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La vida después de la guerrilla: una excombatiente de las FARC empieza una nueva vida en casa

Categorías: Latinoamérica, Colombia, Guerra y conflicto, Medios ciudadanos, Mujer y género
FARC guerrillas during the Caguan peace process March 22, 2006. Photo by DEA Public Affairs. Public domain [1]

Guerrilleras de las FARC durante el proceso de paz de Caguán el 22 de marzo del 2006. Fotografía de Asuntos Públicos de la DEA. Dominio público.

Este artículo escrito por Jasmine Garsd [2] se publicó originalmente en PRI.org [3] el 31 de octubre del 2016. Aparece aquí como parte de un acuerdo de intercambio de contenidos. 

Al final de una cañada de cemento, en las orillas del canal hay una pequeña tienda que vende plátanos verdes, cola y cigarrillos, pero ya no le quedan plátanos.

La mujer que atiende la tienda se llama Xiomara. A menudo, tiene que luchar contra el impulso de huir, compara el deseo de escapar con algo que se apodera de su cuerpo.

«Estoy bien y de un momento a otro, tengo la necesidad de irme», «Quiero marcharme. Quiero salir. Necesito irme», dice Xiomara.

Cuando le ocurre esto, se enciende un cigarrillo y, a veces, ve la televisión.

«Quiero irme, pero no puedo porque ahora tengo una casa», afirma.

Hasta hace poco, Xiomara era una combatiente guerrillera de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Luchó en la que es la guerra activa más larga en esta parte del mundo, durante 52 años los rebeldes marxistas de las FARC se han enfrentado al gobierno. El conflicto ha causado 260.000 muertes, ha aterrorizado a los colombianos durante años provocando desplazamientos forzosos, secuestros, horribles torturas y desapariciones.

A principios de octubre, una ajustada mayoría de colombianos rechazaron el acuerdo de paz [4] que se había estado negociando durante los últimos años. Ambas partes han vuelto a la mesa de negociaciones y se ha impuesto un alto al fuego temporal.

Las mujeres tuvieron un papel fundamental en el proceso de paz [5] y Colombia ha causado admiración en todo el mundo por su innovadora inclusión de las necesidades y preocupaciones de las mujeres. El acuerdo de paz prometió crear una subcomisión para investigar crímenes de guerra de tipo sexual, promovió los derechos a la tierra de las mujeres campesinas y las negociaciones le han dado voz a las víctimas.

Sin embargo, muchas mujeres rechazaron el acuerdo. Algunas decían que querían castigos más severos para los guerrilleros. Otras, temían que esto les diera a los rebeldes marxistas un papel demasiado importante en el gobierno.

Para el nuevo acuerdo de paz el gobierno debe encontrar cómo atender mejor a mujeres como Xiomara. Hay unos 17.000 miembros activos en la guerrilla y se estima que un cuarenta por ciento son mujeres. Y para ellas es especialmente difícil reinsertarse en la sociedad.

La tienda de Xiomara se encuentra en la ciudad de Florencia, al final de la región Amazónica de Colombia, en un vecindario donde viven miles de familias de forma ilegal que se han visto obligadas a desplazarse por el conflicto armado. Entre los clientes, rememora cuando se convirtió en militante.

Tenía 14 años. No le dijo ni a sus amigos ni a su familia que se iba.

«Me han gustado las pistolas desde que era pequeña. Yo pensaba que me uniría a la policía o al ejército pero para hacerlo hay que estudiar y yo era muy pobre. Entonces, la forma más sencilla era unirse a las guerrillas porque no había que estudiar», dice ella.

La gente se une a las FARC por diferentes razones. A algunos los fuerzan. Muchos otros por causas de justicia social. Otros, como Xiomara, solo buscaban aventuras. La emoción y la respetabilidad que conllevan las armas no es poca cosa para una mujer en una sociedad profundamente machista.

«Las FARC apoyaban una retórica de igualdad de género», explica Kimberly Theidon, catedrática de la Universidad de Tufts (Massachusetts, EE. UU.). Allí enseña estudios humanitarios internacionales y ha trabajado exhaustivamente en Colombia.

Theidon dice que, las mujeres lo tenían muy difícil para aprovecharse de las promesas de las FARC: «se oye hablar de que se les forzaba a abortar y a tomar anticonceptivos. También se veían obligadas a acostarse con personas con las que no querían o a renunciar a los niños que desearían haber criado».

Xiomara se pone tensa cuando le pregunto si alguna vez tuvo miedo. «Bueno, era una vida difícil no te puedo decir que fuera todo alegría y celebración. No. Estaba asustada», afirma.

Normalmente, Xiomara habla en voz baja, así que resulta chocante cuando su voz se convierte en el grito de un general. «Sabes que en cualquier momento te puede alcanzar una bala y matarte. Eso da miedo. Pero mira, aprendes. Te digo que te acostumbras. Te acostumbras y aprendes».

Campaign poster from Colombia's Ministry of National Defense.

Afiche de campaña del Ministerio de Defensa Nacional de Colombia.

Le encantaba. Xiomara formó parte de las FARC durante 15 años. Se movía por toda Colombia, por las montañas y por la selva. Hasta que empezó a enfermar.

Culpa a las píldoras anticonceptivas que le dieron los médicos de la guerrilla. Dice que las hormonas la hicieron enfermar. Se puso tan enferma que la echaron. «Me dijeron que ya no era útil. De todos modos, ya no podía hacerlo. Llegué tan lejos como pude», dice.

Dejó la selva y volvió a casa para decidir qué debía hacer. Este momento fue aterrador. «Tenía miedo a salir fuera. Mucho miedo. No voy a mentir, todavía lo tengo. No me da miedo que me hagan daño, simplemente no me siento tranquila porque es como si me convirtiera en un pequeño animal de montaña».

Los guerrilleros como Xiomara deben ponerse en contacto con las autoridades cuando dejan las FARC, pero ella no le dijo a nadie que había vuelto. Un vecino la reconoció. El ejército fue para comprobar si tenía armas. Ese fue el momento en el que se inscribió en un proceso oficial de reinserción gestionado por el gobierno de Colombia con la ayuda de Estados Unidos.

Unos 48.000 militantes se han inscrito en el programa en los últimos 12 años. Este programa comienza con una casa de acogida. Se cobra un salario a cambio de continuar los estudios o aprender un oficio. Se ofrece mucho asesoramiento sobre asuntos que uno da por sentado, por ejemplo, sobre cómo moverse con el transporte público o cómo pedir cita en el médico.

Mónica Monje es una sicóloga a la que han asignado para trabajar con Xiomara. Me comenta que los problemas de Xiomara van más allá de cómo hacer un recado. Xiomara no sabe cómo ser mujer en Colombia.

Resulta extraño escuchar a Xiomara hablar sobre esto porque es una mujer con curvas e increíblemente atractiva. Irradia una confianza en sí misma hipnótica. Pero me dice, casi estupefacta consigo misma que, a pesar de ser una mujer, le encanta el trabajo físico y el aire libre.

«¿La verdad? ¿Quieres que te sea totalmente sincera», Xiomara hace una pausa. «Echo de menos esa vida. Esa es la verdad. Mira, porque en esa vida… siempre estás moviéndote y haciendo ejercicio. Tu cuerpo está siempre en movimiento. Y siempre estás rodeado de muchas personas. Es como estar en familia».

La sociedad colombiana sigue siendo profundamente sexista. No se considera algo femenino irse de casa, mancharse y hacer el trabajo físico. Xiomara siente el cambio en su cuerpo, todavía es fuerte de ir por todo el país cargada con un arma, pero se está volviendo débil de estar sentada en la tienda. Este es uno de los mayores retos al reinsertar a las mujeres rebeldes en la sociedad. Durante años han experimentado la adrenalina y la aventura y ahora se espera que vuelvan a ser mujeres domésticas.

Theidon recuerda una campaña realizada por el Ministerio de Defensa colombiano para convencer a las mujeres de que abandonaran las fuerzas rebeldes. «El afiche parecía un anuncio de pintalabios. Brillaba. Había una mujer sonriendo y estaba perfectamente maquillada. Hablaba sobre «liberación»…¡Guerrillera, desmovilízate y siéntete una mujer otra vez!»»

Si Colombia consigue firmar el acuerdo de paz con las fuerzas rebeldes, hará historia. Se habrá acabado la guerra activa más larga de esta parte del mundo.

Pero ahí está el reto: todavía hay más de 17.000 militantes ahí fuera, en las montañas y en las selvas. De repente, se espera que se reinserten en la sociedad. Muchos de ellos son mujeres, como Xiomara. Theiden apunta que para hacer funcionar el acuerdo de paz, el gobierno tendrá que reconsiderar la forma en la que trata a las combatientes.

«Creo que el programa se entiende como la desmovilización de los hombres, porque los hombres armados se consideran un riesgo para la seguridad», dice. «El mensaje para las mujeres es que se «redomestiquen». Vuelve a ponerte pintalabios, vuelve a casa. […] Es una forma muy reaccionaria, retrógrada de comprender lo que estas mujeres podrían querer después de estar años viéndose como protagonistas políticas».

Xiomara no tiene amigos y, por supuesto, no tiene amigas. Piénsalo: se ha pasado de los 14 a los 30 años en la selva y en las montañas. Ahora ha vuelto y no puede hablar con ninguna persona de las que conocía antes.

Xiomara me invita a la parte de atrás de su casa para fumar un cigarrillo, en un solar que da al canal. El agua está sucia, pero es un lugar tranquilo. Durante unos minutos su marido deja de vigilarnos. En este momento es cuando me cuenta lo que acaba con ella. «Me hizo enfermar. Me puse muy enferma. Las píldoras anticonceptivas me destrozaron. No puedo tener hijos».

Para la mayor parte de la sociedad colombiana, no tener hijos se considera un fracaso como mujer. Cuando su marido no está cerca, le pregunto: si pudieras, ¿volverías a luchar con los rebeldes?»

«Incluso si quisiera, no podría por mis problemas de salud», contesta. «Lo tengo claro. Si volviera, sería una carga para ellos. Ya no soy… ya no soy útil».

El sol se ha puesto y está oscureciendo en la cañada. Es hora de que me vaya. Cuando lo dice suena como una exigencia, pero después al escuchar la grabación de la entrevista, suena infantil.

¿Por qué te marchas tan pronto? ¿Por qué no te quedas un rato más?

Así que me quedé a fumar otro cigarrillo más, después realmente tenía que irme.