Viena: El tren de la esperanza

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FOTO: Arzu Geybulla

Wien Hauptbahnhof, la estación de tren principal de Viena. Es setiembre, dos meses antes que la violencia mortal de la que huían los refugiados tocará Beirut y París. Han pasado algunos días de tranquilidad, especialmente desde el arribo de mas de 5.000 refugiados el 14 de setiembre.

«Esto no es nada comparado con lo que pasamos unos días atrás», me dijo un voluntario llamado George. «¡Había carpas por todos lados!, no había lugar para moverse. Realmente fue un espectáculo imponente», aseguró.

Las listas pegadas en las paredes del espacio improvisado como oficina utilizado por los voluntarios, muestran el número aproximado de refugiados que arriban a diario desde el 1 de setiembre. Comienza con 1.000 y llega a más de 5.000.

Esa noche quizás vi sólo unas cien personas en la estación, conjuntamente con los tantos voluntarios. Estaba tranquilo: las personas tomaban la cena mientras los niños deambulaban por los alrededores y jugaban con juguetes donados. Algunos refugiados esperaban el próximo tren, algunos con la esperanza desesperada de poder encontrar – o costear – boletos cuando llegara el momento.

La administración de la estación de tren cierra el hall central a los refugiados todos los días a las 10 pm. Sólo aquellos que poseen boletos para el tren que parte primero hacia Alemania a las 6 am pueden pasar la noche en la estación. Los demás parten hacia refugios cercanos.

Uno de estos refugios es nuevo, y está ubicado a unas cuadras de la estación de tren. Se trata de una especie de donación de un banco local, que ha cedido la totalidad de su planta baja para ser utilizada como refugio. Hay baños y duchas improvisadas fuera de la entrada principal. «Se necesita autorización del departamento de prensa del banco», me han dicho amablemente en la puerta, cuando intenté filmar dentro. Para evitar la aglomeración el refugio acepta un número limitado de gente. Pero hay otros lugares a los cuales dirigirse, y en algunos casos, las familias locales invitan a los refugiados a pasar una o dos noches en sus hogares.

Turkish volunteers at the train station. PHOTO: Arzu Geybulla

Voluntarios turcos en la estación principal de trenes en Viena. FOTO: Arzu Geybulla.

Durante los primeros días en los que el flujo de refugiados tuvo lugar, el país no se estaba tan organizado. De hecho, Austria fue fuertemente criticada en un artículo del New York Times por las pésimas condiciones de los centros de refugiados en el área de la frontera..

Un grupo en particular decidió tomar cartas en el asunto con sus propias manos. Se autodenominan «El tren de la Esperanza» [#TrainOfHope], esta cadena de cientos de voluntarios trabaja mediante turnos en la terminal principal. A veces, estos turnos son de más de 48 horas.

«Nosotros nos aseguramos de que la gente aborde los trenes correctos cuando sus trenes arriban. También ayudamos a los refugiados a tomar los buses que se dirigen a sus hospedajes temporarios», explica George.

Ellos también se aseguran de que los refugiados confíen en los voluntarios, especialmente luego de travesar un largo y extenuante viaje. La gente llega enferma, lastimada, fatigada, por lo cual los voluntarias hacen lo posible para ubicarlos y  darles toda la ayuda que pueden.

Pero en la estación de tren no hay solo un grupo de jóvenes voluntarios que ayuda a los refugiados. Hay una mesa de ayuda legal que cuenta con abogados que brindan asesoramiento relacionado al proceso de asilo y los pasos subsiguientes; un hospital improvisado con médicos y enfermeras, puestos de comida donde los residentes llevan viandas, frutas y snacks; un área para los niños; una mesa de personas desaparecidas, y carpas ubicadas fuera de la estación con provisiones médicas, comida y ropa. También hay un equipo de medios sociales que mantiene la página de Facebook «Train Of Hope» actualizada con información, y permite a la gente saber que se necesita en la estación.

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Cargando los teléfonos celulares en la estación de trenes en Viena. FOTO: Arzu Geybulla.

Mientras caminaba por la estación conocí una joven familia curda. No podía sacar mis ojos del pequeño niño que estaba en el suelo y jugaba con lápices de colores y juguetes que su madre le había dado. El tenía grandes ojos sonrientes. Me le acerqué y saludé a su madre. Ella me dijo que iban camino a Suecia. Su marido, su hijo e hija esperaban encontrarse con sus familiares, quienes los esperaban allí. El marido se nos unió para jugar con el pequeño Ruzgar para que su madre pudiera hablarnos. Ella no hablaba inglés, pero con la ayuda de otros refugiados y traductores voluntarios pudo contarme su historia.

Su viaje comenzó en Qamishli, noreste de Siria, desde allí, los cuatro, fueron a Turquía un mes antes aproximadamente. Primero cruzaron la frontera sirio-turca a pie, pagaron 200 euros por persona. Les llevó un día cruzar la frontera, y otro más viajar hacia el oeste, hacia Izmir. Esperaron dos semanas en Izmir antes de poder encontrar un lugar en un bote a Grecia. Para ello tuvieron que pagar una suma considerable: el viaje a Grecia cuesta 200 dólares para un niño y hasta 3.000 por adulto.

Esperaron nueve días en Grecia. «Fue muy duro allí», ella me asegura. «Tuvimos que vivir en la calle, sin comida ni refugio. Los niños tenían frío y miedo. Fue muy duro». Desde Grecia, se las arreglaron para llegar a Macedonia, luego Serbia, luego Hungría, y finalmente Austria. Su cuñado y cuñada viven en Suecia, la familia planeaba cruzar Alemania para llegar hasta allí.

Tenían esperanza.

Desde que los conocí no dejo de pensar en esta familia. ¿Habrán logrado llegar a Suecia?, ¿habrán quedado varados en Alemania?. Quiero creer que lo lograron, y aún si no lo hicieron, quiero creer que pronto podrán reunirse con su familia en Suecia.

De vuelta en la estación de tren, las cosas se estaban calmando. Los voluntarios cambiaban los pisos, los voluntarios en la cocina improvisada limpiaban y empaquetaban la comida. Lo más importante, gracias a los voluntarios y a su increíble trabajo, había esperanza en el aire.

Mira una versión de este post en YouTube.

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Servicio de mesa por los voluntarios en la estación principal de trenes en Viena. Foto: Arzu Geybulla.

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