
Christian Quiñónez sufrió dos accidentes graves en su lucha por acceder a la universidad desde el Chaco paraguayo. Fotografía de Nicolás Sáenz, tomada con permiso del sitio principal de Kurtural.
La siguiente es una reedición publicada en dos partes de la última entrega de la serie Vacas que vuelan, escuelas que caen, escrita por Patricia Benítez y publicada originalmente en el sitio de Kurtural. Este último artículo será publicado en dos partes. La primera parte detalla las circunstancias de la educación pública y privada en Paraguay y los antecedentes históricos de Puerto Casado.
Cinco años atrás, Christian Quiñónez, quien ha arriesgado su vida más de una vez para seguir una carrera universitaria, sobrevivió a un accidente automovilístico cuando iba a la capital. Entonces cursaba Administración de Empresas en la Universidad Autónoma de Asunción. La modalidad de estudio era a distancia pero requería de su presencia durante los exámenes. Así es que cada dos meses Christian Quiñónez debía trasladarse más 600 kilómetros hasta Asunción. En uno de esos viajes, la camioneta en la que se desplazaba volcó luego de caer en un pozo que había en el camino.
Según el informe policial, la causa del accidente había sido el pésimo estado en el que se encontraba la ruta. Christian salió ileso, pero murieron Marisela Ramírez y el conductor Freddy Fernández, hijo de Justo Fernández, entonces gobernador del departamento de Alto Paraguay. Otros dos pasajeros, Fernando Fernández, también hijo del gobernador, y Gleisy Ruiz tuvieron heridas graves pero sobrevivieron. Todos eran estudiantes universitarios.

La ida en bote a Vallemí, aun con el clima a favor, no siempre es del todo placentera. Fotografía de Nicolás Sáenz, tomada del sitio principal de Kurtural y usada con permiso.
Sobrevivir para estudiar
La empresa Carlos Casado SA empezó su declive en los años 80, cuando el tanino dejó ser rentable, pero llevó adelante su proceso de cierre definitivo recién entre 1996 y 2000. Christian Quiñónez no lo recuerda, por aquellos años era solo un niño un poco mayor de lo que es ahora su hijo Jonás.
Tras casi un siglo de explotación de los montes de quebracho y de incursiones en la ganadería, la firma se marchó del país, no sin antes vender unas 500 mil hectáreas y todo lo que ellas contenían —estructura e instalaciones de la ex fábrica, animales y personas— a las empresas de Sun Myung Moon, un surcoreano autodenominado mesías. Moon ya falleció, pero en el año 2000, cuando se concretó la venta, encabezaba la Iglesia de la Unificación Universal, más conocida como secta Moon. Así, las tierras, la ciudad, sus habitantes y las comunidades indígenas pasaban a manos de un nuevo dueño.
En 2005, gran parte de la población casadeña marchó 250 kilómetros hasta Asunción para reivindicar el espacio que habita. Tras una expropiación que luego fue revocada en medio de un complejo proceso jurídico, en 2012 el Instituto Nacional del Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert) declaró a Casado «colonia de hecho». Amparada en esta resolución, la población ya no puede ser desalojada de unas 35 mil hectáreas, incluyendo el casco urbano. Sin embargo, la lucha por legimitar su derecho a vivir ahí aún no ha terminado.
Durante la Guerra del Chaco (1932-1935), donde pelearon Paraguay y Bolivia, Puerto Casado había sido muelle de embarque y desembarque de los combatientes paraguayos, quienes también utilizaron los talleres de la fábrica y el ferrocarril. Más de 80 años después, de ese mismo lugar parten Christian Quiñónez y Éver Pereira para estudiar. Solo Luis Pereira renunció a ir a las clases. Ever comenta:
Él siempre quiso ser militar. Yo le insistí nomás para que estudie algo. Pero luego de lo que sucedió desistió totalmente.
Pero tanto él como Christian no piensan abandonar la batalla. No ahora, no a mitad de camino, dicen, ni siquiera después de haber conocido la furia del río. Migrar a Vallemí, quizá a Concepción o a otra localidad para evitar el arriesgado traslado diario en bote, no es una alternativa que alguno de los dos considere. Los detiene el trabajo, la familia, el arraigo y un compromiso con una comunidad que tiene otras carencias como la falta hospitales y rutas transitables. Quiñónez afirma:
Si me voy a estudiar a otro lado, fácilmente me voy a acostumbrar al ambiente y ya no voy a querer volver a Casado. Y si no hay profesionales dentro de la comunidad nunca va a haber una universidad.
Ya no solo piensa en su futuro sino en el de James y Jonás. «Hace falta que las autoridades de la capital miren más hacia acá. De esos grandes edificios seguramente no ven que el Chaco no tiene nada. Esos edificios les están estorbando, tienen que subir un poquito arriba y mirar hacia nuestra región», asegura.
Se refiere a las espejadas edificaciones que configuran el paisaje del «nuevo centro económico de Asunción», como es llamada la zona de la capital donde los rascacielos emergen al ritmo del boom inmobiliario. Este es un universo paralelo para Quiñónez, uno en el que «subís a un bus con aire acondicionado y viajás tranquilo, inclusive te da tiempo para pensar porque otro es el que conduce», dice el estudiante cuya sonrisa contrasta con la dureza de la vida en el Chaco paraguayo. Ahí donde vive, el año se divide en una temporada de lluvias y otra de sequía. Cuando el suelo no se resquebraja, es el aislamiento por la ausencia de caminos transitables lo que ahoga.
Siete años atrás, viajar desde Asunción a Puerto Casado en días lluviosos tomaba 36 horas, quizá 48. Había que ir en bus hasta el puerto de Concepción, distante a poco más de 400 km de la capital, y luego embarcar el Aquidabán, una embarcación que partía una vez a la semana rumbo a Vallemí. La nueva ruta que hoy conecta Concepción con Vallemí brinda la diaria opción de abordar un colectivo en la capital y llegar a destino en nueve horas, o viceversa. Christian Quiñónez lo hace cada vez que, por ejemplo, Jonás y James deben consultar al pediatra. Por eso reflexiona:
Envidio las oportunidades que se tienen al otro lado del río. Para nosotros, ese es otro mundo.