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Venezuela: Lo que el conflicto nos quita

Categorías: Latinoamérica, Venezuela, The Bridge
[1]

Caricatura de Eduardo Sanabria (Edo Ilustrado) Imagen reproducida con permiso.

La siguiente es una re-edición del artículo de Luis Carlos Díaz, publicado previamente desde su espacio en Medium [2]y reproducido en Global Voices con su permiso.

Cada día que Venezuela pasa con el gobierno del chavismo [3] que por más de 15 años ha estado a la cabeza, el país cae más y más. Y seguirá cayendo porque, al contrario de lo que muchos repiten, no hay llegadero: Los países no tienen fondo. En serio. Hace dos años todo parecía estar ya al límite, pero no se hablaba aún de gente buscando comida [4] en la basura. Ahora incluso no solo la buscan sino que se pelean por ella. Mañana se la rifarán o el gobierno multará a quien bote algo a la basura… o quién sabe qué otras cosas más.

Ya no se habla tanto de los saqueos [5] como antes. Tampoco se habla de linchamientos de criminales, que han sido el canal por el que los grupos de vecinos han respondido a la impunidad [6] en medio de la altísima criminalidad. No hay mención de personas desmembradas, que han sido la prueba de la intensificación de la violencia urbana de los últimos años. Pero no se mencionan porque hayan dejado de ocurrir, sino porque se han normalizado ya como parte del paisaje del país y de su crisis.

Los cuerpos mueren, los países no. Las cosas van mal, pero pueden ir aún peor. Podríamos dar montones de indicadores para demostrarlo, pero nos quedamos con dos: la mayor inflación del mundo [7] por quinto año consecutivo y la menor productividad de nuestra historia reciente. La responsabilidad de esto es de la economía centralizada y de los controles creados por el chavismo para aumentar sus cuotas de corrupción. Pueden decir que esta crisis económica es parte de una conspiración [8] de empresarios y comerciantes, pero ¿ha conocido alguien a un comerciante que gane en escenarios en los que no puede vender?

Pensar, como sostienen muchos, que hay opositores que quieren el poder, pero no ahora sino después, con el fin de evitar asumir los costos que vendrían con una toma de poder hoy es infantil. Los costos de la reparación del país serán cada vez más fuertes. Aspirar conquistar una gobernación o una alcaldía sin recursos es igual de inútil que mantenerse protestando desde la oposición.

El país no puede alimentar a su población hoy, y mañana podrá aún menos, así que mientras más rápido se cambie el esquema productivo, la economía centralizada y el juego corrupto de los controles de cambio, precios y distribución, menos costo tendrá tomar las riendas. Venezuela no puede cubrir sus propias deudas, así que mientras más pronto haya un cambio en el poder y estas deudas se renegocien, mejor para todos.

Sin embargo, donde sí hacen falta algunas condiciones es en recuperar algunas instituciones, pero esto tomará tiempo. Se necesitan algunas garantías de que la gobernabilidad del próximo mandato pueda sostenerse. Porque si un grupo de narcotraficantes [9], de políticos corruptos y de agentes torturadores son así en el poder, serán mucho peor actuando desde la oposición con el dinero que se hayan robado. Por eso es que ganar algún cambio en el Consejo Nacional Electoral es importante. Elevar los costos a la Fuerza Armada o al Tribunal Supremo de Justicia [10]puede ser útil. Destrancar el estatus de la Asamblea Nacional [11]puede servir. Pero no hay garantías de nada. Tú lo sabes, yo también. No tenemos un manual para vivir en dictadura.

Ahora, donde todo está trancado es en cómo llegar al poder antes. Para eso es que se discuten fórmulas y hay desacuerdos. A mí lo que me tiene sorprendido es lo perdidos que están casi todos, incluyendo a los que hablan con fuerza y seguridad, porque hasta a esos se les cae rápido el “plan infalible” que creen que sí va a funcionar.

Por eso es que han optado, porque es más fácil, por atacarse entre ellos o señalar culpas entre opositores, porque si los pones frente al poder, empiezan a trastabillar. Una marcha llega, pero no se sabe qué se hará después. Una protesta se enfrenta a un piquete, pero después no se sabe qué se hará frente al segundo. La desobediencia suena rebelde, pero luego no se puede traducir. Y la mayoría opositora es circunstancial: la mayoría te apoya si la cosa es pacífica. Si no lo es, se recogen y se van, porque la garantía de plomo es cierta y la mayoría sabe que su vida vale más que la de los pranes [12].

Eso hace que, curiosamente, quienes están haciendo algo más que el resto son justamente los que están en el candelero del diálogo jugándose muchas cosas, a pesar de ser insultados. Están allí sin saber qué viene después, negociando con secuestradores, incluso usando su lenguaje aunque se ganen el desprecio de los inconformes.

Pero, más curiosamente, no podemos dejar de tener inconformes, porque de hecho se necesitan más. Porque el diálogo solo no sirve de nada. Porque la gente no puede dejar de exigir. Porque otros países quisieran ayudar pero no entienden cómo, porque también les genera costos. Porque cada día es peor, cada día se aguanta menos, y perder tiempo es perdernos lo que la vida podría ser y lo que el totalitarismo nos ha negado.

Quisiéramos preocupaciones simples. Quisiéramos aburrirnos un poco. Quisiéramos alguna certeza distinta a que mañana será peor. Para variar.