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El español: «La lengua que nos tocó vivir»

Categorías: Costa Rica, Arte y cultura, Etnicidad y raza, Historia, Lenguaje, Migración e inmigración
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Desembarco de bananas en Costa Rica a principios del siglo XX. Fue alrededor de esta época que las migraciones para la construcción del ferrocarril y el desarrollo de la industria bananera tuvieron lugar. Con ellas, numerosas familias hicieron de Costa Rica, sin saberlo, el principio de la historia de numerosas generaciones con una compleja y profunda herencia identitaria. Fotografía tomada de Wikimedia Commons, perteneciente al dominio público.

Este texto, que será publicado en dos partes, es una versión del que fue publicado previamente por el site Afroféminas y que puede verse aquí [2]

Historias de lenguas y de migraciones

Mi mamá cuenta que cuando era pequeña les prohibían hablar en español -Stop talking that monkey language- les decían. Con “lengua de monos” se referían al español.

Y es que la población negra de la cual desciendo, arribó como fuerza de trabajo migrante a mi país a finales del siglo XIX proveniente del Caribe inglés. Llegaron en busca de mejores condiciones de vida para formar parte del contingente de trabajadores que construyeron el ferrocarril al Atlántico costarricense [3] y para trabajar en las plantaciones bananeras. Esta migración, que iniciara en la última parte del siglo XIX, se extendió por varias décadas y estuvo compuesta en principio por una mayoría de hombres jóvenes. Más tarde llegarían familias enteras con la esperanza de recolectar algún dinero para luego volver a su país de origen.

Con esta migración llegaron maestros y maestras que fundaron pequeñas escuelas locales que tenían como propósito asegurar que niños y niñas aprendieran el inglés de manera “correcta”. Para entonces, y aún por muchos años después, estos afrodescendientes se decían con mucho orgullo “súbditos de la Corona (del Reino Unido)” y su objetivo con esta migración nunca fue el de establecerse, sino más bien acumular algún dinero y regresar a su país, cosa que nunca aconteció.

El inglés de mis padres, si bien matizado por esa musicalidad y acentos característicos del Caribe, fue siempre muy bien hablado y con una gramática y vocabulario muy buenos. Ellos podían pasar de la conversación en el mejor inglés británico al coloquial inglés criollo, ya “hibridizado” entre acentos y palabras en español. En esa lengua, o en ambas, la generación de mis padres aprendió de cuentos, canciones e historias.

Aprendieron de míticas imágenes en formas de animales, aprendieron de seres sobrenaturales que transmitían intrínsecas lecciones, recreaban e imaginaban la historia, nos transportaban a territorios ancestrales y promovían la comunicación entre abuelos y abuelas, tíos y vecinos. Establecían comunicación entre pueblos enteros que con ritos y religiones recreaban experiencias de mucho tiempo atrás. Fue en esa lengua que mi madre me cantó las primeras canciones y mi padre me enseñó mis primeras oraciones.  Para ellos, el inglés les dio no solo el privilegio de recibir y transmitir cultura y saberes ancestrales, sino que les otorgó también, según ellos, cierto estatus  que entonces les hizo  sentirse  como parte de una clase de “realeza” en un país de “campesinos y gente sin educación”, al ser ellos “súbditos” de la corona Británica.

La lucha por la lengua, la lucha por la identidad

Toda esta historia se desarrolló, sin embargo, en un país cuya lengua oficial es el español. Por esta razón, varias generaciones de población negra han debido luchar hasta hoy por conservar la lengua que trajeron consigo y con ella todo ese cúmulo de historia, sabiduría e identidad teniendo que lidiar con el rechazo por parte de la mayoría mestiza y de los gobiernos de turno que por años y aún habiendo nacido en el país, les negara la nacionalidad costarricense.

El español, sin embargo, pronto pasaría a ser parte de la cultura de este pueblo, dada la dificultad de permanecer aislados y la necesidad e importancia de incorporarse al sistema educativo costarricense. El objetivo era también poder avanzar y que su educación fuera reconocida por el sistema. Hoy, mis padres y los padres de mis amigos y amigas, hablan español con un característico acento inglés. Mi generación, por su parte, aún cuando conserva el inglés como lengua materna, ya no tiene ese acento que alguna vez fuera tan característico.

En cuanto a las siguientes generaciones de afrodescendientes, el inglés no ha sido siempre la lengua materna. Además, en la actualidad, la existencia de escuelas e instituciones diversas que imparten clases de inglés ha hecho que hablar esta lengua sea mucho más común y no patrimonio de los afrodescendientes como lo fuera hace unos 30 años.

A partir de cierto momento que no puedo recordar, mis padres decidieron no hablarnos en inglés. No sé siquiera si fue una decisión consciente y consensuada entre ambos; pero simplemente mis hermanos, hermanas y yo, crecimos sin poder hablar inglés. Esto provocó muchas veces burlas por parte de nuestros amigos afrodescendientes y que nos sintiéramos, en otras oportunidades, excluidos de una etnicidad que a menudo era asociada con la habilidad de hablar esta lengua.

La mayoría de nuestros amigos afrodescendientes hablaban inglés, por lo que en nuestra generación fue la excepción de la regla. Crecimos escuchando a mi madre y a mi padre comunicarse en inglés y la comunicación con tíos y tías, amigos cercanos y otros miembros de la familia extendida fue siempre en esa lengua. Sin embargo, con nosotros, nunca se comunicaron en inglés. Tiendo a pensar que la razón estuvo relacionada con haber migrado a la capital, donde éramos una clara minoría; o no sé, tal vez un tímido intento por protegernos, dándonos una razón menos para ser diferentes.

Es precisamente ahí donde empieza esta nueva parte de mi historia.

Continúa en el próximo post.