La nubes del escepticismo de la mañana del viernes han dado paso a la tristeza. Estoy dolida, como lo están al menos los 16 millones de personas alrededor. No solo por la UE y la posición unida que se ha mantenido contra los horrores del mundo actual, sino también por el país donde he crecido.
Ha sido agotador seguir los prolegómenos del referéndum, sentir los nervios cuando alguien en los pasillos mencionaba UKIP o el brexit; haber sido la única que decía “pero si son racistas” y obtener por toda respuesta de gente a la que apreciaba «sus ideas económicas tienen sentido”; sufrir en carne propia que la mayoría no tenemos problema en pasar por alto la intolerancia cuando nos conviene; saber que si este hubiera sido el clima político cuando mis padres llegaron de Bangladesh en los 70, seguramente yo nunca habría podido educarme en el Reino Unido o tener las oportunidades que se me dieron en la infancia.
«Si este hubiera sido el clima político cuando mis padres llegaron de Bangladesh en los 70, seguramente yo nunca habría podido educarme en el Reino Unido o tener las oportunidades que se me dieron en la infancia».
Ha sido un proceso extraño observar desde el extranjero como este sentimiento antinmigración y xenófobo se apoderaba del Reino Unido. Al principio intentaba pasar de él, dado el privilegio de residir en Berlín. No me afectaba mucho, pero lentamente empecé a notarlo más. Hablé del tema con amigos, hice notar mi presencia en la red y el jueves cogí un avión para ayudar en la campaña de última hora del bremain en las urnas. Estoy orgullosa de lo que hice, pero lamento de veras haber tardado en involucrarme más.
Sospecho que ahora mucha gente compartirá también este sentimiento. Por ignorar lo que ha estado pasando en la política de nuestro país es como tenemos que vernos hoy. Estábamos demasiado despreocupados de las decisiones que causaron un fuerte impacto en nuestras vidas. No comprendíamos que teníamos mucho que perder, que era necesario mostrarnos activos para proteger los derechos que ahora disfrutamos, independientemente de cómo nos hacían sentir los partidos políticos.
En una conversación con amigos el jueves, muchos habían empezado a hablar por primera vez de política en Facebook gracias al referéndum. La mayoría hemos crecido desconfiando profundamente del sistema político británico. Es lo mismo que sentirían ustedes si vieran que casualmente la gente blanca que estudió en Eton y Oxford escala posiciones todo el tiempo para gobernar el país. Mucha gente de mi círculo social era relativamente feliz con su estatus quo. No encantada, pero sí seguía adelante luchando por comprarse una casa, con trabajo, devolviendo poco a poco el dinero que les había permitido estudiar. Repito, un privilegio que evidentemente no era compartido por los marginados del país y por quienes no tenían derecho al voto, y que finalmente aprovecharon la ocasión para hacerse oír.
«Mucha gente de mi círculo social era relativamente feliz con su estatus quo. No encantada, pero sí seguía adelante luchando por comprarse una casa, con trabajo, devolviendo poco a poco el dinero que les había permitido estudiar… un privilegio que evidentemente no era compartido por gente marginada del país y por quienes no tenían derecho al voto, y que finalmente aprovecharon la ocasión para hacerse escuchar».
El país está dividido. Es lo que dicen los votos. Son divisiones bien marcadas entre edades, niveles de educación y fronteras territoriales. Las políticas de partido no han tenido mucho que ver. Las mentiras y la falta de información que se han extendido durante la campaña han sido un veneno de horribles falsedades llenas de insensatez, en el sentido más amplio de la palabra.
También ha sido difícil observar cómo ha pasado todo. Esta es una campaña de juego sucio, la más depravada que he visto jamás. El asesinato de Jo Cox ha sido un golpe extra, devastador, pero como dice Alex Massie, no puedes gritar todo el tiempo que se ha llegado a un límite y después sorprenderte porque alguien decide separarse. Me entristecen los resultados, por la manera en que se ha desarrollado la campaña, y estoy triste por la creciente ola de sentimientos ultraderechistas que avanza por todo el país, un país que no es el que me ha visto crecer.
¿Y ahora qué? El hecho de que nos haya costado tanto entender lo que sucedía y tomarnos en serio las amenazas —no para acelerar el cambio, sino para defender lo que más queríamos—, es algo que debemos recordar para que no se vuelva a repetir. El jueves perdimos mucho y nuestro país no volverá a ser ya el mismo.
El proceso no ha transcurrido como yo hubiera querido, pero no nos queda más por perder, ahora debemos dar lo mejor de nosotros. Sean como sean las políticas de partido, quienes estén contra la intolerancia, la discriminación y la idiotez absoluta deberán permanecer juntos. Estoy dolida pero consciente del papel activo que todos hemos de jugar para hacer oír las voces y evitar que esto empeore.
Como mi amiga Sarah escribió esta mañana, «tengo el corazón destrozado, pero no roto».