Colombia, sus conflictos y sus esperanzas vistos por educadores en los «Diarios de Urabá»

Foto: Carretera hacia Urabá, fotografía de Wikimedia Commons, del dominio público.

Foto: Carretera hacia Urabá, fotografía de Wikimedia Commons, del dominio público.

Desde Colombia y a través de Medium, los Diarios de Urabá constituyen una ventana a la vida cotidiana de parte de la región agrícola y ganadera del norte del país. Los Diarios se construyen con historias vistas desde el sector educativo del departamento y reúne extractos de la vida diaria y de las luchas de sus habitantes, de los que se sabría poco de no ser por el espacio que tomaron para sí en la web de la gente.

En un lenguaje sencillo, los Diarios de Urabá nos acercan a quienes tratan de formar parte del sistema educativo y buscar un futuro a través de «veredas donde los caminos, en mal estado, están custodiados por una vegetación imponente de mil colores»:

El agua es un bien escaso, pero abundan las soluciones para encontrarla. Por eso en nuestro Urabá cordobés la lluvia es sinónimo de felicidad. En esta tierra de contrastes y absurdos hay personas dispuestas a recorrer horas de camino, desafiando las condiciones del medio, para ir a la escuela.

Urabá forma parte de uno de los departamentos de Colombia que durante los primeros días de abril sufrió un paro armado decretado por la organización criminal conocida como el «Clan Úsuga», un grupo que bien podría representar una cara importante del post-conflicto, de firmarse la paz entre el gobierno y los grupos guerrilleros después de más de 50 años enfrentamientos armados.

El conflicto colombiano ha tenido numerosas fases, pero puede verse como la continuación de una pugna por la posesión de la tierra y la orientación política de la población civil, que se ve constantemente atrapada entre los distinto grupos enfrentados.

En el complejo contexto colombiano, ¿cómo se vive dentro de una región en conflicto? ¿Qué significa vivir en regiones que se tambalean entre grupos armados y la lucha por trabajar la tierra? Los Diarios han estado inactivos por meses, pero los testimonios no pierden fuerza ni actualidad. Así, en el espacio pueden seguirse aún los pasos de quienes son, a final de cuentas, los primeros en la línea de fuego dentro de los conflictos políticos y económicos de Colombia.

Luchas personales en el marco del conflicto armado

Los Diarios siguen de cerca las historias de quienes los rodean, como la historia de Ángel, que bien podría ser un adolescente más en una región donde el ganado es la riqueza de unos pocos terratenientes. En esta tierra surgieron los paramilitares de derecha como contraparte de la guerrilla izquierdista. Ángel creció viendo a su padre trabajar para los paramilitares y a los 12 años siguió sus pasos. Por ese tiempo sus padres se separaron y se le presentó el dilema de incorporarse de lleno al grupo delictivo o seguir con sus sueños de ser futbolista como Cristiano Ronaldo. Un día se decidió por lo último, empacó maletas y se fue en busca de su madre:

Después de un tiempo la vida lejos de su mamá empezó a hacerse más difícil, no solo la extrañaba sino que también se enfrentaba con la obligación de vincularse formalmente al grupo para el que trabajaba esporádicamente, lo que significaba dejar su familia, su colegio y su sueño de ser como Cristiano Ronaldo. Ángel no es una persona que este dispuesta a renunciar a sus sueños tan fácilmente, así que alistó maletas y se fue a buscar a su mamá para, al igual que ella, empezar de nuevo.

Cuando los sistemas educativos son indiferentes a su gente

El de Ángel no es el mismo mundo de Richar, que también es el centro de una de las historias contadas en los Diarios. Richar vive en una comunidad aislada, donde el acueducto y el alcantarillado son un lujo. Richar es un «chilapo», como se les dice despectivamente a los que llevan en su sangre la mezcla de indio y negro, y se ofende cuando se le relaciona con alguna de estas etnias, quizás porque el desplazamiento, también producto de la pugna armada, y los abuelos con quienes vive no le han transmitido esta herencia cultural:

“La escuela tendría entonces esa responsabilidad. En el área de ciencias sociales Los Estándares de Educación le apuntan al desarrollo de pensamiento crítico frente a diversos temas entre los cuales se encuentran: respeto por los derechos humanos e inclusión social. Cada institución educativa debe adecuar su plan de trabajo para lograr estos objetivos teniendo cierta libertad para decidir cómo, de acuerdo con su contexto.

Sin embargo el plan de área del colegio de Richar, al igual que el de muchos otros colegios, no fue elaborado pensando en las necesidades de los estudiantes que atiende, sino que fue copiado de Internet

Sin estos valores, no solo la calidad de la educación que recibe se resiente, sino que surge en su lugar la intolerancia:

“Richar cree que llamar a alguien indio o negro es un insulto, se resiste a aceptar hombres con el pelo largo, personas con tatuajes, mujeres solteras, acentos diferentes y diversidad religiosa. Esto significa que las futuras generaciones no tendrán las herramientas para construir la sociedad cohesionada y en paz que desde hace más de cincuenta años pretende el país.”

Pero la reflexión va más allá. En vez de una visión integradora de la educación, advierte, el Estado propicia lo contrario:

Permiten la realización de ciertas actividades, como “El Día de la Antioqueñidad”, que lo único que genera es profundizar en los regionalismos, culpables de la segregación al interior de las comunidades con el imaginario de superioridad cultural.

Esta celebración conmemora del día de la independencia del departamento en 1813. Sin embargo la celebración no tiene ningún tinte histórico sino que se limita a exaltar el sector más poderoso del departamento, hacendados y empresarios blancos, olvidando que la historia antioqueña la han escrito también negros, mestizos, indígenas, desplazados, costeños. Al igual que en los demás departamentos de este país fragmentado por las ideas regionalistas.

Esta exclusión la quiere romper Joseph, protagonista de la entrada Cuando sea grande quiero ser. Joseph nació en Itsmina, un  poblado del Chocó, el departamento vecino señalado como el más pobre de Colombia, donde la población afrodescendiente es la mayoría. Por eso se explica que cuando la profesora, en la clase de ética, les pidiera a sus alumnos que se imaginaran como se verían cuando fueran grandes, Joseph fuera incapaz de responder. Pero ahí nació su vocación. En la noche se imaginó el resto de su vida y se vio en un aula de clase, enseñando. Por eso Joseph estudió al final en la Universidad Tecnológica del Chocó, terminó licenciatura en Educación física y se fue a Urabá en pos de sus sueños.

Joseph es juicioso, formó una familia y cumple con su trabajo. Sin embargo, el Estado, siempre a la distancia, les exige calidad sin darles recursos para obtenerla. Esto se convierte en pesadillas que cortan las noches del joven maestro. No obstante, ni el difícil entorno, ni la indiferencia que sus compañeros profesores transmiten a los alumnos, ni las inútiles reuniones que a nada conducen, lo llevan a desistir como le ha sucedido a otros.

Una región «plagada de soñadores»

Diarios de Urabá nos muestra con preocupación, como el modelo de «Escuela Nueva» impuesto por la escasez de alumnos propicia una enseñanza deficiente. También advierte cómo los credos religiosos se adueñan de una educación que debe ser laica según lo ordena la Constitución. Sin embargo, la esperanza se mantiene gracias a quienes están tras las luchas más importantes de la región:

“Menos mal [que esta] región está plagada de soñadores, líderes y personas dispuestas a demostrar que su historia no definirá su futuro.”

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