La madrugada del 9 de noviembre fue la culminación de 18 meses de una tortuosa carrera por la presidencia de Estados Unidos, que ha dado como vencedor a Donald Trump con 276 colegios electorales y más de 59 millones de votos populares. Aun con la conclusión de un capítulo amargo en la contienda por la Casa Blanca, los estadounidenses ahora no tienen más remedio que analizar lo que les deparará en los próximos cuatro años. Por ahora, la pregunta que concierne a los norteamericanos es, ¿cómo llegó este país a tales circunstancias?
Muchos analistas apuntan a las profundas disparidades socioeconómicas y raciales que aquejan a Estados Unidos, incluso, desde que se fundó como república hace 238 años. Una brecha racial que muchos supusieron se habría cerrado con la victoria de Barack Obama en el año 2008 tuvo un efecto contrario; el exceso de fuerza policial se hizo más notorio contra las comunidades de color y deportaciones masivas de inmigrantes hispanos son los ejemplos más recientes.
Esta situación se exacerbó con el hecho de que la recuperación económica no llegó a todos los sectores de la población, particularmente los residentes de raza blanca más desfavorecida y que reside en áreas rurales. Todo esto se convirtió en un caldo de cultivo para que figuras como Donald Trump y Bernie Sanders surgieran a lo largo de las primarias de sus partidos respectivos, prometiendo un cambio en la política tradicional. En el caso de Trump, sin embargo, él utilizó el miedo como herramienta para avivar las asperezas entre los votantes republicanos, aduciendo que los mexicanos son violadores, criminales y traen drogas a Estados Unidos. El hartazgo de la población por la política escogió a Trump por ser una persona que, sin ser parte de la vieja maquinaria política de Washington, podría traer un cambio.
Asímismo, el establishment, o el establecimiento, tuvo dos roles en la situación política actual. El establecimiento del partido demócrata, de la mano de los llamados “superdelegados” y un presunto amaño del Comité Nacional Demócrata en las primarias, truncó las aspiraciones de Sanders para hacerse a la candidatura de ese partido. Por otro lado, el establecimiento republicano, encabezado por la dinastía Bush, no logró hacer mella en un campaña repleta de insultos, comentarios misóginos y xenófobos, y políticas risibles como un muro que se extenderá a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos. Ni siquiera John Kasich, Ted Cruz y Marco Rubio, éste último considerado en su momento el “Salvador del Partido Republicano” y consentido del Tea Party, pudieron detener al magnate inmobiliario.
Los medios de comunicación también fueron figuras clave en la elección de ambos candidatos. Bajo un velo de imparcialidad, los canales de televisión de habla inglesa tuvieron serios problemas en poner a Trump contra las cuerdas. Vivimos un año donde las estadísticas, los datos y la veracidad fueron cambiadas por los rumores, especulaciones y mentiras sustentadas por Trump y sus colaboradores. Los mismos medios se encargaron de hacer un lavado de imagen de forma inadvertida cuando los shows más populares de la televisión norteamericana, Saturday Night Live y The Tonight Show Starring Jimmy Fallon lo invitaron para darle un toque más humorístico y humano, muy a pesar de las protestas que se generaron por su aparición. Para muchos, los medios normalizaron el discurso abrasivo de Trump. Canales de televisión como CNN se vieron beneficiados por los altos niveles de rating que recibieron gracias a Trump y los insultos que profería en contra de sus contrincantes. A pesar de que Trump tuvo a su merced espacios televisivos de forma casi ilimitada, siempre mantuvo una enemistad con los medios al decir que eran injustos con su campaña.
Las repercusiones del presidente electo Trump no solo se sentirán en Estados Unidos sino en otras partes del mundo, especialmente en Latinoamérica. Se derrumbarían años de progreso bajo la administración de Barack Obama con América Latina, ya que Trump ha prometido derogar lo construido con Cuba y renegociaría todos los tratados de libre comercio, dentro de los que seguramente incluirá a Colombia, México, Chile y Panamá, por mencionar algunos. Venezuela también estaría en la mira de la administración Trump, y ni hablar de lo que le puede esperar a Irán y Corea del Norte ante un inminente arrebato un presidente Trump que puede lanzar un ataque nuclear o que derogue todo lo alcanzado en los diálogos de programas nucleares.
Luego de una vertiginosa campaña electoral, lo que le resta a Estados Unidos es hacer un recuento de los daños. Independientemente de quien hubiese ganado, el partidismo en Washington estará más vivo que nunca, todo gracias al llamado “triángulo de hierro” que rige los destinos de ese país. No solamente el nuevo presidente tendrá que enfrentar una serie de retos, como reformar el sistema de salud o escoger un noveno juez para la Corte Suprema, sino que vivirá una época donde es perentoria la necesidad de resarcir las heridas que abrió el candidato republicano. Pero para ello se requerirán muchos años de sanación.
1 comentario