‘Aprender a vivir con el narco en México’, historias de sobrevivientes de la guerra contra el crimen organizado

"Por las víctimas de la guerra contra los narcos, México". Foto del usuario Flickr Martín García. Usada bajo licencia CC 2.0

«Por las víctimas de la guerra contra los narcos, México». Foto del usuario Flickr Martín García. Usada bajo licencia CC 2.0

Durante la infame «guerra contra el narcotráfico», los medios comúnmente hablan de los amenazados, de los desaparecidos y de los muertos, la mayoría de las veces usando cifras que parecen abstractas y lejanas. Pocas historias sobreviven los titulares de las últimas noticias; y sin embargo, la cobertura de figuras del narco como El Chapo Guzmán, cabeza del cartel de Sinaloa, eclipsan la historia de quienes deberían estar en el centro de atención: las víctimas de esta guerra.

Pocas veces se conoce qué pasa con los deudos el día después de un evento violento, o con las comunidades que parecen haber aprendido a vivir con el dolor cotidiano. Cada cadáver, cada ficha de desapareción, cada hueso encontrado en cada una de las cientos de fosas clandestinas, son un testimonio de un sinnumero de padres, madres, hijos, amigos y esposos con una profunda herida.

El proyecto digital de Animal Político «Aprender a vivir con el narco» cuenta las historias de las personas que viven rodeadas de la violencia derivada de la guerra contra el crimen organizado. Así lo presenta el mismo sitio:

El crimen organizado no sólo nos hace temer por nuestra vida. Su impacto se siente más allá. Por ejemplo, en el cierre de tiendas de abasto popular por el acoso del narco, lo que obliga a comunidades enteras a viajar kilómetros para algo tan simple como comprar leche.

El dolor contado por sus víctimas

El video «Vidas que cambian por el miedo», nos da una idea a estas historias. Una de ellas es la de Guadalupe, que dedica los fines de semana a buscar a su hijo en fosas clandestinas; igual que la de Emma Veleta Rodríguez, que perdió a su papá, a sus cuatro hermanos, a su esposo y a dos de sus sobrinos el mismo día.

«Nuevamente, como cada domingo, nos disponemos a realizar esta actividad que nos hemos propuesto de ir a buscar fosas, a buscar a nuestros seres queridos.»

Guadalupe Contreras: «Mi hijo se llama Antonio Ivan Contreras Mata. Cuando desapareció tenía 28 años. Es padre de tres niños. Trabajaba en un taller eléctrico en El Naranjo. El 13 de octubre salió de la casa, tenía que regresar el 15 y ya no regresó.»

Emma Veleta: «Es muy difícil para mí que me quedé con mis tres hijas para seguirles dando el estudio. Pues aparte tengo a mi mamá, que ella también está aquí conmigo. Ahorita ella no tiene ni una entrada de dinero. Mi papá le dejó sus seguros y todo pero ahorita nada puede cobrar porque le exigen el acta de defunción, ¿y de dónde la agarramos?»

En su introducción, los redactores de «Aprender a vivir con el narco» comentan por qué las consecuencias de la violencia se vuelven tan relevantes para realizar este proyecto:

No sólo porque es urgente retratar los rostros de quienes le plantan cara al miedo, sino porque los conflictos de los países, la fragilidad y la gobernanza están en la mira de la comunidad internacional.

El proyecto cuenta con relatos hechos por lectores como con reportajes realizados por periodistas que se encuentran en territorios de alto riesgo. Aquí recogemos algunos fragmentos de dichas historias.

KYHB, lectora de Animal Político, escribió desde Taxco, estado de Guerrero, en el centro del país. Su testimonio muestra cómo, por más que este presente, la violencia no es algo que se pueda encauzar. Para ella, la paranoia no logra formar parte de la normalidad:

Desde hace algunos años que conozco el morbo y el amarillismo. Todos los días paso por puestos de periódicos, donde veo páginas exhibiendo imágenes qué sólo podrían estar en contexto en un libro de criminología o un expediente de un peritaje. Veo en esos cuerpos sin vida reflejada mi propia mortandad. Me desagrada y a veces siento que soy la única a la que le provoca disgusto o tristeza, que le parece una falta de respeto para la persona que alguna vez ocupó ese cuerpo. Yo no puedo entregarme a la indiferencia o normalizarlo.

Del mismo modo, KYHB observa con temor lo que sí ha llegado a impregnar su día a día:

No, no es normal que mi primo de 10 años piense que de grande quiere ser narco, tampoco lo es que la gente vaya por la calle escuchando corridos que relatan las “hazañas” de la delincuencia. Esos corridos me parecen una burla para todos aquellos que perdieron a alguien y para los que tememos nos pase lo mismo. Veo nuestra fragilidad cuando las historias pasan a ser cifras en un conteo. Es increíble la apatía de algunas personas que justifican la muerte de seis personas y la desaparición forzada de 43 estudiantes en la ciudad vecina por “andar de revoltosos”. Creo que intentan convencerse de que la tragedia no los alcanzará mientras no se muevan y callen.

Maribel L. desde la Ciudad de México escribió «Cuatro meses de extorsiones en el DF: una familia saqueada por las amenazas» en donde narra como el cobro que realizaban delincuentes armados mes con mes en su negocio terminó por destruirlo y separar a su familia.

Piensas en todo lo que perdiste, en cómo unas personas te cambian la vida en días. El dolor nunca sana, el trauma se queda, el miedo persistirá a estar solos. Los hábitos cambiaron, los números telefónicos también, nos contactamos solo lo necesario. Entre más lejos estamos mejor.

Y concluyó:

Deseamos que sean detenidas las demás personas, porque no sabes en qué momento te van a secuestrar o matar. Me he preguntado si llorar solucionaría los sentimientos arraigados durante esos horribles días, pero la respuesta es que no, porque se me ha olvidado como llorar, porque tengo que aprender a vivir con el dolor.

El reportero Mario Gutiérrez Vega publicó «Los niños olvidados de Ciudad Juárez: una generación marcada por la violencia«. En su introducción plantea estos cuestionamientos: ¿Quién cuida al hijo de una mujer desaparecida y de un hombre asesinado por el crimen organizado? ¿Cómo es crecer en en una colonia marginal de la que fuera la ciudad más peligrosa de México?

No es como cualquier niño de su edad al que atienden sus padres. Bryan es huérfano y él mismo dice que ha tenido que aprender a cocinar un huevo, freír papas, calentar tortillas y “hacer la chichi” para los bebés que viven con él, como le llama a preparar el biberón con agua, azúcar y leche en polvo.

Cuenta que tiene nueve cicatrices en su pierna izquierda, las mismas que años de vida. Insignificantes en comparación con las heridas grabadas en sus ojos, inenarrables en un niño para quien la violencia ha sido la vida misma y tiene que aprender a vivir con ella.

A los cinco años le dijeron que su mamá había desaparecido. Pero la infancia de Bryan no se esfumó ese día. Ya había acabado dos años antes, cuando a unas cuadras de su casa, observó el cuerpo ensangrentado de su papá, recién asesinado por hombres armados que dispararon desde su vehículo.

Esta era la situación de Ciudad Juárez cuando Bryan nació:

Bryan nació en 2006, cuando la violencia por el crimen organizado y su combate se fue incrustando en los problemas sociales que ya existían en Ciudad Juárez. En 2008, 2009 y 2010 se convirtió en el lugar más peligroso del mundo por la cantidad de asesinatos, de acuerdo con informes del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y del gobierno de Estados Unidos. Sólo en 2010, la fiscalía estatal contabilizó 3 mil 103, un promedio de 8.5 diarios.

Estos son solo algunos de las cientos de miles de relatos que va dejando la delincuencia organizada en México y que están impregnando el alma del país. No nos olvidemos de ellos porque cuando no tomamos en cuenta a los deudos y nos enfocamos en los victimarios, estamos escogiendo un lado de la historia, el que deshumaniza a los que sufren y exalta a los que provocan la violencia. Este proyecto nos recuerda a quienes no debemos olvidar.

Además de «Vivir con el narco», Animal Político lanzó el 2015 un proyecto de periodismo de datos llamado Narcodata con el fin de simplificar la compleja información detrás de la fallida guerra contra las drogas que ha librado el país en las últimas cuatro décadas.

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