El siguiente es un artículo asociado de EurasiaNet.org escrito por Paul Rimple. Republicado con permiso.
Estoy tocando el solo de armónica del blues «Walking By Myself» del gran Jimmy Rogers en una pequeña plataforma improvisada en un hotel en la sucia playa georgiana del pueblo de Ureki. Entre el público hay 25 representantes del gobierno local sentados en una mesa larga, deleitándose con un tradicional mtsvadi (brocheta de cerdo asado), khachapuri (tarta de queso) y ensaladas de tomate y pepinos a las hierbas. Escuchan impasiblemente la actuación de nuestra banda.
No es fácil encontrar una audiencia que guste del blues en Georgia. Los restaurantes favorecen un repertorio polifónico o algún cantante con teclados tocando éxitos del pop de la era soviética. La mayoría de los dueños de bares esperan que las bandas interpreten a todo pulmón los favoritos de siempre como «Pretty Woman», «Another Brick in the Wall» de Pink Floyd y «Tears in Heaven» de Eric Clapton.
Nosotros no tocamos esas canciones y no nos disfrazamos con lentes Rayban, sombreros negros y angostas corbatas negras. Hemos tocado en algunos restaurantes, pero los comensales de khinkali (bolas de carne hervida) son malos oyentes y el blues es una forma interactiva de música.
En Ureki, los invitados, un grupo de gente educada de mediana edad que viene de Rusia, Armenia y la capital Tbilisi, están sentados mirándonos como si fuéramos un televisor. Por lo menos los niños, que son la audiencia más honesta del mundo, están bailando.
Nuestro batería, David Manizhashvili, ha estado intentando durante años que yo actúe con nuestra banda, The Natural Born Lovers, en Ureki, una aldea desgastada que se encuentra entre los puertos de Poti y Batumi del Mar Negro de Georgia. Pero ya he compartido un cuarto pequeño y un baño con mis cuatro compañeros de banda roncadores en un centro turístico. Además tengo un trabajo de día y soy muy exigente con los trabajos temporales.
Sin embargo, los miembros de mi banda georgiana no cuentan con esos lujos. Con excepción de nuestro guitarrista, Tamaz Tkhinvaleli, quien posee una pequeña panadería en el barrio, logran sobrevivir de alguna manera con lo que ganan tocando música por 30 o 40 laris (alrededor de 13 a 17 dólares estadounidenses) por noche.
Pero aún con sus dos voces femeninas, Nino Glonti y Bako Alania, quienes pueden cantar canciones populares más apropiadas para las audiencias locales, el trabajo ha sido escaso estos últimos meses.
Así que, es Ureki. Pero por lo menos esta vez conseguí mi propio cuarto .
La última vez que estuve en este pueblo fue en abril de 2012. Había venido a informar de una historia acerca de cómo los funcionarios locales de la región de Guria estaban presionando a los miembros de la oposición para que votaran en contra de la coalición Georgian Dream (Sueño Georgiano) en las elecciones parlamentarias venideras. Los miembros de la oposición de ayer se convirtieron en el gobierno de hoy después de esa votación, pero al parecer eso es todo lo que ha cambiado en Ureki.
Según las estadísticas del Banco Mundial, Guria sigue siendo una de las regiones más pobres de Georgia, con un 54,8 por ciento de su población estimada de 113.221 personas viviendo por debajo del umbral de la pobreza. Irónicamente, dos de las personas más ricas de Georgia, el multimilmillonario ex Primer Ministro Bidzina Ivanishvili y el difunto milmillonario Badri Patarkatsiashvili, construyeron complejos en la playa de Ureki, la pequeña parte de Mar Negro de Guria.
Desarrollar Ureki sería vital para la riqueza económica de Guria, ya que el lugar se parece mucho a cuando lo visité por primera vez a principios de siglo. La principal resistencia al avance del pueblo son las calles fangosas llenas de baches mientras la basura deteriora las playas de arena negra por las que Ureki es famoso.
«No hay infraestructura aquí. Si la hubiera, la gente invertiría», dijo Khatuna Lagazidze, la co-propietaria angloparlante del sanatorio de Kolkhidze, presentadora y jefa de nuestra banda.
El sanatorio de la playa abrió en la década de los 70 y era popular entre los ciudadanos soviéticos que creían que la inusual arena de Ureki era buena para la artritis reumatoide, la parálisis, la presión arterial alta y varias enfermedades. Pero la caída del comunismo y el subsecuente hundimiento de Georgia en un caos social y económico fue la sentencia de muerte para los centros turísticos de salud y de vacaciones por todo el país, añadió Kolkhida.
Lagazidze y su esposo Amiran, ambos oriundos de Tbilisi, compraron el hotel a mediados de los años 90 y lo remodelaron, incluyendo una playa privada limpia. Sin embargo, los vestigios del pasado comunista georgiano son evidentes en prácticamente cada centro turístico familiar del país, los cuales normalmente ofrecen paquetes con todo incluido y tres comidas al día. Además, el entretenimiento también es a menudo parte del paquete, en todo el sentido de la palabra.
Nuestra banda ha compartido el escenario con payasos, bailarinas, modelos aficionados portando torpes diseños y vacuos maestros de ceremonias. Podría pasar por un espectáculo surrealista que Federico Fellini envidiaría.
En un concierto de año nuevo en Bakuriani, un punto popular para las escapadas invernales en el Cáucaso Menor de Georgia, un hombre ebrio se enojó porque no interpreté a Tracy Chapman, así que me quitó el micrófono y comenzó a vociferar una imitación de James Brown de «I Feel Good.» Ese fue el año en el que nuestros jefes nos mandaron a un viejo hotel abandonado sin calefacción, toallas o artículos de aseo. Juré nunca volver a tocar en Bakuriani otra vez.
Kolkhida no es tan torpe. Quiere ofrecer algo que pueda apreciar toda la familia. Además de nuestra banda, tenían un joven y nervioso maestro de ceremonias que presentó el karaoke y un «maestro de la magia,» Zurab Vadachkoria, quien hizo unos trucos que incluían el del teléfono móvil en una botella de plástico.
Si la audiencia es indiferente, tocamos más fuerte. Mientras empezamos con un número de Slim Harpo, la sección rítmica va tomando fuerza antes de que Tamaz, nuestro guitarrista, haga trizas el solo.
A veces vale la pena. Kolkhida quiere que regresemos el próximo verano y me pidió que también lleve a mi familia.
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