La carrera de los ecologistas en Madagascar para eliminar unos sapos problemáticos

Photo by EOL. CC-BY-NC-SA 2.0

Foto realizada por EOL. CC-BY-NC-SA 2.0.

Este artículo, de Edward Carver, se publicó originalmente en Ensia.com, una revista que destaca las soluciones medioambientales internacionales en acción y se republica aquí como parte de un acuerdo para compartir contenido.

Al inicios del 2014, el biólogo Jonathan Kolby estaba trabajando con un grupo de investigadores sobre los anfibios en Madagascar, cuando recibieron un correo sorprendente de un hombre que residía fuera de Toamasina, la ciudad más pobre del país. Él había adjuntado una imagen de un sapo marrón que no habían visto nunca antes en la isla tropical, famosa por su biodiversidad. Intrigados, los investigadores buscaron la casa del hombre, justo al lado de una refinería de níquel, pero no esperaban encontrar el sapo. El hombre les aseguró que no sería un problema. «Esperen diez minutos», les dijo.

Poco después, al atardecer, ellos se quedaron fuera e inmediatamente vieron media docena de sapos asiáticos. «Adultos grandes, y gordos» señala Kolby, un predoctor que investiga las enfermedades en los anfibios en la universidad de James Cook en Australia. «Estábamos como «mierda, esto es malo».

Tras dos años, esto aún es el consenso científico. Este sapo rugoso y tóxico del sudeste de Asia, Duttaphrynus melanostictus, está alterando los frágiles ecosistemas de Madagascar, poniendo en peligro la fauna única y amenazando a la población. El veneno del sapo en contacto con la piel puede matar animales e incluso a los niños. Si sigue expandiéndose, el sapo podría llegar a ser un gran problema para algunas de las especies más simbólicas de la isla como el lémur y el fosa (el predador del lémur, que se parece a un pequeño puma) y en algunos animales ya ha provocado una pérdida de su hábitat.

Actualmente, un grupo de herpetólogos y expertos en especies invasivas están aunando esfuerzos para erradicar, rápidamente, la reproducción de los sapos antes de que sea demasiado tarde. Con 4 millones de sapos para sacrificar, este sería el mayor intento que jamás se haya hecho para detener a un anfibio invasivo. La campaña tendría un coste aproximado de entre 2 y 10 millones de dólares, una cantidad que no poseen los científicos. Ellos han pedido ayuda a una empresa minera cuyos contenedores podrían albergar la vía de la invasión, pero la empresa, aunque en general ha cooperado y ha ayudado en la identificación del sapo como un problema, ha rechazado la petición, aduciendo a una falta de pruebas y eligiendo postergar al gobierno en otra dirección.

“Las posibles consecuencias son devastadoras. Madagascar es uno de los mayores puntos de biodiversidad.” –Pete Lowry

Aunque los científicos consigan los fondos, no hay garantía de que se lleve a cabo la campaña de erradicación. Sin embargo, los expertos dicen que no hay excusas para que no se realice la campaña incluso si aumentan los costes.

«No puedo imaginar cómo los que toman las decisiones en Madagascar pueden dormir si ellos simplemente dicen: «lo siento, esto tendrá un gran coste como para hacerlo, el asunto está descontrolado», dice Pete Lowry, un biólogo del jardín botánico de Missouri y miembro del Grupo de Fauna y Flora de Madagascar, que ayuda a coordinar el esfuerzo de erradicación. «Las posibles consecuencias son devastadoras. Madagascar es uno de los mayores puntos de biodiversidad». Alrededor de un 70% de las casi 250.000 plantas y especies animales de la isla solo se encuentran aquí.

Punto final

Este año, el grupo difundió un informe de viabilidad que aclaraba las apuestas. «La erradicación es la única opción que tiene un punto final», expone el informe. «El resto de las respuestas se tendrían que hacer siempre».

La amenaza tiene una especial resonancia de lo que ocurrió a 8.800 kilómetros en Australia en 1935, cuando los agricultores de azúcar importaron desde Hawai 100 sapos gigantes para controlar los escarabajos que destruían sus cultivos. Los sapos corrían frenéticamente, esparciéndose por todo el continente y provocando una gran disminución en la población de algunos depredadores que morían después de comérselos. En muchos hábitats, los sapos gigantes han contribuido a la disminución de lagartijas como la goanna y marsupiales como el quoll, que son el comienzo de la cadena de alimentación de los depredadores en Australia y que permiten el funcionamiento de los ecosistemas. Ocho décadas después, los australianos todavía están trabajando para poder frenar a los sapos. Los científicos están construyendo cercas que alejen a los sapos de los campos de cultivo y esparciendo productos químicos que atrapen a los renacuajos. Incluso, los mochileros en el país pueden conseguir puntos en la visa al ayudar en la lucha contra la expansión del sapo.

Según James Reardon, un zoólogo del departamento de conservación de Nueva Zelanda y coautor del informe, los sapos asiáticos, los que se cree que llegaron a Madagascar como polizones en contenedores industriales, podrían resultar tan destructivos como los sapos gigantes en Australia. «Estoy totalmente seguro de que si volviéramos atrás en el tiempo, cuando los sapos gigantes se encontraban en una pequeña área de Australia, de la misma forma que están ahora los sapos en Madagascar, intentaríamos cualquier cosa para erradicarlos», afirma él mismo.

Posibles consecuencias graves

En Madagascar, el asunto es urgente ya que los científicos esperan que los sapos se expandan rápidamente. Hoy en día, ocupan alrededor de 120 kilómetros cuadrados cerca del Canal de Pangalanes, un conducto perfecto para los anfibios que se dirigen hacia la costa este tropical de la isla.

La experta en lemures, Patricia Wright, de la universidad Stony Brook, está preocupada por el recorrido que harán los sapos a través del canal hasta la ciudad de Mananjary y donde se adentrarán hasta el Parque Nacional de Ranomafana, un albergue de biodiversidad en el que ha trabajado en su protección durante más de tres décadas. Algo que le preocupa a los científicos es que los sapos podrían haber llegado ya en una pequeña zona de agua por la que se han introducido en el canal. Permitir que los sapos lleguen a la arteria principal del canal es como «construirles una carretera hacia el resto del país», afirma Christopher Raxworthy, un herpetólogo del Museo Americano de Historia Natural.

La isla no tiene otros sapos, por lo que la nueva llegada podría ser devastadora para los depredadores y sus presas, advierte el informe. El tenrécido, una criatura parecida al erizo que se encuentra principalmente en Madagascar, es uno de los principales animales que podría comerse a este sapo desconocido y morir debido a las toxinas, mientras el insaciable sapo asiático, probablemente, ataque a los cientos de ranas coloridas y otros anfibios de la isla (un 99% de estos se encuentran en la isla). Además, también podrían comer camaleones o las crías de otras especies, afirma Raxworthy.

La amenaza es la misma para la población. En Laos, los niños han enfermado y, en caso extremo, han fallecido por consumir el sapo asiático, pero el riesgo para la población de Madagascar, que no está familiarizada con los sapos, podría ser mucho mayor. El informe también expone que las serpientes están muriendo tras ingerir estos sapos, un descenso en la población de las serpientes podría provocar un aumento de las ratas negras y esto significaría más cuestiones sanitarias en un país que ya lucha contra las plagas.

Los científicos tienen tres razones importantes para pensar que la erradicación ecológica es posible. Primero, la zona infectada no contiene especies raras o nativas que se podrían dañar durante el intento de erradicarlos. Segundo, los sapos macho, durante la noche, se agrupan alrededor de las zonas de agua para llamar a las hembras, por lo que existe un lugar apropiado para capturarlos o matarlos. Y por último, pruebas recientes revelan que rociar una solución con ácido cítrico (con una concentración similar al zumo de limón, según Raxworthy) podría matar a los sapos deshidratándolos sin provocar daños en otros animales.

El siguiente paso será una pequeña erradicación en la parte meridional de la zona de irrupción, por parte de los miembros del grupo, para restringir la expansión de los sapos en el canal y realizar una mayor afinación de los métodos de erradicación. Pero incluso, este pequeño esfuerzo costaría alrededor de 400.000 $ y los científicos aún están buscando la financiación.

«Nosotros estamos trabajando esencialmente con un presupuesto muy limitado», declara Reardon. «Está siendo como una recolección diversa de donaciones de la comunidad internacional de conservación».

Establecimiento de la responsabilidad

Esto alza la pregunta: ¿quién debería pagar por administrar especies invasivas como los sapos asiáticos en Madagascar?

Para recurrir a la responsabilidad empresarial, los científicos hacen referencia al transporte de las especies invasivas como una «contaminación biológica». Un estudio seminal de 1998 realizado por David Wilcove, que ahora trabaja como ecologista en Princeton, cita a las especies invasivas como la segunda causa principal de extinción en EE. UU., tras la pérdida del hábitat.

James Carlton, un biólogo marino en Williams College, Massachusetts, ha propuesto que se debe adoptar un modelo de «quien contamina, paga» para el control de las especies invasivas. Las compañías petrolíferas han usado este sistema desde el desastre de Exxon Valdez, cuando sus tanques cayeron al agua o sus oleoductos comenzaron a bombear petróleo, ellos pagaron algunos céntimos por barril a un fondo para futuras limpiezas. Pero ahora, las empresas corren el riesgo de enviar y transportar especies invasivas sin pagar tales tasas, por lo que no hay un fondo para el control o la erradicación. Llamar al sistema actual «ruleta ecológica» debido a la falta de regulación, escribe Carlton, es decir que las «industrias deben pagar una tarifa más alta para prevenir, controlar e investigar, ya que tienen un papel fundamental como transporte de especies no autóctonas.

En ausencia de un sistema integral para luchar contra las especies invasivas, los expertos tienen la responsabilidad de resolver caso por caso, una tarea muy difícil.

Los científicos del grupo de trabajo sugieren que el níquel y el cobalto de la empresa Ambatovy podrían haber traído el sapo a Madagascar en un contenedor de transporte. La empresa traía herramientas y provisiones hacia la zona de intrusión para construir una gran refinería al mismo tiempo que el grupo de trabajo cree que llegaron los primeros sapos.

Sherrit International, la empresa minera canadiense que posee el 40% de Ambatovy y gestiona la planta, afirma que cada año 170.000 contenedores pasan el puerto en Toamasina, la mayoría procedentes de Asia y menos del 5% son para este negocio. «En términos de identificación de un contenedor específico o punto de entrada específico, es increíble la dificultad para realizarlo», declara el portavoz de la empresa, Scott Tabachnick.

Sin embargo, Reardon, el zoologo de Nueva Zelanda, expone que las estadísticas del puerto no son relevantes porque los sapos no se liberaron en el puerto, de hecho, todavía no se han encontrado allí. (Sin embargo, como en el canal, a él le preocupa que los sapos lleguen pronto al puerto, centro nacional e internacional de transporte y que se introduzcan en otro contenedor).

«No tenemos pruebas, pero es muy probable que los sapos estén en Madagascar debido a las actividades de Ambatovy», afirma Reardon. La empresa tiene un enlace ferroviario directo desde el puerto a la planta, donde se descargan los contenedores.

Sin embargo, es imposible conocer con seguridad cómo llegaron los sapos, especialmente desde que hay otras dos empresas portadoras de mercancías en el área: Malgapro, una empresa de importación/exportación basada en el núcleo de la zona de intrusión y SolCliment Callidu, una empresa localizada en la periferia.

Un tic-tac del reloj

«Desde el punto de vista de la gestión de la diversidad de Madagascar y esta crisis, no se puede esclarecer quién introdujo el sapo», declara Lowry de Missouri, quien tiene un puesto sin remunerar en el panel consultivo científico de Ambatovy. «Llegados a este punto no podemos mirar atrás y decir quién es culpable. Todo el tiempo que gastamos con eso es tiempo perdido para actuar en este asunto crítico».

“En un momento determinado se convertirá en algo inviable. Cuanto más se atrase, existen menos probabilidades de éxito. Sin alguna duda, nos quedamos sin tiempo” –Jonathan Kolby

No importa cómo surgió el problema del sapo, Lowry espera que Ambatovy se involucre en la solución. «Existe un reloj en marcha», afirma. «Todo el mundo que pueda contribuir necesita un empujón hacia el centro y comenzar, ahora».

Tras una reunión en diciembre, el grupo asesor de Lowry (un grupo de científicos diferente del que completó el informe de viabilidad), recomendó a la empresa «tomar la iniciativa» en los esfuerzos para erradicar los sapos, ha confirmado el portavoz de Ambatovy, Vony Ramahaleo, en un email. Sin embargo, la compañía señala que ya ha intervenido en el comité para tratar la invasión, junto con los ministerios gubernamentales y organizaciones de conservación. «Dado que el gobierno de Madagascar ha señalado a un comité para esta lucha, nosotros no podemos sustituirlo», escribe Ramahaleo.

Sin grandes donaciones, los esfuerzos de la erradicación están a la espera. Sin embargo, la gente local todavía están ansiosos por eliminar los sapos, a los que llamana radaka boka (ranas «leprosas» o «escamosas») o radaka Dynatec (significa «ranas de la refinería de Ambatovy»). Mikahely, un proyecto paralelo del famoso grupo malgache de música Mika & Davis, recientemente lanzaron una canción, Radaka Boka, sobre la invasión. Incluso las tres empresas de telecomunicación del país se han unido para ayudar, lanzando un sistema de mensajes de texto, gratuito, para que la gente informe sobre la ubicación de los sapos.

Aún así, Kolby lamenta que no se haya hecho más en los dos años desde que se encontrara el primer sapo. «Ahora mismo vale la pena seguir adelante con la erradicación», afirma Kolby. “En un momento determinado se convertirá en algo inviable. Cuanto más se atrase, existen menos probabilidades de éxito. Sin alguna duda, nos quedamos sin tiempo”.

Edward Carver está licenciado en el Instituto de Periodismo Arthur L. Carter, en la Universidad de Nueva York. Ha estado trabajando durante cuatro años en Madagascar en el desarrollo y conservación de proyectos.

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