Este artículo de Daniel Gross fue publicado originalmente en PRI.org como parte del proyecto Across Women's Lives el 19 de julio del 2016. Se republica aquí como parte de un acuerdo de intercambio de contenidos.
Teresa Krug se enteró de la terrible noticia por medio de un sombrío video de YouTube: Samia Yusuf Omar, una velocista somalí que compitió en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, había muerto ahogada al tratar de cruzar el Mediterráneo. Omar se había hecho conocida como corredora. El hecho de que hubiera muerto como refugiada sorprendió tanto a atletas como a periodistas.
“Era difícil creer que una atleta olímpica se pudiera encontrar en esa situación”, dijo Krug, una periodista independiente que conoció a Omar en Somalía. “Si alguien como ella no lo había logrado, ¿qué esperanzas quedaban para el resto?”
La vida de Omar fue recientemente adaptada en la novela biográfica “Un sueño olímpico”, por el ilustrador alemán Reinhard Kleist. Cuatro años después de la muerte de Omar, su historia es más relevante que nunca. La crisis de refugiados continúa, y las Olimpiadas de verano se encuentran cerca. Este año habrá incluso un equipo de atletas refugiados.
Concentrándose en la notable vida de Omar, y no sólo en su muerte, «Un sueño olímpico» humaniza una crisis que suele sentirse abstracta. El retrato compasivo y emocional que Kleist hace de Omar, fuertemente inspirado en el reportaje de Krug, aboga por una clase de periodismo enfocado en la gente, y no sólo en la política.
Al comienzo de “Un sueño olímpico” es el año 2008 y la familia de Samia Yusuf Omar busca un televisor. Recorren la capital de Somalía, Mogadiscio, hasta encontrar uno. En la pantalla titilante, ven a Omar alinearse en la pista en Beijing. Se ve delgada. Cuando suena el disparo inicial, Omar se retrasa. No es su buen desempeño en la carrera lo que le gana la admiración del público, sino su visible determinación.
Cuando Omar regresa a Somalía, sigue entrenando. Las ilustraciones de Kleist son dinámicas y en muchas partes impactantes: en una viñeta, Omar corre por las calles atiborradas de Mogadiscio, esquivando militantes religiosos radicales de al-Shabab. Mientras corre en la pista bombardeada del Estadio Mogadiscio, recuerda Beijing. Dos niños cuentan sus tiempos en lugar de un cronómetro.
Mogadiscio no es lugar para una atleta olímpica, y Omar decide eventualmente dejar a su familia e ir en busca de su sueño. Viaja a Etiopía para buscar un equipo. «Esto se había convertido en la única misión de su vida», recuerda Krug. «Encontrar un entrenador y llegar a las Olimpiadas».
Kleist tomó la inusual decisión de narrar gran parte de su libro con publicaciones de Facebook, los cuales se basan ligeramente en entrevistas realizadas a Krug y a la hermana de Omar. «Quiero empezar a entrenar de nuevo», dice una publicación. «Sigo pensando en Beijing. Desde donde estaba, podía ver la llama olímpica. Era como ver el mundo».
Es una manera elegante de dramatizar una historia que fue vista muchas veces a través del filtro de las redes sociales. Luego de que Krug ayudara a Omar a crear una cuenta de Facebook, utilizaron la plataforma para mantenerse en contacto. Su último contacto fue un mensaje que Omar escribió a Krug, explicándole que había dejado Etiopía para dirigirse a Libia, y pensaba cruzar a Italia.
El viaje de Omar de Etiopía a Libia nos parece ahora perturbadoramente familiar. Omar le paga a traficantes de personas, quienes la llevan en un peligroso viaje a través del desierto —una ruta que miles de migrantes habían recorrido. Las escenas del desierto ilustradas por Kleist son hostiles y solitarias. Una docena de personas se apretujan en un auto pequeño, el cual viaja a través del desierto interminable dejando una larga nube de polvo.
Escenas como esta ayudan a los lectores a imaginar en profundidad una crisis que ya ha empezado a parecer impersonal. «Ya no prestamos atención a las cifras», escribe Kleist en su introducción. Rápidamente, dice, olvidamos «que los números que nos suenan abstractos representan vidas humanas».
En 2012, Krug escribió para Al Jazeera sobre su reacción ante la muerte de Omar. Ella sintió “negación ante el hecho de que no la vería nunca más, indignación por no haber hecho más para ayudarla, o porque los medios, miembros de mi profesión, sólo se interesaron cuando ya se había ido».
Krug no cree que la situación haya cambiado mucho desde entonces. En el 2015, miles de migrantes africanos murieron tratando de cruzar el Mediterráneo. Cientos de miles de sirios han escapado de su país y enfrentan riesgos similares.
Aún así, Krug se muestra optimista ante los nuevos enfoques en la narración biográfica, como la que se puede ver en «Un sueño olímpico».
“No me había dado cuenta del poder que tiene, tal vez, un libro como este”, dijo. “Incluso como periodista, te fatigas. Debemos pensar en nuevas maneras en las que presentar las historias”.