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Los dos lados de la realidad: Una lección de verano en la isla de Quíos

Categorías: Europa Occidental, Grecia, Buenas noticias, Derechos humanos, Desastres, Medios ciudadanos, Migración e inmigración, Refugiados, Relaciones internacionales, Respuesta humanitaria, The Bridge
A family of refugees sits on the ground in Piraeus Harbour, watching out towards the sea, waiting for the bus to bring them to the metro station. Photo by Michael Debets Copyright Demotix (28/9/2015). [1]

Una familia de refugiados sentada en el suelo del puerto de Piraeus, mirando al mar, esperando el bus que los llevará a la estación de metro. Foto por Michael Debets, Derechos Reservados Demotix (28/9/2015).

Por Artemis Touli 

Este fue un verano duro –y por favor, no empecemos con el típico, «Vamos que aún es setiembre…» El verano ha terminado; el otoño esta aquí. El verano pasado dejó una lección que continuará por otoño, invierno y mucho más aún, siempre que la miseria persista dentro y fuera de nuestro país.

Dentro de un universo de crisis, polarización, miseria y resentimiento en Grecia, tuvimos una temporada turística aquí en Quíos, donde la crisis no llegó después de todo, y puedo dar fe de ello como testigo presencial.

Y entonces llegaron los refugiados. ¿O «migrantes ilegales»? ¿Inmigrantes? Simplemente los llamaré «Gente perseguida», personas buscando esperanza. Y así los extranjeros se convirtieron en una necesidad más, sumada a los de la propia población local.

Cada día se repite la misma imagen en el puerto de Quíos: embarcaciones de la guardia costera llevan hacia la orilla a las personas que recogieron durante la noche previa y temprano en la mañana. Se hace lo mismo con los botes que navegan desde Psara y Egnousa, dos pequeñas islas cerca a Quíos. Durante el verano, el desembarco tomó lugar en el día y atardecer, en cada playa, a lo largo de las costas turcas. Un tiempo después, los buses llegarían para recoger y llevar a estas personas hacia las autoridades portuarias, donde la Cruz Roja estaba dispuesta a dar primeros auxilios u otra asistencia médica.

Cada mañana, el puerto se convierte en un tendedero gigante con ropa, zapatos y artículos personales que el ocaso encontrará secos, dentro de las mochilas y listos para continuar el viaje de esperanza. Cada día, las mismas personas vigilan las costas en turnos rotativos, recogen náufragos, los registran, les facilitan la documentación necesaria y les permiten continuar su viaje de esperanza. Cada día, cada mañana. En el puerto. Las autoridades portuarias, los trabajadores de la Cruz Roja, los voluntarios, los socorristas. Las personas comunes que van al jardín público de Quíos cada día y donan lo que pueden dar.

Claro que existen actos de mala conducta y desastres. Las personas desaparecen entre la multitud, las peleas aparecen, inocentes son castigados por algo ajeno a su control. Pero, no deberíamos olvidar y por ningún motivo que existen personas que cumplen una labor de 24 horas al día, para salvar a otras. Los vemos cada día. Cada mañana. No deberíamos permitir que nada les impida hacer su trabajo.

Un día conocí a una pareja siria en busca de una casa de cambio. Fue domingo. Preguntaron que país era este y cuál era su moneda — ellos pensaban que habían llegado a Italia. Ademas, debido a que muchos refugiados llegan a las costas de Turquía de noche, se les dice mientras hacen la travesía, que simplemente lo hagan cruzando un gran río. Uno de los momentos más emotivos que he experimentado fue cuando un refugiado me preguntó si había una mezquita en la isla  porque él deseaba rezar. Me sentí mal cuando le dije que «sí, había una, pero no podrá acercarse porque está permanentemente «en construcción». Las imágenes y experiencias son muchas y quedarán por siempre en nuestras memorias, porque fue una estación diferente, un inusual verano, y cambió todas nuestras ideas y perspectivas.

El verano pasó. Y aprendimos cómo ser humanos, cómo organizar nuestras necesidades; aprendimos que siempre habrá situaciones peores que las nuestras, y que nada en la vida puede darse por sentado. Nosotros aprendimos que si tenemos algo demás, deberíamos dárselo al prójimo, quienquiera que pase a ser, y no desperdiciarlo. Aprendimos a no desperdiciar nada y volver a usar todo. Vimos ambos lados de la realidad.

Este artículo fue publicado originalmente en griego en el portal StasiNews [2].