Este artículo de Rebecca Collard originalmente fue publicado en PRI.org el 21 de abril del 2016, y es republicado aquí como parte de un acuerdo para compartir contenidos.
En setiembre del 2014, Dana Maghdeed Aziz decidió que no podía permanecer más en Irak. El ISIS tomó el control de su pueblo, Mahkmour, y el futuro se veía sombrío. Él vendió su taxi y algunas de las joyas de su esposa y se prestó dinero de la familia. Luego, escapó a Turquía.
“En Turquía, compré un pasaporte falso e intenté llegar a Bulgaria pero fui capturado y enviado a prisión”, dice Aziz. “Les dije que no soy un criminal. Soy tan sólo un refugiado como cuaquier otro que busca asilo”.
Aziz fue llevado a un campamento en Bulgaria donde se le dijo que tenia que pedir asilo. Pero él no quería quedarse en el país, así que escapó.
“Traté de todo para llegar a Alemania”, dice mientras toma café.
En marzo del 2015, finalmente lo consiguió. Su plan era obtener asilo en Alemania y crear una nueva vida para su esposa y dos hijos, quienes esperaban en Erbil para unirse a él.
Pero casi un año después, él aún no sabía si Alemania le otorgaría asilo o si algún día se le permitiría unírsele a su familia. Alemania está abrumada. Sólo el año pasado, recibió 500,000 nuevas solicitudes de asilo.
“Tuve mi primera entrevista de asilo en julio del 2015. Ellos dijeron que tomaría tres meses. Pero llegó diciembre y todavía no sabía”, dice Aziz. «Luego, en enero, mis hijos enfermaron”.
Aparte de todo eso, a Aziz no se le permitió trabajar mientras esperaba. Vivía en una vivienda provista por el gobierno con un estipendio mensual de 325 euros del gobierno alemán (aproximadamente $365).
Como muchos otros iraquíes que fueron a Europa, Aziz era el sostén de su familia. Pero ahora no podía enviar dinero a casa.
“Mi esposa tuvo que vender el resto de sus joyas de oro para mantener a la familia”, dice.
En febrero, Aziz se dio por vencido. Fue al consulado iraquí en Frankfurt para obtener documentos de viaje sólo de ida y regresar a su hogar.
Él es uno de los 5,000 iraquíes que han regresado desde octubre con la ayuda de la Organización Internacional para las Migraciones. Muchos iraquíes más han regresado por sus propios medios, reticentes a esperar por ayuda.
Un guardia de seguridad en el Aeropuerto Internacional de Erbil dice que cada vuelo desde Alemania lleva algunos repatriados. En un viaje reciente, hubo al menos ocho iraquíes que regresaban a casa luego de realizar el peligroso y costoso viaje a Alemania. Entre ellos estaba Samad, quien prefirió no usar su apellido. En diciembre, dice, vendió su tierra y le pagó a un traficante para llegar a Alemania.
“Sólo seguí a otras personas. Ellos decían que hay una mejor vida en Europa”, dice Samad. “Quería comprobarlo por mi mismo”.
Pero la realidad fue decepcionante.
“Esperaba una vida cómoda y que nos dieran ayuda”, dice. “Pero fue muy difícil”.
Como Aziz, no sabía si recibiría asilo o si su esposa y tres hijos podrían unírsele en Alemania. Y estaba intentando mantener a su familia desde lejos.
“Siempre estábamos en el campamento. Compartí un cuarto con ocho personas y no se me permitió trabajar”, dice Samad. “Si hubiera habido esperanza de que iba a recibir el asilo pronto, me hubiera quedado. Pero no había esperanza”.
Mientras que los sirios tienen alta probabilidad de obtener asilo en Alemania, para los iraquíes es más incierto. Samad estaba tan ansioso de regresar, que no esperó por ayuda. Gastó lo último que le quedaba de dinero para comprar su propio pasaje de regreso a Erbil.
“Vendí todo para ir allá”, dice.
De regreso al café en Erbil, Aziz explica que si su familia hubiera estado con él en Alemania, nunca hubiera regresado a Irak.
Su pueblo ahora ha sido recuperado por las fuerzas kurdas, pero aún está en el frente. Y él no piensa que sea seguro regresar. Por ahora, comparte una casa con sus padres en la ciudad, mientras busca trabajo.
Tanto Aziz como Samad están empezando de nuevo desde cero— sin taxi, sin trabajo, sin dinero. Aziz pasó casi un año en Europa y al final no obtuvo nada concreto.
“Por supuesto que me arrepiento”, dice Aziz. “Gasté todo mi dinero en un objetivo que no alcancé. Ahora, estoy en mi país y no puedo siquiera comprar una taza de café”.