Arash Azizi es un periodista iraní, ex colaborador de la BBC y actualmente empleado de la web persa de comunicación Manoto, con sede en el Reino Unido. Azizi llegó a París el sábado 14 de noviembre, al día siguiente de los atentados, para informar de la visita del presidente iraní, Hasán Rouhaní. Tras cancelarse la visita de Rouhaní, Azizi aprovechó su viaje para cubrir las secuelas de los ataques.
«Eres igual que cualquier periodista tradicional» escibió un correligionario de izquierdas, furioso con mi espontánea sugerencia de que ciertas muertes «interesan más» a la prensa que otras (parece que las comillas tampoco habían ayudado mucho).
No obstante, mi argumento original era simple: miseria humana y muerte son cosas que ocurren constantemente por todo el mundo. Lo que hizo del ataque de París una noticia mundial no fue el gran número de muertos (unos 130), sino el hecho de que sucediera en una ciudad del «primer mundo» que normalmente se considera «segura». Esas explosiones en Bagdad y Beirut, pocas horas antes, que mataron a un número similar de personas, en ataques similares, perpetrados por el mismo grupo, no cambian un triste hecho. Por desgracia, las masacres son mucho más comunes en Bagdad y Beirut, y por tanto menos «interesantes» para los medios. Si, por ejemplo, pasara un año entero en Bagdad sin ninguna explosión terrorista, eso sí que interesaría a la prensa. En las zonas fuera del 15% del mundo donde la gente vive en burbujas de seguridad, la vida humana se destruye más fácilmente.
¿Tenía mi amigo derecho a enfadarse?
Por supuesto que sí. Que nuestro mundo sea tan desigual es el brutal legado de cientos de años de colonialismo y opresión. Dejando aparte las jubilosas celebraciones de la «globalización», el hecho es que en 2015, nuestro sistema global sigue siendo feudal en un sentido fundamental: el lugar en el que naces tiene más influencia a la hora de determinar tus probabilidades de éxito (o cuánto tiempo vivirás) que prácticamente cualquier otro factor.
La esperanza de vida en Sudáfrica, el país más rico del continente africano, es de 59 años. Esa cifra es al menos 20 años menor que en Europa o ciertas partes del Sudeste Asiático. Por hacer más comparaciones, solo es 9 años mayor que la esperanza de vida media mundial de 1950, y 11 años menor que la media actual, que es de 70 años. Y una mirada a las cifras relativas a los sudafricanos negros nos muestra un panorama aún más claro de la asombrosa desigualdad del mundo en el que vivimos. Los medios deben encontrar la forma de recordar al público esta realidad fundamental.
Pero la cuestión sigue siendo que no son «Los Medios» (que escribo con mayúsculas deliberadamente) los que de forma misteriosa y maligna llevan a cabo una conspiración racista que da más valor a ciertas muertes que a otras. Los medios tradicionales tienden a reflejar algunas de las normas, valores y prejuicios existentes en una sociedad, aunque por fortuna, algunas agencias públicas de noticias, como la BBC o la CBC canadiense, también cuestionan muchos de estos prejuicios.
Ciertos liberales tienen la condescendiente opinión de que las masas están atontadas por Los Medios, pero tampoco es cierto. Fuerzas oscuras como el racismo y los prejuicios tienen profundas raíces en nuestras sociedades, y los distintos medios las intentan eludir de diferente forma. Algunos luchan contra ellas, otros las alientan (pensemos en Fox News). Pero la concepción orweliana de una sola tendencia mediática que controla nuestros cerebros al estilo 1984, tampoco se ajusta a la realidad.
Es cierto que la propiedad monopólica de los medios es un problema en muchos países. En este mundo capitalista en el que vivimos, la mayor parte de las fuentes de información están controladas por un pequeño grupo de personas. Incluso en el caso de un servicio público de información como la BBC, falta perspectiva democrática, y en los más altos niveles, las cosas están dirigidas por ciertos «hombres trajeados». Pero como puede afirmar este periodista, mis colegas y los trabajadores de los medios no son simples ovejas sin agencia, que se limitan a canalizar la propaganda de los amos de los medios. Años de sindicalismo y lucha por parte de los periodistas han dado como resultado un cierto grado de autonomía. La gente no suele hacerse periodista para convertirse en vasallo de la clase dirigente. Por lo general, lo hace porque está comprometida con el relato de la verdad y con cantarle las verdades al poder.
Lo que me trae de vuelta a la comparación de París con Bagdad y Beirut.
¿Es cierto que «Los Medios» no informaron de estas atrocidades? Por supuesto que no. Lo hicieron y lo hacen todos los días. Estoy consultando la web de la BBC ahora mismo, y en su primera página se habla de muertes en Palestina y Colombia. O tomemos el ejemplo de los refugiados. ¿Podemos decir honestamente que «Los Medios» no han cubierto este tema lo suficiente? ¿O que han hablado en su contra? Por supuesto, depende de qué medio hablemos, pero los Daily Mails no son más prominentes que los medios que han informado del tema con humanidad.
Por tanto, si el conocimiento de los sucesos internacionales no se propaga lo suficiente en ciertas sociedades, no puede ser culpa solo de Los Medios.
Eso no significa que no podamos criticar la cobertura de los medios. Solo significa que las críticas pierden sentido si se hacen sin informarse ni reflexionar, o si caen en la generalización.
Una de las críticas que pueden hacerse es la poca memoria histórica de la mayoría de periodistas. Como periodista y también estudiante de Historia, soy muy consciente de este hecho. Ya que somos personas cuyo trabajo está sujeto a cambios diarios en una situación, los periodistas podemos obviar en ocasiones el panorama (histórico) general. Los sucesos corrientes pueden confundirse con los extraordinarios, los prejuicios comunes que podrían refutarse con una pequeña dosis de conocimientos históricos pueden darse por sentados.
Por ejemplo, los horrendos ataques del 13 de noviembre fueron calificados insistentemente por la prensa como «sin precedente» en Francia desde la II Guerra Mundial. Sin embargo, el 17 de octubre de 1961 unas 30 000 personas que se manifestaban en París a favor de la independencia de Argelia fueron brutalmente reprimidas por la policía francesa. La cifra oficial fue de 40 muertos, aunque se cree que podrían haber llegado a los 200.
Pero no había ninguna conspiración racista tras esta falta de información. Era una falta básica de conocimiento histórico, un serio problema que sufren muchos periodistas, a menudo más versados en asuntos actuales que en historia, aunque la historia es muy útil para el honesto ejercicio de nuestra profesión.
¿Qué debemos sacar de todo esto?
Que en lugar de hacer denuncias generales de conspiraciones, es más útil enfrentarte a tu medio y mostrar dónde se equivoca, pero recordando que las agencias de noticias no existen fuera de la sociedad.
También hay que tener presente la causa más persistente del mal periodismo: la falta de recursos.
Con las recientes perturbaciones del sector mediático, que a su vez son resultado de una economía capitalista anárquica e irracional, muchos medios no emplean a gente suficiente para producir el periodismo de calidad que merece el público. ¿Haremos algo para solucionar este problema? ¿Añadir un gasto en prensa al presupuesto familiar? ¿Llamar a nuestro congresista y pedir más fondos para los medios públicos?
Cuando este corresponsal llegó a París al día siguiente de la masacre, solo tuvo 24 horas para contar una historia en televisión. ¿Dónde debería haber ido? ¿Con quién debería haber hablado? ¿Cómo mantener el equilibrio entre las historias humanas y el panorama general? ¿Hay que mostrar los bellos sentimientos de solidaridad en París, pero también informar de la cara más fea de las cosas? Estas son algunas de las preguntas que los periodistas deben considerar siempre, siendo a la vez conscientes de la falta de recursos suficientes para contar el tipo de historias que desean.
Después de un día de rodaje, mi cámara y yo caminábamos por las calles de París, debatiendo ansiosamente si habíamos hecho un buen trabajo informativo hasta entonces. Cuando creíamos que ya habíamos acabado por ese día, nos cruzamos con unos cientos de personas aterradas que huían de lo que tomamos sin dudarlo por disparos de arma de fuego (y que luego resultaron ser petardos). ¿Había comenzado una segunda ronda de ataques? ¿Estaban los terroristas a pocos pasos de nosotros?
El instinto nos hubiera impulsado a huir, pero en lugar de hacerlo, el cámara comenzó a filmar rápidamente para que pudiéramos contar la historia mientras sucedía. No queríamos darle un giro sensacionalista a la noticia, sencillamente no podíamos hacer otra cosa.
Al final, hay algo en lo que podemos creer: sea el que sea su sesgo, la mayoría de los periodistas tienen un solo deseo, y es el de contar una buena historia.