A los iraníes que siguieron las elecciones de EE. UU., la democracia les parece un castillo de naipes

Cartoon by Mana Neyestani for IranWire.

Ilustración de Mana Neyestani para IranWire.

Frank Underwood, el protagonista de la famosa serie de Netflix TV «House of Cards«, tiene un lema infame: «La democracia está sobrevalorada». Este lema tan citado, especialmente desde que la serie empezó a emitirse en Irán, se convirtió en una mordaz piedra de toque para los iraníes que siguieron este año las elecciones presidenciales de Estados Unidos, puesto que les recordó a la lucha por la democracia en su propia esfera política.

Para muchos, el segundo debate entre Donald Trump y Hillary Clinton resultó ser el más desagradable en la historia de Estados Unidos. Los escándalos y las calumnias dominaron estas elecciones hasta tal punto que a muchos les preocupa que pase a ser la nueva norma. A los iraníes que vivieron dos periodos de mandato del presidente populista Mahmud Ahmadineyad (2005-2013), las elecciones de Estados Unidos les evoca una sensación de déjà vu. Y habiendo observado las protestas del Movimiento Verde contra la reelección de Ahmadinejad en el 2009 y la consiguiente represión del gobierno, los iraníes solo pueden esperar que la democracia estadounidense no esté tan «sobrevalorada» como afirma Underwood.

Hace poco, el líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Khamenei, insinuó su aprecio por la «franqueza» de Trump, un rasgo que también se le atribuyó a Ahmadinejad. Previamente,  Khamenei había expresado preocupación por la presidencia de Trump y sus consecuencias en el acuerdo nuclear iraní, de modo que su cambio de actitud ha generado polémica entre los iraníes en las redes sociales, quienes lo han comparado con el apoyo de Khamenei a Ahmadinejad durante y tras las elecciones del 2009.

Trump apenas recibió cobertura televisiva en Irán cuando afirmó que las elecciones estaban amañadas. Pero desde que Khamenei le apoya, Trump es el nuevo Ahmadinejad. Sale todo el tiempo en la televisión nacional.

No obstante, antes incluso de que Trump recibiera el apoyo de Khamenei, el establisment ya gozaba del espectáculo estadounidense en su propia esfera política. Los debates presidenciales se emitían en directo por televisión, y se había retransmitido la primera temporada de la serie House of Cards. Así pues, vale la pena considerar unos pocos temas que han abarcado tanto Ahmadinejad como Trump, y qué discurso demagógico podría implicar para nosotros la democracia de Estados Unidos.

Oponentes ofensivos

En la campaña presidencial del 2009, Ahmadinejad competía por un segundo mandato. Su principal contrincante, Mir Hossein Mousavi, había vuelto a la política tras haber estado retirado durante décadas. Mousavi dijo que se estaba presentando como candidato a las elecciones para combatir la corrupción generalizada y las políticas engañosas que, según creía él, habían invadido al país. Como respuesta, entre otros actos, Ahmadinejad apareció en televisión sosteniendo gruesas carpetas que aparentemente incluían registros de corrupción en general de varios cargos que, afirmó, eran seguidores de Mousavi.

Siete años después, Trump incluso ha llamado repetidas veces a sus contricantes republicanos «pequeño Marco» y «fea Fiorina», y, por supuesto, «torcida Hillary», que se convirtió en una etiqueta popular entre Trump y sus seguidores. Aun si Ahmadinejad tuvo mala fama por sus ofensas, lo más cerca que estuvo de insultar las características físicas de un oponente fue cuando llamó a los manifestantes del Movimiento Verde «un puñado de polvo y desechos».

Retórica antisemita

Ahmadinejad saltó a la palestra por su rechazo descarado del Holocausto, así como por el comentario atroz de que «Israel debería ser borrada del mapa». En el LX Aniversario de la nación de Israel, Ahmadinejad declaró: «Aquellos que piensan que pueden revivir el cadáver hediondo del usurpador y falso régimen israelí celebrando una fiesta de cumpleaños se equivocan gravemente». En otras declaraciones incendiarias, una y otra vez se negó a reconocer el Holocausto, lo que hizo que los políticos y los medios occidentales lo tacharan de negador del Holocausto e incluso de «nuevo Hitler».

Existe una delgada línea que se volverá aún más delgada con las mentiras de Trump y, digamos, la negación de Ahmadinejad del Holocausto. Así de mala es la situación.

Una década y pico más tarde, el candidato presidencial republicano alzaba las cejas con sus comentarios, que estereotipaban a los judíos y al rostro yuxtapuesto de Hillary Clinton con una Estrella de David y un montón de dinero. Estos comentarios desataron una tormenta de calumnias y ataques antisemitas contra los periodistas judíos que criticaban la campaña de Trump —ataques que dicha campaña no denunció de manera terminante.

Por el contrario, la cuenta de Twitter de Trump retuiteó repetidas veces a defensores de la supremacía blanca, contribuyendo así a una mayor difusión de odio antisemita. Las organizaciones de la comunidad judía reaccionaron publicando una declaración que denunciaba el racismo y la xenofobia. Sin embargo, esto apenas cambió la situación, y unos pocos meses más tarde, la Rana Pepe se convirtió en un símbolo del nacionalismo blanco y fue nombrada por la Liga Antidifamación símbolo oficial del odio. El público reaccionó con la etiqueta #WeveSeenThisBefore (#HemosVistoEstoAntes), un recordatorio de que la retórica de Trump se hacía eco de la de los demagogos del pasado.

«No pueden eliminar a Trump»

Sexismo y misoginia

Durante sus dos mandatos, Ahmadinejad propuso varias veces políticas percibidas como misóginas. Al salir elegido, el presidente Ahmadinejad cambió el nombre del Centro para la Participación Femenina a Centro de Asuntos Femeninos y Familiares. Poco después, a las mujeres funcionarias se les ordenó que trabajaran solo durante las horas diurnas. En uno de sus últimos legados, Ahmadinejad propuso leyes para reducir las jornadas de las mujeres atractivas. Se consideró que estas propuestas recalcaban el papel de las mujeres como amas de casa y madres. Además de estas políticas domésticas, Ahmadinejad también hizo un comentario sarcástico sobre el posible nombramiento presidencial de Hillary Clinton en el 2008, y declaró que «es improbable que una mujer llegue a ser presidenta de un país que presume de estar armado».

Se sabe que Donald Trump ha maltratado a mujeres durante décadas, al menos desde los años 80. El Partido Republicano ha sido criticado históricamente por su posición ante los derechos reproductivos de las mujeres, pero la denigración impenitente de las mujeres por parte de Trump ha llevado al partido a un nuevo nivel. Y la lista continúa. Tanto Trump como Ahmadinejad han tomado posturas controvertidas sobre la inmigración, los grupos terroristas en Medio Oriente, la homosexualidad e, incluso, el presunto plagio por parte de sus equipos. No obstante, a sus seguidores les resultan asombrosamente atractivos debido a su denuncia de la «élite» y la corrupción del establishment percibidos en sus respectivos países.

La presidencia de Ahmadinejad le ha costado a Irán una estanflación histórica, relaciones internacionales conflictivas, una pérdida de miles de millones de dólares como resultado de sanciones económicas y una caída drástica del índice de corrupción del puesto 88 en el 2005 al puesto 144 en el 2013, entre muchas otras repercusiones de su administración.

Sin embargo, aunque esta no es en absoluto una comparación exhaustiva del contexto, la economía o los sistemas electorales de Irán y Estados Unidos, es casi seguro que la demagogia que ha ensombrecido la campaña presidencial estadounidense del 2016 podría plantear serias amenazas a la democracia de los Estados Unidos, tal y como hizo la frágil transición de Irán con la reforma y la democracia. El atraso y la inestabilidad económica deberían ser el menor de las preocupaciones de los ciudadanos. Puede que estas ilustraciones describan mejor las posibles consecuencias de la votación en Estados Unidos.

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