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La historia de César Manuel: un niño inmigrante en La Habana

Categorías: Caribe, Latinoamérica, Cuba, Derechos humanos, Juventud, Migración e inmigración, Noticias, Política
César Manuel, un niño migrante cubano (Foto: Periodismo de Barrio)

César Manuel, un niño migrante cubano. Foto cortesía Periodismo de Barrio.

Esta historia forma parte de nuestra colaboración con el medio digital cubano Periodismo de Barrio [1]. A través de esta alianza, nuestros lectores podrán conocer historias de Cuba distintas a las que aparecen en los medios de comunicación tradicionales. 

César Manuel nunca ha hecho la ruta Santiago – La Habana en avión. Ni cuando tenía cinco años, que vino a visitar a su familia en Indaya, un barrio insalubre ubicado en el municipio Marianao, ni cuando regresó a La Habana a los 11 con sus padres y su hermano para quedarse a vivir. Nació en un lugar “pedrugoso, con muchas casas” al que los adultos llaman Altamira y que está en Santiago de Cuba. Llegó a la capital en enero de 2014, en tren.

—¿Te gusta más vivir en La Habana que en Santiago? –le pregunto.

—Sí, aquí es mejor –dice.

—¿Por qué?

—Porque la economía de Santiago es poca. En Santiago yo tengo mi libreta y todo, puedo buscar los mandados, pero aquí todo cuesta barato, en Santiago todo cuesta caro… No, al contrario –rectifica–. En La Habana cuesta todo caro pero hay dinero; y en Santiago cuesta todo barato pero no hay dinero. Allá un peso es como si tú fueras a pedir cinco pesos, diez pesos. Aquí no.

Más de 518 mil personas nacidas en otras provincias residían en La Habana según el censo de 2012 [2]. De ellos, 78.505 provenían de Santiago de Cuba; 66.361 de Granma; 57.221 de Holguín y 51.785 de Guantánamo. La Habana recibe al 41 por ciento del total de inmigrantes y las provincias orientales generan el 57 por ciento de los emigrantes hacia todo el país. Solo en 2014, el saldo migratorio interno en La Habana fue de 8.977 habitantes, mientras que en las provincias orientales fue de -13.023.

En Indaya viven hoy familias con dirección particular de Guantánamo, Santiago de Cuba, unas pocas de Holguín y otras de Camagüey. En Indaya viven hoy niños y jóvenes que descienden de las familias que vinieron de Guantánamo, Santiago de Cuba, Holguín y Camagüey. Todos, sin excepción, heredaron las direcciones de sus padres. Su relación con la provincia de origen de sus progenitores –o la suya, en el caso de los que migraron durante la niñez– es de larga distancia. Algunos nunca han regresado, otros van de paso y no se reconocen en ninguna calle, en ningún parque, en ningún sitio.

Su tarjeta de menor, que se convierte en carnet al arribar a los 16 años, poco tiene que ver con su verdadera identidad. Su tarjeta de menor, cuando se convierte en carnet, es también el principal impedimento para incorporarse a la vida laboral. El asunto de la identidad se resuelve a golpe de porfía. Basta con sentirse de La Habana para serlo. La Habana es, también, un estado de ánimo. Pero ese estado de ánimo no figura en los requisitos de quienes realizan las contrataciones en las oficinas de recursos humanos de las entidades estatales.

Los niños migrantes realizan sus estudios en La Habana sin mayor complicación. Los adolescentes migrantes realizan sus estudios en La Habana sin mayor complicación. Los jóvenes migrantes, en cambio, después de realizar los estudios primarios, secundarios y preuniversitarios, no podrán ser contratados en ningún centro laboral hasta tanto arreglen su cambio de dirección. Los jóvenes migrantes de Indaya, a diferencia de otros jóvenes, no quieren ser abogados, ni ingenieros. La universidad no aparece dentro de sus expectativas. Los jóvenes de Indaya, comenta alguien, “piden lo único que hay: Agronomía”.

—¿Qué quieres ser cuando crezcas? –le pregunto a César Manuel.

César Manuel es, primero, un niño elocuente. César Manuel es, además, inteligente a simple vista. Habla de economía doméstica sin saber que está hablando de economía doméstica. Dice también algo así como “los niños en La Habana expresan sus sentimientos y te dan consejos”. Toca la tumbadora desde los dos años, es cristiano desde los tres, y lo afirma como si uno recordara a los tres años alguna religión. Por eso me interesa saber qué quiere ser cuando crezca. Como si no hubiera tenido que crecer cuando sus padres decidieron tomar el tren a La Habana en enero de 2014. Hoy tiene 13 años. A solo tres años de recibir su primer carnet de identidad, responde:

—Elaborador de alimentos.

*Este artículo es un extracto exclusivo para Global Voices. Puede consultar la versión original de “Migrantes” aquí [3] y leer otros artículos de Elaine Díaz aquí [4].