La muerte no pudo detener sus ganas de ayudar a los refugiados de Siria

Whether to say "needle" or "sleepy juice": Dr. Sarah Aref and Farris Barakat help a Syrian boy at the temporary Syrian American Medical Society dental clinic on the Turkish-Syrian border. Credit: Jorge Valencia. Used with permission.

Ya fuera para decir «aguja» o «jugo para dormir»: el doctor Sarah Aref y Farris Barakat ayudan a un muchacho sirio en la provisional clínica dental de la Sociedad Médica Sirio-Estadounidense en la frontera turco-siria. Crédito: Jorge Valencia. Usada con autorización.

Este artículo y reportaje de radio de Jorge Valencia para The World apareció originalmente en PRI.org el 18 de noviembre de 2015, y se reproduce aquí como parte de un acuerdo para compartir contenido.

Deah Barakat era un hombre alto con una gran sonrisa y grandes ideas. Era estudiante de Odontología en la Universidad de Carolina del Norte en Estados Unidos, y quería ayudar a la gente de la tierra natal de sus padres, Siria, así que trazó un plan.

Se dispuso a recaudar $20,000 para comprar suministros y llevar un grupo de voluntarios a la frontera de Turquía con Siria durante una semana. Empezó a cargar su canasta de ropa en su auto, repleta de juegos de cepillos de dientes y pasta dental que vendía en las afueras de mezquitas en Carolina del Norte —$5 cada uno— e hizo un video que publicó en internet, donde pedía donaciones para el viaje y para que los dentistas ayudaran permanentemente a los refugiados.

El padre de Deah, Namee Barakat, se dio cuenta de la magnitud de lo que su hijo llamaba Proyecto Sonrisas de Refugiados. “Se me hacía gracioso”, recuerda Namee Barakat. “Dije: ‘Tienes un largo camino por recorrer, amigo mío’. Él dijo: ‘Papá, voy a tratar. Pondré mi mejor esfuerzo”.

Pero Deah Barakat no tuvo oportunidad de ver realizar su proyecto. El 10 de febrero, un vecino ingresó al departamento de Chapel Hill en el que Deah vivía con su esposa, Yusor Abu-Salha. El hombre mató a tiros a Deah, de 23 años, a Yusor, de 21, y a la hermana de Yusor, Razan Abu-Salha, de 19 años. Los tres eran estudiantes, estadounidenses y musulmanes. El pistolero acusado, Craig Stephen Hicks, ha sido acusado de asesinato en primer grado. Los fiscales federales están evaluando acusarlo con un crimen de odio.

Para cuando Deah, Yusor y Razan fueron asesinados, Deah ya había reunido $16,000 para su Proyecto Sonrisas de Refugiados. A lo largo del mes siguiente, las donaciones llegaron a raudales —más de medio millón de dólares. Con el dinero en la mano, los amigos y familia de los tres muchachos estudiantes de Carolina del Norte decidieron que seguirían con el plan de Deah.

“Recuerdo haber estado sacando las cosas [de Deah] del departamento y había un papel sobre el viaje —como todas las cosas que quería hacer. Decía algo sobre educar a los pacientes sobre higiene dental”, dice el hermano mayor de Deah, Farris Barakat. “Lo había calculado tanto y había invertido tanto en esto”.

A fines de julio, Farris, el padre de Deah, y más de 40 musulmanes estadounidenses voluntarios partieron hacia Turquía. Incluyeron a amigos a quienes Deah había animado a estudiar Odontología, y también personas de todo Estados Unidos que no lo conocieron pero que dijeron que se sentían inspirados por él, Yusor y Razan.

Desde Estambul, el grupo voló a la provincia de Hatay, y luego condujeron 45 minutos a Reyhanli, un ajetreado cruce con Siria.

With funding from the Project Refugee Smiles fundraiser, the Syrian American Medical Society bought eight dental chairs for the temporary clinic set up at the Al-Salaam School in Reyhanli, Turkey. Credit: Jorge Valencia. Used with permission.

Con financiación del Proyecto Sonrisas de Refugiados, ka Sociedad Médica Sirio Estadounidense compró ocho sillas dentales para la clínica provisional instalada en el Colegio Al-Salaam en Reyhanli, Turquía, Crédito: Jorge Valencia. Usada con permiso.

Reyhanli tiene una pequeña clínica dental en un edificio que está después de la entrada del colegio, el Colegio Al Salaam (ha sido renombrada en honor de Razan, Deah y Yusor).

Al otro lado de un patio de la pequeña clínica, los voluntarios estadounidenses instalaron una clínica provisional más grande, con ocho flamantes nuevas sillas dentales, compradas con contribuciones de la recaudación de fondos de Deah. Los voluntarios también instalaron un afiche con dibujos en blanco y negro de la silueta de Razan, Yusor y Deah, con las palabras “Los tres ganadores”.

El primer día de la clínica fue caótico. Farris, que ayudaba a una dentista de Cleveland llamada Sarah Aref, tomó las funciones no oficiales de “susurrador de niños”. Muchos de los niños estaban demasiado asustados al comienzo como para subir a la silla del dentista, así que Farris trató de calmarlos explicándoles en árabe lo que iba a ocurrir —aunque Aref no estaba totalmente de acuerdo con el enfoque de Farris.

Entre las atenciones a los pacientes, ‘debatieron’ sus filosofías discrepantes.

Aref: “Farris decidió usar la palabra ‘aguja’ con un niño, y lo aterró”.

Farris: “Le dije cómo es. Le tenía miedo a las agujas. Le dije, aguanta las agujas”.

Aref: “Le dije que lo llamara jugo para dormir”.

Farris: “No sé cómo traducir ‘jugo para dormir’ al árabe”.

Aref: “Estoy segura de que si decías ‘jugo para dormir’ las cosas hubieran salido mejor”.

Farris: “Bueno, como sea, funcionó, y creo que le sacamos la fobia a las agujas y los solucionamos”.

La mayoría de los pacientes de la clínica eran niños, muchos de los cuales habían sido testigos de violencia. Algunos la habían sufrido ellos mismos. Un niño que estaba bajo tratamiento había recibido metralla en un pómulo y ya no podía cerrar el ojo derecho.

Mohammad, a boy Farris Barakat (seated) helped in the Project Refugee Smiles clinic, says he wants to be a doctor when he grows up. Standing next to him are Dr. Sara Aref of Cleveland (center) and Alena Advic of Seattle.  Credit: Jorge Valencia. Used with permission.

Mohammad, niño al que Farris Barakat (sentado) ayudó en el Proyecto Sonrisas de Refugiados, dice que quiere ser doctor cuando sea grande. Paradas a su lado están la doctora Sara Aref de Cleveland (centro) y Alena Advic de Seattle. Crédito: Jorge Valencia. Usada con autorización.

En el cuarto día de la clínica, varios estudiantes de secundaria dieron serenata a los voluntarios con canciones sobre Homs y Hama, ciudades sirias que han sido enormemente destruidas por la guerra. “Cielo, cielo. cielo”, cantaron. “Nuestro hogar es realmente el cielo”. Varios se secaron lágrimas de las mejillas. Farris se cubrió los ojos.

Desde la muerte de su hermano, Farris Barakat dejó su trabajo de administrador de una empresa de mensajería en Carolina del Norte, y está ayudando a construir un centro comunitario musulmán en Raleigh que lleva el nombre de Deah, que en árabe significa luz.

“Creo que lo que estoy haciendo con el Proyecto Faro es lo que debía hacer de alguna manera, y lo que quiero hacer. Y esto me está ayudando a explorar todo lo que siempre quise explorar, a fin de cuentas, hacer el trabajo que me dé salvación personal”, Farris dijo una tarde en la clínica. “Es ahí donde veré a mi hermano y a los profetas, a todos ellos”.

Hasta ahora, el Proyecto Sonrisas de Refugiados de Deah ha ayudado a más de 700 refugiados sirios, y su familia dice que las donaciones seguirán financiando atención odontológica y otras ayudas para los refugiados.

Aun así, Farris Barakat dice que se ha sentido dispuesto a devolver todo lo bueno que ha ocurrido desde el tiroteo si eso significara que pudiera tener de vuelta a Deah, Yusor y Razan.

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Jorge Valencia informó desde el sur de Turquía con apoyo del Centro Internacional para Periodistas, auspiciado por la Fundación Ford.

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