La innovación busca ayudar a los pacientes psiquiátricos en México, pero la condición de sus centros no la deja entrar

Entrada del hospital psiquiátrico Villa Orcanza. Fotografía de Pedro Zamacona. Publicada con permiso.

Entrada del hospital psiquiátrico Villa Ocaranza. Fotografía de Pedro Zamacona. Publicada con permiso.

La siguiente es una re-edición de la crónica hecha por la autora para el medio en línea Yaconic

Enumerar los poemas que se han escrito entorno a la locura sería una tarea infinita. Los literatos ven belleza en ella, y los menos eruditos decimos que «de locos, todos tenemos un poco». Entonces, ¿cuándo fue que escapar de la realidad se volvió una calamidad, temor, tristeza y abandono?

¿Qué pasa cuando pensamos en un hospital psiquiátrico? Seguramente imaginamos paredes blancas, cuartos custodiados desde la puerta con cerrojos de seguridad, internos con batas que atan sus brazos alrededor del cuerpo, malos tratos y pabellones alineados con pequeñas ventanas obstruidas con rejillas, tal como sucede en las películas de terror, o como en la vida real de los manicomios en México-.

Con el fin de acabar con este ambiente dañino, en el año 2000 se implementó un nuevo método de cuidado al paciente, el cual contempla la creación de nuevas estructuras de atención y el respeto al derecho de recibir una atención integral médico-psiquiátrica con calidad y calidez, así como la prevención, hospitalización y rehabilitación adecuada. El Modelo Hidalgo de Atención en Salud Mental en teoría busca que los pacientes se sientan como en casa y trabajen para efectuar algunas actividades por sí solos, como lavarse los dientes y aprender manualidades. El Hospital Psiquiátrico «Villa Ocaranza», ubicado en el estado de Hidalgo, fue el primero en llevarlo a cabo, con la promesa de devolver a sus pacientes una mejor calidad de vida.

Diez años después, entre 2011 y 2012, la Comisión Nacional para los Derechos Humanos (CNDH) visitó 41 hospitales psiquiátricos en todo el país con el fin de conocer la situación que vivían los pacientes en cada una de las instalaciones públicas. En el recorrido, la Comisión detectó condiciones deplorables en dichas instancias, donde se dio cuenta de la aplicación de electrochoques sin justificación, incomunicación, mala alimentación, personal insuficiente y tortura contra los usuarios. El Hospital «Villa Ocaranza» fue una de las estancias donde se detectaron estas violaciones a los derechos de los pacientes, entre ellos, a recibir un trato digno y humano por parte del personal. Incluso se denunció a un servidor público de la institución, por haber cometido delito de violación equiparada agravada contra una paciente, como se cuenta en el Informe Especial presentado por la CNDH en 2013.

En 2014, a través de Yaconic se publicó una crónica, en la que se retrataba la incertidumbre que habita y duerme junto a los entonces, 109 pacientes del Hospital, quienes arrastran en su lento caminar un pasado desolador y un futuro aún más incierto:

La historia

La entrada de lo que antes, cuando en el Porfiriato y la Revolución (a finales del siglo XIX y principios del XX), fue una hacienda, dirige al patio que parece el de una escuela, con los salones pintados y en forma de pequeñas villas.

Ante la ausencia de sus huéspedes —mujeres y hombres que rondan en promedio los 50 años de edad— las puertas de los dormitorios dan la impresión de resguardar sueños y pesadillas de niños de preescolar. Los dibujos animados y coloreados tapizan y decoran la entrada, como lo hiciera un chico de cinco años.

Afuera, se encuentra el acceso al centro de enseñanza donde algunos tejen, colorean, recortan o hacen bolitas de papel maché que después pegan con suma concentración. En una de esas mesas se encuentra un adulto que sostiene perfectamente un lápiz sobre una hoja en blanco; posee estudios de licenciatura, pero eso definitivamente no fue un requisito para evitar que la esquizofrenia lo comiera. Algo que según la doctora Karina Sánchez, encargada del centro de enseñanza, “puede aparecer por cuestiones genéticas y por el ambiente en que se vive”.

En otra mesa se cortan tiras de papel china, morado, naranja y negro. Se trata de la preparación de los adornos para el tradicional festejo del Día de Muertos. Se lleva a cabo no sólo como actividad social sino como algo que les ayuda a situar su perspectiva del tiempo, dice la doctora.

Los 109 internos del Hospital «Villa Ocaranza», en Tolcayuca, Hidalgo, son residentes de tiempo completo. Muchos de ellos han estado internados desde niños (pese a que es la peor idea); otros llegaron solos o fueron abandonados, pero todos conforman el último grupo de pacientes que será atendido en este hospital, a pesar de la luz o a la oscuridad, aquí morirán y velarán a sus compañeros como después lo harán con todos. Por ello, este hospital busca no recibir más internos, aunque sí pacientes:  “No es conveniente para la salud del paciente que se quede por años hospitalizado”, señala la psicóloga.

Llegaron sin una identidad, sin un papel o alguna prueba de la existencia de una vida pasada o de pertenecer al régimen; llegaron sin una prueba de esas que se necesitan para saber que existes, sin una prueba que no hiciera pensar que su sola presencia era una locura para aquel que les viera de frente.

Trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia o discapacidades como el retraso mental agudo les consumen, aunque también están los que requieren de atención geriátrica.

La realidad no se queda fuera

A pesar de las denuncias en 2011 y el Informe en 2013, las cosas parecen no pintar mejor para el «Villa Ocaranza». La violación a los derechos humanos no se detuvo, al contrario, se extendió hasta afectar la integridad de los empleados. A inicios del 2016, medios locales como la agencia Quadrantín informaron que por lo menos 30 empleadas de la institución, entre psicólogas, enfermeras y administrativas, sufrían acoso sexual y laboral por parte del director de la institución, quien meses después fue destituido.

Las promesas alentadoras que consigo cargaba el Método Hidalgo se han visto mermadas con una serie de violaciones e inconsistencias antes relatadas. Tristemente, este no es un caso aislado, es solo un ejemplo de la situación que enfrentan los pacientes de los Hospitales Psiquiátricos en todo México. Sin embargo, las transgresiones cometidas en «Villa Ocaranza» maximizan la gravedad, pues las infracciones se han cometido aún después de una supuesta modificación en su mecanismo.

Cabe mencionar que en el Informe presentado por la CNDH (antes mencionado) se dieron a conocer las fallas en las que caían hospitales de diversos estados de la República. Por ejemplo, el caso de un paciente que permaneció más de 90 días en aislamiento, al interior del Hospital Psiquiátrico del estado de Oaxaca, una sanción disciplinaria prohibida, pero que suele darse a los pacientes que presentan conductas violentas.

La estadísticas arrojan que en México, alrededor de 14 mil personas son diagnosticadas con una enfermedad mental, y entre los padecimientos más frecuentes se encuentran la ansiedad, la falta de tolerancia a la frustración, la depresión y la esquizofrenia; según informa el diario mexicano La Jornada.

¿Por qué el Modelo se inauguró en el «Villa Ocaranza»?

El Hospital Psiquiátrico “Villa Ocaranza” fue inaugurado el mismo año de la entrada del Modelo Miguel Hidalgo de Atención en Salud Mental al país, en 2000. Pero más que una inauguración, se trató de una renovación al recinto, pues el Hospital ya contaba con una historia que no es menos oscura de lo que fuera su futuro.

En la década de los sesenta fue uno de los hospitales que recibió población proveniente del famoso Hospital General de “La Castañeda”, ubicado en la Ciudad de México, y conocido como “un mal sueño de la psiquiatría” por los horrores que se vivían en su interior: gritos, tortura y terapias que alimentaban el trauma.

Actualmente, la arquitectura del Ocaranza muestra siete villas coloridas en las que habitan los pacientes, pero hace más de 40 años era una gran edificio que recibía el nombre de Hospital Psiquiátrico Dr. Fernando  Ocaranza. “Las enfermeras no se daban abasto, tampoco los doctores ni las psicólogas. En los 60, bastaba con tener el grado de primaria, un curso de un mes de primeros auxilios y la necesidad de trabajar para formar parte del cuerpo de enfermería del hospital”, recuerda la doctora Sánchez.

Del viejo edificio solo quedan escombros, un silencio adornado repentinamente por algunos pájaros, montañas de zapatos y tenis de niños con las agujetas desamarradas, cortinas desgarradas, y algún colchón en el rincón; todo cubierto de un velo de polvo orquestado durante años. Además, según se cuenta en la crónica antes citada, existe un cuarto sombrío lleno de féretros blancos. Los ataúdes están uno sobre otro, esperan ser ocupados por los pacientes que se sabe, morirán en las villas adyacentes. El Villa Ocaranza y el Viejo edificio son vecinos, muy parecidos entre sí, y aún muy unidos.

En un vaivén de discursos que ofrecen buenas nuevas y noticias que las desmantelan, no es difícil poner en duda la lógica y racionalidad del sistema que impone leyes, que en el imaginario lucen bien, aunque en la realidad no se ven. Mientras tanto, los residentes de la Villa preguntan por sus familiares: ¿Dónde están? ¿Cuándo vendrán?

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