Por Huda Ziade
Cuando el taekwondista Ahmad Abughaush se hizo con la primera medalla de oro para la delegación jordana en los recientemente concluidos juegos de Río, los jordanos, los árabes y todo el mundo estallaron de júbilo para celebrar el logro y la actuación brillante. Pero para muchos jordano-palestinos, como yo, al arranque inicial de alegría le siguió un sabor agridulce. La mayor parte de nosotros no conocíamos a Abughaush antes de su victoria, pero a los árabes solo les bastó su apellido para saber de su historia. Después de todo, nos juzgan constantemente por nuestro apellido.
Mientras los jordanos y los medios globales compartían la noticia de la victoria de Abughaush, se negaron a mencionar sus orígenes palestinos o el hecho de ser hijo de refugiados palestinos. Sentí que se trataba de una supresión activa de la identidad palestina de Abugaush, pero el auténtico impacto no llegó hasta que vi cómo los medios israelíes informaban de ello. «Su familia huyó de Jordania poco después de nacer él, pero algunos familiares siguen viviendo en este pueblo pintoresco conocido por los restaurantes en los que se sirve hummus».
«Huyó».
La realidad es que la familia Abugaush fue exiliada a la fuerza de su pueblo en dos ocasiones: la primera cuando destruyeron el hogar de Saeed Abugaush en abril de 1948; y de nuevo cuando la familia Abugaush se fue, junto con otros miles de familias palestinas, después de la masacre de Deir Yassin, conocida hoy en día por los palestinos como la Nakba («catástrofe»). Tras la Nakba, mientras muchos miembros de la familia Abugaush intentaban volver a su ciudad natal, el ejército israelí los asesinó por «infiltrados».
En Jordania el contexto es ligeramente distinto, pero la supresión es la misma. La Nakba de 1948 obligó a muchos palestinos a emigrar a Jordania, así como a la Ribera Occidental, anexionada por Jordania tras la guerra. Fue así como se naturalizó y se concedió la ciudadanía jordana a muchos palestinos. Después de que Israel ocupara la Ribera Occidental en 1967, se obligó a otra ola de palestinos a marcharse a Jordania.
En julio de 1988, Jordania cesó unilateralmente la pretensión de soberanía sobre la Franja Occidental, una decisión que abrió la puerta a que la Organización para la Liberación de Palestina se convirtiera en la única representante del pueblo palestino. Para los jordano-palestinos significaba que podíamos convertirnos en personas apátridas de la noche a la mañana.
Las visitas obligatorias al Departamento de Seguimiento e Inspección de Jordania se convirtieron en una pesadilla para los palestinos que vivían en el país. El departamento se estableció bajo el mandato del ministro de Interior y se le encargó separar a los ciudadanos de la Franja Occidental de los de Jordania. El método fue opaco y separó a muchas familias. Se retiró el número nacional de identificación a miles de ciudadanos jordanos y se les concedió en su lugar pasaportes temporales.
Por lo que mientras que muchos de nosotros (los jordano-palestinos) amamos el país en el que crecimos, los jordanos no nos corresponden necesariamente. Navegamos con esta compleja identidad como si estuviéramos caminando sobre carbón caliente, quemándonos sea adonde sea que vayamos.
Ser palestino en Jordania es como enfrentarse a una discriminación sistemática. Es saber que mientras tus logros pertenecen a la colectividad, tus errores son tuyos. Como palestino, no perteneces realmente; pero no tienes a ningún sitio al que ir porque eres jordano. Eres un ciudadano incompleto y un refugiado permanente. Mientras que la gente celebra que aficionados escoceses ondeen banderas palestinas en un estadio de fútbol, a nosotros los jordano-palestinos se nos prohíbe llevar banderas palestinas en el país en que vivimos. Celebramos nuestra identidad nacional en privado y se nos excluye cuando otros jordanos celebran la suya, que debería ser también la nuestra.
Pero no conocemos nada que no sea ser quienes somos. Ser palestino es recordar el lugar del que venimos, el lugar al que no se nos permite volver. Ser jordano para nosotros es ser del lugar en el que hemos crecido, nuestros amigos y nuestra familia, y la vida que hemos creado aquí.
Así que perdónenme si soy un poco incrédulo ante la adoración nacionalista hacia Ahmad Abughaush, sobre todo cuando procede del mismo pueblo que se burla de las delegaciones olímpicas del Golfo por «comprar» a deportistas de otros países para que compitan por ellos. Después de todo, como aficionados del conocido equipo de fútbol del campo de refugiados de Wehdat, nuestra identidad palestina, y el hecho de que seamos naturalizados y jordanos no nativos, siempre se utiliza en contra de nosotros en una versión incompleta y excluyente de la identidad jordana. Debe ser cómodo poder suprimir y modificar la identidad de un pueblo según te plazca.
La gente como yo sabe que ser jordano y palestino no es incompatible, ya que de hecho lo somos. Ya sea por elección o por fuerzas externas, formamos parte de este país desde el inicio, trabajando duro, como todos los jordanos, para hacer de él lo que es hoy. Creemos en una identidad jordana que nos incluya y que dé poder a nuestra lucha por la liberación nacional, no en una que nos suprima. Es injusto que debamos esconder nuestra identidad palestina para servir a un programa que nos excluye.
Cuando los jordano-palestinos triunfen, queremos poder celebrar nuestra identidad completa y, sobre todo, nuestra historia. Ello empieza por felicitar a Ahmad Abughaush, el jordano-palestino que luchó por llegar a lo más alto del podio.