Este artículo y reportaje radiofónico de Kate McGee [1] y del fotógrafo Miguel Gutiérrez Jr [2] para The World [3] se publicó originalmente en PRI.org [4] el 5 de noviembre de 2015, y se republica aquí como parte de un acuerdo para compartir contenidos.
Levantarse, vestirse, preparar la mochila e incluso el almuerzo. Esa es una mañana normal en la rutina de la mayoría de los estudiantes. Pero algunos que viven en la frontera de México con EE. UU. cogen algo más antes de salir por la puerta: sus pasaportes. Arlet Burciaga, de 19 años, es una de ellos.
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Arlet se ha levantado hace más de una hora. Se encuentra de pie en la modesta cocina de su casa en Ciudad Juárez, México. Las paredes están casi vacías excepto por un pequeño cartel en el que se puede leer la palabra «Feliz». Su madre, Martha Flores Ibarra, cuenta pesos.
Martha llega a casa tras el turno de noche en una empresa de componentes de automóvil, gana unos 45 dólares a la semana. Viven con la hermana menor de Arlet y el hermano mayor, que también trabaja en una fábrica en Juárez. Martha le entrega a su hija tres pesos para el autobús y cuatro para el peaje del Puente. Le da un fuerte abrazo y un beso y Arlet emprende su marcha.
6:54 a.m.
Arlet se marcha al colegio.
Vive en México, pero su colegio está en EE. UU; el Instituto Lydia Patterson, un colegio privado Metodísta en El Paso. Arlet podría ir al colegio en México, pero cuando oyó hablar en su comunidad religiosa del instituto en EE. UU, solicitó una plaza y recibió una beca. El colegio le financia el paso de la frontera cada día así como 20 dólares al mes para otros gastos.
6:59 a.m.
El autobús llega justo en el momento en que Arlet alcanza la parada. Hay poca gente por las calles, pero el autobús va lleno.
Para Arlet, se trata de un viaje corto por el Puente, este trayecto diario se ha convertido en normal, aunque ella sabe que no lo es, «No creo que pueda considerarse normal» dije Arlet riéndose. «Creo que es una gran apuesta cruzar el Puente cada día. Es una gran experiencia ya que cada día no sabes qué va a ocurrir allí o durante el camino de vuelta a casa».
Conocida alguna vez como la «capital del crimen mundial», Juárez se está todavía recuperando económicamente de la violencia de los cárteles entre los años 2009 y 2012. Pero ahora, la gente de ambas partes de la frontera dice que se sienten seguros en la ciudad. Aquellos que viven en El Paso y Juárez comentan que existe un concepto erróneo sobre la vida en la frontera. A pesar de las políticas actuales sobre inmigración, la gente va y viene diariamente.
A veces cruzar puede ser difícil. Las medidas de seguridad y las filas se alargan cuando hay algún incidente, como en los ataques terroristas del 11 de setiembre y los ataques en la maratón de Boston. Otras veces, Arlet no puede pasar porque como una estudiante de secundaria olvida cosas, entre ellas su pasaporte.
7:05 a.m.
Arlet llega a la salida del peaje. «Hoy había mucha fila», dice mientras camina. «No sé por qué, pero necesitamos hacer fila». Al pie del Puente hay un gran letrero suspendido sobre la carretera que dice «Feliz viaje o algo así» afirma.
Hace un par de años, Arlet tuvo una época difícil traduciendo del inglés al español. Antes de empezar en el Instituto Lydia Patterson solo hablaba español y nunca había estado en EE. UU. «Los profesores me hablaban y yo no entendía nada. Ese fue un periodo durísimo para mí».
7:15 a.m.
Cinco minutos tras cruzar el Puente, se dirige a la aduana. El 75% de los 435 estudiantes de su escuela cruzan la frontera a diario. Algunos son ciudadanos estadounidenses que viven en México.
Otros, como en el caso se Arlet, son mexicanos. Ella espera en la fila junto a su amiga Vicki. Normalmente hay una fila aparte para los estudiantes. Hoy está colapsada.
«Es injusto» comenta Vicki. «No hay muchos funcionarios en inmigración hoy».
«¿Qué fila va más rápido?» pregunta Arlet. «¿Esta o la otra?»
«Y han cerrado la fila para estudiantes que es necesaria», dice Vicki ignorando a Arlet.
En frente de ellas, apartan a un hombre. El policía que revisaba su pasaporte le conduce a una habitación separada. «¿Tal vez no tiene la documentación necesaria?» se pregunta Arlet. «Creo que es sospecho».
Pasan un par de minutos antes de que otro agente les indique que le enseñen sus pasaportes.
«¿A dónde vas?» les pregunta el agente.
«A la escuela», le responde Arlet.
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7:45 a.m.
Arlet pasa la aduana sin ningún incidente. Una vez en El Paso, está sola. Su madre no tiene pasaporte y no puede cruzar la frontera. Si le sucede algo en esa zona, su madre no podría ir a ayudarla.
7:55 a.m.
Arlet llega a la escuela. Una vez allí, se dirige a la cafetería para desayunar. El instituto proporciona desayunos y comidas gratis para todos los estudiantes.
8:30 a.m.
Comienza el día con clase de inglés. Tiene tres clases de inglés al día. Esta semana tiene exámenes de cada asignatura.
Casi todos los estudiantes del instituto se gradúan y van a la universidad. La escuela cuenta con estrechas relaciones con universidades Metodistas a lo largo de todo EE. UU. Ayudan a los alumnos en el proceso de admisión y con las becas. Socorro de Anda, presidenta del Lydia Patterson, dice que un título universitario podría cambiar la vida de Arlet y la de su familia. «Hemos visto muchas familias salir de la pobreza porque uno de sus hijos ha venido a este instituto y luego a la universidad» afirma.
3:05 p.m.
Es el final de la sesión escolar, pero Arlet no ha terminado todavía. Los estudiantes tienen que trabajar en tareas de mantenimiento o de oficina después de las clases como contraprestación a las becas que reciben
4:21 p.m.
Arlet emprende su vuelta a casa. Después de tres años cruzando la frontera, dice que está cansada, pero sabe que merece la pena. «Creo que es una bendición de Dios, porque me ha dado la oportunidad de aprender una nueva cultura, la estadounidense, y tener nuevas experiencias en mi vida» dice.
Ahora, está preparada para un nuevo viaje: hacia la universidad. Todavía no sabe su destino pero espera que sea en EE. UU. Si es así, podrá dejar su pasaporte en casa.
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