El fallecido presidente de Uzbekistán, Islam Karimov, deja un legado duradero y aterrador

Islam Karimov , former President of Uzbekistan.

Islam Karimov, expresidente de Uzbekistán.

A diferencia de sus vecinos de la región, el fallecido presidente de Uzbekistán, Islam Karimov —que fue enterrado en su ciudad natal de Samarcanda el 3 de setiembre— nunca sintió la necesidad de rendirse homenaje con ostentosas estatuas. Su autoritarismo, moldeado en un dominio de casi tres décadas, era de estilo sencillo, y duro en represión. Una y otra vez, Karimov, que murió a los 78 años, respondía con serenidad la pregunta planteada por el filósofo italiano del Renacimiento, Nicolás Maquiavelo: para un líder, era más importante ser temido que amado.

Lo poco que el mundo más allá de Uzbekistán sabía de Karimov, que gobernó Uzbekistán durante 27 años sin tolerar oposición, era materia de pesadillas. Este es el hombre que ordenó una sangrienta represión contra los manifestantes en la ciudad comercial de Andiján en el 2005, donde murieron 187 personas según el cálculo del gobierno y muchas más según conteos no oficiales. Este es el hombre que, se presume, hirvió en aceite a algunos de sus opositores políticos y que puso a su hija mayor —cantante pop y mujer de negocios con rasgos despiadados propios— bajo arresto domiciliario, en el que permanece hasta ahora.

Cuando se reunió con el Secretario de Estado estadounidense, John Kerry, al salir del avión en su ciudad natal en noviembre del 2015, Karimov fue fotografiado con un sombrero negro de fieltro y un abrigo negro. Era el arquetipo del Padrino, un comerciante de la muerte. Y aun así, en Uzbekistán era amado —tal vez como consecuencia del miedo— y cuando no era amado, al menos era tolerado.

Con toda la agobiante pobreza, la corrupción generalizada y la amenaza implícita de violencia que los uzbekos comunes y corrientes soportaron durante su gobierno, Karimov era presidente cuando tuvieron su primer hijo y seguía siendo presidente cuando se hicieron abuelos. Y en un país donde la edad confiere deferencia y autoridad, fue muy viejo y muy poderoso durante largo tiempo.

En una publicación en Facebook luego del funeral, un destacado analista político uzbeko explicó por qué tantos ciudadanos comunes y corrientes salieron a las calles —algunos al borde de las lágrimas— para ver pasar el cortejo de Karimov:

I would like to publicly answer some non-Uzbeks who think that after the death of the leader with a controversial reputation we should be celebrating in the streets […] Uzbeks who are now mourning do so not for political but for human reasons, as it is accepted by Uzbeks, to quietly and with dignity, mark the passing of someone, moreover their first president. The time to analyse his deeds will come again in the future.

Me gustaría responder públicamente a algunos no uzbekos que creen que luego de la muerte del líder con una reputación tan controvertida deberíamos estar celebrando en las calles […]. Los uzbekos que ahora están de duelo no lo están por razones políticas sino humanas, tal como es aceptado por los uzbekos, honrar la muerte de alguien de manera callada y con dignidad, con mayor razón de su primer presidente. El tiempo de analizar sus acciones vendrá en el futuro.

Karimov vive en el aula, y en otros lugares

Es poco probable que el estado uzbeko permita algún análisis objetivo del tiempo de Karimov en el poder en el corto plazo. Aunque evitó la oportunidad de generar culto a la personalidad durante su vida, sus subalternos están compensando el tiempo perdido.

El probable sucesor de Karimov, el presidente en ejercicio Shavkat Mirziyoyev, ya se ha referido a él como «un padre». Eurasianet informa que desde su muerte, se han dedicado clases a conmemorar la vida de Karimov.

Se reporta también que el régimen ha estado reprimiendo personas por difundir «rumores» que contradicen la versión oficial de la muerte de Karimov, includidos rumores sobre la fecha de la muerte, que ha sido objeto de serias controversias.

Islam Karimov as depicted by an artist that wished to remain anonymous.

Islam Karimov tal como lo retrató un artista que pidió quedar en el anonimato.

Es posible que a Karimov lo hayan mantenido «vivo» después de la fecha en que un medio de comunicación con sede en Moscú con una red de contactos en el hermético país informó de su muerte el 29 de agosto, para extender su mandato después de los 25 años de la independencia el 1 de setiembre. Por razones políticas, tuvo que haber llegado por lo menos hasta ahí, aunque en realidad no haya podido.

¿Qué hay del futuro sin él?

Mitos de estabilidad

Las propias insinuaciones de Karimov de que Uzbekistán podría diluirse en un sangriento caos bajo un gobierno diferente se repitieron tantas veces que muchos dentro y fuera del aislado país las trataron como un hecho, aun cuando no era fácil obtener evidencia. Por esta razón, Uzbekistán continuará bajo el mismo gobierno.

El SNB, el servicio de seguridad interna —el más poderoso de la región de Asia Central— seguirá encabezado por Rustam Innoyatov, de 72 años, hombre cuya longevidad en la cima de la política uzbeka es igualada solamente por la de Karimov. Es poco probable que el estado policial que perfeccionaron juntos disminuya o enfrente significativas revisiones mientras Innoyatov viva.

Como presidente, Mirziyoyev, el más leal a Karimov que ha ejercido como primer ministro desde 2003, seguirá aplicando un sistema que beneficia a pocos, no a muchos.

Las libertades civiles seguirán siendo aplastadas y el indiscutible potencial económico del país será sacrificado en aras de una imprecisa «estabilidad», palabra que Karimov usaba con frecuencia, y que sin duda lo sobrevivirá.

Karimov, como otros dictadores, esparció un discurso de estabilidad, mientras hacía mucho para socavarla. Es una gran ironía que un hombre llamado Islam, que prestó su juramento presidencial sobre el Corán y ahora tiene una mezquita en Taskent llamada en su honor, hizo tanto para reprimir a devotos musulmanes en el país de 32 millones de personas, en su mayoría bajo el disfraz de políticas contra el terror.

Y aunque es elogiado por su habilidad en manejar tensiones muy reales entre élites regionales políticas y de negocios en la república, su hábito de enfrentarlas entre sí aseguró la perpetuación de estas tensiones.

Por último, Karimov creó un Uzbekistán que sigue apareciendo en los informes del Banco Mundial junto con impresionantes estadísticas de crecimiento del PIB que señalan una suerte de maquillaje de cifras no visto en tiempos comunistas. Un Uzbekistán completamente diferente ha visto caer varias veces las remesas de migrantes desde Rusia, donde más de dos millones de uzbekos trabajan, junto con los precios de sus principales exportaciones.

Es este otro Uzbekistán embarrado el que está destinado a sacudir un cambio en el Uzbekistán de mentira, para bien o para mal. Tal vez no suceda ahora, ni pronto, pero sucederá algún día.

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