Este artículo de Carolyn Beeler para la serie #HerPlanet apareció originalmente en PRI.org el 24 de febrero de 2016, y se republica aquí como parte de un acuerdo de intercambio de contenidos.
Muchos de los callejones de las favelas de São Paulo tiene basura o maleza, cosas esperables en los callejones. Pero en Sao Mateus, en la periferia de la ciudad, también hay algo que uno no esperaría ver— dos barriles plásticos de lluvia brillantemente pintados, decorados con las huellas de manos y pies de los niños.
El agua se canaliza desde el techo, pasa por un filtro para atrapar mosquitos u hojas, y luego se almacena dentro del barril para su uso en el regado de plantas, limpieza, sanitarios y otras necesidades domésticas.
Los barriles son el resultado de un proyecto de organización de la comunidad que comenzó como respuesta a la perjudicial sequía sufrida por dos años por la región de São Paulo, cuando los suministros de agua se cortaban con frecuencia en muchas partes de la ciudad y la gente al final de las tuberías — gente de lugares como este vecindario — a menudo sufría lo peor.
Pero los barriles son también uno de los legados positivos de la sequía. Los residentes de São Paulo estaban enojados con la crisis del agua. Sentían que el gobierno no estaba haciendo lo suficiente para resolverlo, por eso comenzaron a ocuparse ellos mismos de los problemas.
Una de ellas fue Terezinha da Silva. Su primer nombre significa «pequeña Teresa», y tiene sólo 1,37 metros de altura. Pero es una fuerza considerable en su vecindario.
Da Silva instaló barriles de lluvia en el patio de su casa incluso antes de que la sequía comenzara oficialmente, para ahorrar dinero y tener agua a mano durante los cortes. Pero como la sequía avanzaba, continuó enseñando a otras mujeres de su comunidad a construir esos barriles también, con materiales económicos y fáciles de encontrar. Ahora existen cerca de 50 barriles en el zona.
Ella ha estado haciendo un trabajo de construcción comunitaria a través de un grupo de mujeres que ayudó a encontrar, llamado «Pan y Arte», que se formó, explica, para ayudar a las mujeres locales «a trabajar juntas en solidaridad económica, sustentabilidad, derechos de la mujer y participación de las mujeres».
La idea «para y por las mujeres» es vital, explica da Silva, porque Brasil es una sociedad dominada por el hombre. Y, dice, «lo sabemos por las estadísticas y porque lo vivimos — hay mucha violencia contra las mujeres».
Pero también tenía razones personales para querer ayudar a otras mujeres a enfrentar la crisis del agua y más.
«Hago este trabajo con un gran cariño», dice da Silva. «Porque yo también fui rescatada. Hubo una salvación en mi vida».
Da Silva comenzó a trabajar de empleada doméstica cuando tenía 14 años, y continuó por 30 años. Su vida se sentía como consumida por el trabajo, cuenta. Luego a mediado de los 40 comenzó el voluntariado y luego a trabajar con una organización sin fines de lucro que se enfocaba en el bienestar de los habitantes de la favela, Movimento de Defesa do Favelado (Movimiento de Defensa de la Favela).
Aprendió que a pesar de ser pobre y mujer, podía cambiar su futuro.
“Cuando empiezas a descubrir tus derechos, ¡quieres pelear! vas en busca de tu dignidad», explica. «Y es verdad especialmente para las mujeres.
Da Silva ahora trabaja a tiempo completo en la organización en la que una vez fue voluntaria, y ha concebido un nuevo proyecto originado en la crisis del agua y el fortalecimiento local: los jardines verticales comunitarios.
Como con los barriles de lluvia, tiene algo de la tecnología simple instalada en su propia casa — filas de caños de agua plásticos cortados por la mitad a lo largo, llenos de tierra y colgados en la pared, donde siembra verduras como cebollines, albahaca y pimientos.
El objetivo es lograr que los vecinos trabajen juntos, mientras al mismo tiempo colocan verduras frescas en sus platos.
Y una vez más, sus esfuerzos resuenan por todo el vecindario.
“Terezinha es una persona realmente importante,” cuenta la residente local Maria Auxiliadora, quien está trabajando con da Silva para construir un jardín verical en su techo. “Es una persona muy tenaz. Incluso cuando está enferma, o tiene otros problemas, no se preocupa por sus propios problemas, sólo viene y hace su trabajo para la comunidad”.
Da Silva dice que el trabajo la salvó. Y piensa que la sequía en São Paulo puede en realidad haber hecho algo para salvar el medio ambiente.
«Algo bueno salió de esta crisis,” cuenta da Silva. “Conciencia. La crisis del agua llegó en un momento en el que necesitábamos conciencia» — de que incluso en un país con un octavo del suministro de agua del mundo, el agua no puede darse por sentada.
No es la única que piensa eso.
“La población aprendió que el suministro de agua es algo muy importante,” explica Monica Porto, la subsecretaria de recursos hídricos del estado de São Paulo. “No puede esperarse que simplemente se abra el caño y haya agua. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de cuidar el agua».
Por supuesto, el cuadro es un poco más complicado que eso. Millones de residentes más pobres de la región, la gente en los vecindarios como el de da Silva, nunca esperaron que simplemente abrirían sus caños y tendrían agua, y sufrieron aún más durante la sequía. Por ello, muchos aquí no necesitaron aprender el valor del agua.
Pero es una lección que el mismo gobierno de la región parece haber aprendido. Está lloviendo otra vez en São Paulo, pero los científicos creen que el cambio climático está perturbando el comportamiento del clima en este lugar. Porto dice que la sequía ayudó a los líderes de la región a darse cuenta de que São Paulo necesita un sistema de agua que esté mejor preparado para lo que traiga el futuro.
“No sabemos que esperar del cambio climático, si la región de São Paulo será una región donde habrá más inundaciones o más sequías”, explica Porto. “Pero no importa. … Luego de esta sequía, sabemos algo con seguridad. Tenemos que aumentar la preparación”.
Eso implica cambios grandes y pequeños — desde nuevos depósitos y un sistema de distribución modernos para barriles de lluvia, jardines en el techo y una comunidad comprometida.