Durante el día del folklore las redes de Venezuela tomaron la oportunidad de destacar algunas de las expresiones culturales con las que más se identifican los internautas. Entre ellas, las danzas herederas de las culturas africanas que influencian hoy buena parte de las identidades venezolanas ocuparon un papel un papel especial y crearon numerosas reacciones. Muestra de ello fue el video de Camerino Company compartido por Drone Venezuela, que tuvo más de 200 mil visitas y numerosos comentarios llenos de nostalgia venidos de los usuarios que forman parte de la reciente diáspora venezolana.
Aunque se originan en la costa norte del país, los llamados bailes de tambores son posiblemente la forma cultural afrovenezolana más popular entre los jóvenes. Tanto en las costas como en el resto del territorio es común que durante una fiesta haya un espacio para escuchar y bailar la música de los tambores. En la práctica que se ve en el video se celebra una gran diversidad de estilos de baile que amalgaman la tradición con lo moderno. La instrucción en los bailes que acompañan la música que se ejecuta en estos instrumentos de percusión ayuda a motivar a una población más amplia a disfrutar o a apropiarse de la música. El video de Camerino Company es una muestra fuerte de cómo una expresión cultural ocupa los salones de las academias de baile y mantienen, al mismo tiempo, un vínculo con las celebraciones populares.
«Africa regresa al Caribe»
El norte de Venezuela está dominado de un extremo a otro por la presencia del mar Caribe. Este dato, lejos de ser circunstancial, ha tenido implicaciones culturales muy importantes para el país. Esta vasta costa fue el escenario de las intensas dinámicas comerciales y socioculturales de los pueblos indígenas que se movían de un lado a otro del continente. Desde entonces, el flujo no se ha detenido. En 1498, durante su tercer viaje, Cristobal Colón arriba a la Tierra de Gracia dominada por los Caribes y 30 años más tarde empiezan a ser introducidos los primeros esclavos africanos que, junto a los indígenas, fueron usados para la construcción de los asentamientos coloniales en esta porción del «Nuevo Mundo».
Todavía hoy, después de todos estos siglos, las costas venezolanas se mantienen como un testigo quieto del curso de la historia. Allí, un importante número de personas afrodescendientes son al mismo tiempo el pasado que se ha dejado atrás y el presente que sucede. El patrimonio cultural que esta comunidad se ha encargado de guardar por generaciones es incalculable. De un sinnúmero de prohibiciones nació el uso de un lenguaje pleno en metáforas que hizo que una triste canción de amor ocultara el dolor por el desarraigo forzado. Los cantos de trabajo ayudaban a aligerar el peso de las inacabables faenas y las canciones de cuna servían para que los niños encontraran el descanso. De esta manera, tanto la música como la danza fueron el medio para comunicarse con esa mezcla de dioses llevados a las Indias Occidentales. Dioses que se fueron quedando para darle forma a rituales religiosos mestizos, y también a la fiesta laica.
Instrumentos musicales como el quitiplás, la marímbula o el arpa tuyera son una muestra de la variedad del patrimonio organológico que Venezuela heredó de África y que en ocasiones se encargó de transformar para hacerlos suyos. Estos instrumentos continúan sonando, sus músicas son bailadas y sus técnicas enseñadas en muchos lugares del país.
La admiración que causan las personas que bailan y tocan los tambores de la costa de alguna manera asegura que habrá más jóvenes como los de Camerino Company. Con ellos se continúa con una tradición que une a Venezuela en toda su diversidad con el resto del Caribe, y se cuestiona un pasado doloroso que el tiempo y la memoria tratan aún de sanar.
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