Las compuertas de Belo Monte, la segunda planta hidroeléctrica más grande de Brasil y cuarta más grande en el mundo en capacidad instalada, fueron cerradas en noviembre del año pasado, dando inicio al llenado del depósito de la represa en la Amazonía — y transformando para siempre las vidas de las poblaciones indígenas y ribereñas que viven a su alrededor. La dificultad de navegar en trechos del río, la desaparición de lugares de pesca, el aumento de plagas y la muerte de peces son algunos de los impactos relatados por estas poblaciones.
“Vivir hoy en día del Río Xingú es imposible, no tengo ninguna chance. Las personas vivían bien, y hoy en día vegetan, no es una vida digna”, comenta Raimunda Gomes da Silva, al pasar por las piedras de Volta Grande, trecho del Río Xingú duramente afectado por la represa.
Raimunda vivía con su marido, João, en una de las islas fluviales del Xingú que fueron inundadas por el depósito artificial de la planta. Ambos vivían de la pesca y del campo. Actualmente ella vive en una casa del barrio Airton Senna II, periferia de Altamira, ciudad de 100 mil habitantes — la más grande en los alrededores de la planta.
Desde el cierre de las compuertas, cerca del 80% del volumen del Xingú fue desviado de su lecho natural por un canal artificial hasta el depósito. El volúmen del agua deja de pasar por Volta Grande, trecho del Río Xingú de cerca de 100 kilómetros que baña dos territorioss indígenas, Arara da Volta Grande y Paquiçamba, perteneciente a los pueblos Arara y Juruna. También habitan allí centenas de familias ribereñas.
Islas quemadas y deforestadas se vieron parcialmente sumergidas por el lago artificial. Foto: Isabel Harari/ISA.
“El mayor problema es la falta de agua. Para abajo falta, y para arriba, sobra. Lo que sobra arriba no sirve y abajo hace falta para la vida. Mucha agua arriba pero está comprometida, presenta problemas, con residuos, con muerte de peces, muerte de árboles que se vieron sumergidos. Y para abajo, se necesita agua, tienen un poco todavía, pero no es suficiente”, dice Raimunda.
Sin río y sin pez
Entre febrero y abril de este año, Ibama multó a la concesionaria Norte Energia com 35,3 millones de reales por la muerte de 16,2 toneladas de peces durante el llenado del depósito, que llevó tres meses.
Fueron tres multas consecutivas — de 27,5 por la muerte de los peces, R$ 7,5 por incumplimiento de una de las condiciones de la licencia y R$ 510 mil por haber presentado datos falsos sobre la contratación de trabajadores para el rescate de los peces. La multa de R$ 27,5 millones fue la más alta aplicada a la concesionaria desde el inicio de la construcción de Belo Monte.
Acari, pez muy común en la región, ciego y con parásitos. Foto: Torkjell Leira/ISA.
No obstante, la muerte de los peces no es el único problema enfrentado por las poblaciones del Xingú. Desde el inicio de la construcción de Belo Monte, a causa de la iluminación artificial de almacenes de obras o uso de explosivos, los indígenas de Volta Grande relatan el comprometimiento — y algunos casos extinción — de importantes puntos de pesca.
Con el barraje definitivo del río y la disminución del caudal del Xingú, los impactos se intensificaron. “A la gente le tomaba una hora para llegar a los lugares de pesca y ahora nos demoramos el doble. Hay un lugar al cual ya no tenemos acceso porque el agua disminuyó mucho y ya no se puede pasar”, relata el indígena Natanael Juruna.
La pesca es la principal actividad de subsistencia de los Juruna, conforme al Atlas de los Impactos de UHE Belo Monte sobre la pesca. Según los datos de un monitoreo independiente realizado por los Juruna en colaboración con ISA y la Universidad Federal de Pará, la producción anual de pescado de los Juruna es de 4.469 kg, siendo 98% para alimentación propia y 2% para comercialización. El pescado representa el 55% de sus comidas.
La navegación es difícil en trechos del río debido a la disminución del caudal de agua. Foto: Isabel Harari/ISA.
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