El 8 de octubre, aterricé en el aeropuerto de Srinagar. Nada había cambiado desde que salí tres meses antes. Cachemira sigue en ascuas. La rabia de los habitantes es palpable. La tensión en el aire te golpea en la cara en cuanto sales del área fortificada del aeropuerto internacional. Carretes de alambres de púas cuentan la historia de una bella jaula donde las personas caminan con los pies encadenados.
Bienvenidos a mi casa, donde mi identidad siempre es cuestionada por hombres en camuflaje que llegaron en avión en cientos de miles. Junto con el alambre de púas custodiado por fuerzas armadas indias vienen frecuentes interrogatorios.
Desde la muerte de Burhan Muzaffar Wani en un breve tiroteo en el sur de Cachemira, corrientes de resistencia han estrechado las montañas y los valles de esta región de los Himalayas. Conversando con la gente obtienes la respuesta fácil: «Esta vez, el ánimo de la gente es diferente comparado con los levantamientos del 2008 y 2010″.
Mi padre se retiró del servicio del gobierno hace tres años. En sus años de servicio, nunca lo vi faltar por enfermedad ni quedarse en casa por razón alguna. Está inquieto en estos días, ha estado así desde la muerte de Wani cuando en Cachemira estallaron las manifestaciones contra India.
Mi padre en contadas ocasiones se sienta en un lugar y se relaja. Va de una habitación a otra: a veces ni siquiera es posible un corto recorrido hacia la puerta principal de la casa porque el aire está lleno de gas lacrimógeno. La única vez que se sienta en paz es a la mañana, cuando lee los diarios locales en inglés y urdu.
Desde su retiro lo que mantuvo ocupado a mi padre es la enfermedad de su propio padre. Pasó gran parte de su tiempo atendiéndolo. Mi abuelo falleció este año luego de una prolongada enfermedad.
Los últimos cien días, el valle ha estado cerrado. Hay innumerables heridos; al menos cien personas han sufrido daño permanente a la vista como consecuencia del uso de escopetas por parte de las fuerzas armadas. El gobierno también ha iniciado una operación de represión masiva. Arrestan a centenares de personas cada día y las detienen de acuerdo con «leyes ilícitas».
El día que regresé a casa, un estudiante de 12 años se convirtió en la última víctima de pistolas de perdigones. Sucumbió a las heridas que sufrió el día anterior cuando la policía local «le disparó a corta distancia cerca de su casa».
Hay un riguroso toque de queda en vigor. No solamente el gobierno impuso un toque de queda, sino que las personas aseguraron la vigencia de un «toque de queda civil». Los ciudadanos levantaron barricadas para evitar que la policía ingresara a sus localidades. Según cifras oficiales, el número de arrestados asciende a 446, pero la prensa local dice que la cifra es mucho mayor.
Los manifestantes y demás pobladores quedaron confinados en sus localidades debido al estricto toque de queda.
En casa, mi padre intenta esconder el abdomen cuando se lo señalo. Sostiene la respiración, pero no logra esconderlo.
Cuando me fui, las cosas eran diferentes. Cada vez que hablábamos por el teléfono de la casa, le hacía la misma pregunta: «¿qué hiciste hoy?”, y su respuesta también era similar: «Comer, dormir y repetir”.
Mis padres han engordado. Aunque mi madre se niega a aceptarlo, la realidad es que ha engordado.
Felizmente mi padre no debe tomar ninguna medicación, nunca ha tenido que hacerlo. Disfruta de una vida saludable. Con la edad, se ha vuelto más experto en tecnología. Con la cámara de su teléfono, ha grabado lo que ha visto durante estos cien días, pues sus movimientos siguen restringidos a las rutas alrededor de nuestra mohalla, o barrio.
Desde nuestra casa, se puede trasladar 400 metros al norte: Fateh Kadal; 300 metros al sur a Kani Kadal, 170 metros al oeste al puente Syed Mansoor Sahab; 120 metros al este al punto donde todos nuestros vecinos se sientan y pasan el día.
Según Google Maps, la libertad de movimiento de mi padre está restringida a 990 metros, 10 metros menos que un kilómetro.
Los temas más discutidos en los porches de las tiendas —o «pyend», como los llamamos en Cachemira— son el levantamiento cachemir, la opresión, el críquet y el reciente robo de joyas de oro valuadas en 700 mil rupias ($10,000) pertenecientes a una futura novia de la localidad.
«El gas lacrimógeno llegó repentinamente de la nada y estalló cerca de mi amigo; todos corrimos, la conversación quedó a medio camino», me dice mi padre. Sigue registrando y mostrando la bella prisión en la que está encerrado.