Pequeña crónica de un Puerto Rico apagado, pero iluminado por las estrellas

Foto cortesía Rneris Photography.

Foto cortesía Rneris Photography.

Mi crónica sobre el apagón masivo en Puerto Rico el pasado miércoles 21 de septiembre, podría hacer referencia a noches que se dejan ver con infinitas estrellas, al inicial caos vehicular, a policías controlando paulatinamente la escena, a un desarrollo de eventos muy similares a los que acontecen en los cuentos “La autopista del sur” de Julio Cortázar y “La noche que volvimos a ser gente” de José Luis González.

Pero mi crónica es más sencilla, no habla del personal de los hospitales encendiendo a toda prisa las plantas eléctricas para asegurar la vida de pacientes, de bomberos combatiendo el fuego de la Central eléctrica Aguirre, de los funcionarios de gobierno fallando todo pronóstico de restablecimiento de energía mientras personal de la Unión de Trabajadores de la Industria y Riego (UTIER) y de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) trasnochaba trabajando para restablecer la energía y dar fin al apagón que dejó a millones de personas a oscuras tal como lo reveló una foto área durante el apagón.

Tampoco mi crónica relatará la infinidad de malabares de los boricuas por conseguir agua o hielo, o de quienes tuvieron que caminar largas distancias después de haber quedado varados en un Tren Urbano inmovilizado. De nada de eso trata esta crónica sobre el apagón que ha dejado sin energía eléctrica a Puerto Rico en medio de una prolongada crisis económica y la imposición de Estados Unidos de una Junta de Control Fiscal por una deuda infame, fruto de la codicia de unos y la corrupción de otros.

Esta crónica no se detendrá en los estudiantes que no lograron recibir su “pan nuestro de cada día” en el aula en la que sueñan con un país distinto, o los que de una u otra forma no dejaron de laborar ingeniándose traslados inesperados a otros espacios improvisados, ni de quienes a la luz de una linterna escuchan la situación de compatriotas que relatan sus desventuras a través de las emisoras de radio. No ocuparé líneas dando detalles del cierre de centros comerciales mientras algunos colmados y establecimientos de comida rápida hacían “su agosto” entre quienes aplacan el hambre o quienes quieren aplacar el calor caribeño con una cervecita.

Muy poca energía le queda ya a esta computadora por lo que voy deteniendo el ritmo vertiginoso de mis dedos en el teclado para apalabrar este telón de fondo sin publicidad televisiva o la omnipresencia monopolizadora de teléfonos inteligentes que hurtan la atención y de paso la propia vida. Y por eso las últimas líneas hacen referencia a lo que acontece en un hogar de un pueblo costero. Allí, cerca del murmullo del mar, observo a mis padres en el balcón de la casa compartir historias familiares con hijos y nietos… y yo entre ellos.

 

 

 

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