciben una buena formación y por ello contratan un gran número de alumnas graduadas. Además, estos centros tienen acuerdos oficiales con el centro de formación para garantizar a ambas partes la continua contratación de diplomadas.

Todas estas iniciativas son positivas para Chanpeng, la cual está cumpliendo sus últimos tres años de sentencia y completando su curso de formación como masajista. Sin embargo mientras hablo con ella, no puedo evitar sentirme triste. Esta mujer ha pasado los últimos 17 años en la cárcel básicamente por intentar ayudar a su familia. Tenía 22 años; sus padres acababan de fallecer; y tomó una mala decisión. Pero si yo estuviese en su misma situación, ¿habría actuado de otra manera?

Con 40 años, Chanpeng me cuenta que se ve reflejada en las mujeres que entran en prisión todas las semanas.

Inmates take care of the Center grounds each morning before customers begin arriving. Credit: Anne Bailey. Used with permission

Las reclusas se encargan del mantenimiento de las instalaciones del centro por las mañanas antes de que lleguen los clientes. Crédito: Anne Bailey. Utilizada con permiso.

«Siento pena por las chicas y por mí misma. He tirado mi futuro a la basura» confiesa. Pero al menos ahora, Chanpeng sabe cuál será su siguiente paso.

«Tengo confianza en mí misma para seguir adelante» explica. «No me quiero inmiscuir en asuntos de drogas como la última vez. Creo que encontraré mi propio camino».

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