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¿Qué se considera personal cuando eres sirio?

Categorías: Medio Oriente y Norte de África, Siria, Derechos humanos, Guerra y conflicto, Ideas, Medios ciudadanos, Migración e inmigración, Política, Salud, The Bridge
Salaheddin, Aleppo. PHOTO: Freedom House (CC BY 2.0). [1]

«Querían negar a las familias su derecho a odiar un régimen que ha asesinado, encarcelado y secuestrado a sus hijos». Escena en Salaheddin, Aleppo, Siria. FOTOGRAFÍA: Freedom House (CC BY 2.0).

Este post es parte de una serie especial [2] de artículos de la blogger y activista Marcell Shehwaro que describen las realidades de la vida en Siria durante el conflicto armado entre las fuerzas leales al régimen actual y quienes tratan de derrocarlo.

Acudo semanalmente al sicoterapeuta, y lo hago sin ninguno de los sentimientos de vergüenza tan extendidos en esta sociedad con respecto a esta práctica. Pero tengo una punzada de culpabilidad dentro de mí que está desgastando lo que queda del amor por la vida en mi corazón.

El miércoles al mediodía es cuando me escabullo del trabajo para hablar sobre las cosas de la vida. Al final de la sesión, el sicoterapeuta me dice: “pero nunca hablas sobre nada personal”. Y me toma por sorpresa, sobrepasada por ese absurdo deseo de querer aparentar que llevo razón o de ganar las discusiones (como dicen mis amigos que siempre hago) para demostrarle a mi terapeuta que se equivoca.

¡Y fracaso!

No estoy segura de qué constituye exactamente “lo personal» y «lo público» en la existencia normal de una persona siria. Mis amigos son los amigos de la resistencia, nuestras vidas están entrelazadas como resultado de la cárcel, las huidas y de la memoria de nuestro amigo mártir. La única persona en mi familia con la que todavía mantengo contacto es mi hermana, quien se vio obligada a desplazarse por motivos de seguridad relacionados conmigo. Su desplazamiento es parte de la hemorragia siria hacia el resto del mundo.

Mi trabajo es una continuación de la coordinación para la revolución.

E incluso mi vestimenta refleja mi género en las reuniones en las que traiciono mi derecho, como mujer, a parecer más seria de acuerdo con las normas de la sociedad en general. O quizás es todo lo contrario: un reflejo de mi libertad frente a la interferencia inexcusable en la intimidad de las mujeres.

¿Mi cuerpo? No estoy segura de si me gusta o no. Forma parte de mis creencias pensar que la belleza tiene diferentes formas, en contra de la clasificación uniforme de los medios de lo que se supone que es la belleza.

Vivo en una ciudad con la que no sé cómo hacer las paces. Es la opción más cercana a Siria, y la más viable. Mis sentimientos hacia ella son irrelevantes cuando se trata de hacer «el bien por la causa».

Todo lo que leo es acerca de la revolución o de las revoluciones de los demás, y a veces sobre sus guerras. Mi fijación actual, por ejemplo, es leer sobre la guerra civil libanesa. Todo lo que escribo es sobre la revolución y cómo esta ruge dentro de mí.

Hace un tiempo tuve una cita con un hombre. Comenzó la conversación, tal vez para apaciguarme, preguntando si sabía si se llevarían pronto a cabo las conversaciones del Tercer Convenio de Ginebra. Había olvidado lo que era conocer a alguien normal y hablar de cosas normales. Ni siquiera me sé las canciones de moda actuales, a excepción de las revolucionarias producidas en los últimos cinco años.

No hay nada «personal» en absoluto.

Incluso mi revelación, en el primer párrafo, de acudir a un psicoterapeuta, es para animar a que la gente como yo admita su depresión. Es una revelación constructiva. Hay un rufián armado en mi cabeza, y mis pensamientos felices están llenos de bombas. Un millar de puestos de control y francotiradores impiden que los recuerdos fluyan.

Al principio de la revolución, los partidarios de Bashar Al Assad nos acusaban de decir que nuestra oposición al régimen «se basaba en sentimientos personales». Querían negar a las familias su derecho a odiar un régimen que ha asesinado, encarcelado y secuestrado a sus hijos. Pero, ¿cómo separar lo personal de lo público en tu resentimiento hacia aquellos que quieren matarte sólo porque has intentado hacer valer tus derechos personales y públicos?

Después de esta sesión de lluvia de ideas no puedo enfadarme con mi terapeuta, así que evito su mirada. Tiene toda la razón: tengo que dejar mi debate pacífico y confesar que tengo miedo de mis pensamientos personales.

Sonrío tímidamente, como suelo hacer, cuando me gana en el intento de ser más lista que él. Frustra todos mis intentos de fingir que soy fuerte y vence mi oscuro sarcasmo, y provoca una respuesta verdadera:

¿Estoy reflejando la guerra en lugar de la revolución y, así como la guerra, estoy yo llena de enfermedad y muerte? Mis sentimientos de culpa me impiden gritar que una revolución sana es, ante todo, el trabajo de la gente sana. Tengo miedo de Marcell, de su soledad, o de su confusa brújula de valores, de su relación con un Dios a quien acudía para todo antes de la guerra. Tengo miedo de encontrarme con ella y horrorizarme.

Me pide que, para nuestra próxima sesión, busque espacios personales en los que pueda divertirme. Presiento (y soy una persona a quien le encantan los retos) que esta va a ser una de las tareas más difíciles a las que voy a tener que hacer frente este año.

¿Personal? ¿Como qué?