Alternativas paraguayas para comer sano, hacer transacciones justas y cuestionar modelos económicos

Ignacio Fontclara asegura que la selección es la clave para comer bien, algo a lo que hay que dedicarle tiempo. Fotografía de Vichi Candia para Kurtural. Publicada con permiso.

La siguiente es una versión re-editada y reducida de uno de los episodios de la serie Para comer mejor, que recoge las experiencias de proyectos con el mismo nombre (Jakaru Porã Haguã, en guaraní) y que sigue iniciativas comunitarias y ciudadanas que trabajan por una alimentación más sana y un acceso a la producción agro-ecológica más justa. El primer resumen de la serie publicado por Global Voices puede leerse aquí

La gran masa obrera tiene una sola preocupación: comer. Así, a secas. En la realidad de las grandes ciudades paraguayas, el acto cotidiano de comer se trata de aquello que pueda pagar y que le llene el saco estomacal. Sin embargo, para Pablo Angulo, un agrónomo comprometido con un modo de producción ecológica, esto es parte de un problema social más amplio, y es que nuestra gente se alimenta mal. «Se vive de arroz, fideo y harina, y eso no es alimentación», reflexiona Pablo.

Pero cuando se trata de comprar productos de lugares alternativos de comercialización que apuestan a la producción sin intervención de químicos (es decir, con ingredientes sanos) persiste la idea generalizada de que esto resulta más caro. ¿Es realmente así?

«Jamás va a ser más caro porque los beneficios son más grandes. La gente del área metropolitana (Asunción, San Lorenzo, Lambaré, Luque) es como que ya tiene más conciencia. El problema es que nos estamos dirigiendo a un grupo privilegiado que puede comprar lechuga. Una gran masa no puede comprar ni de la producción convencional –la que usa plaguicidas- ni de la orgánica. Le sale más barato comprar harinas», explica tajante Pablo.

Comer sano en un modelo económico donde el tiempo es dinero

Tu Kokue es un emprendimiento que semanalmente ofrece por correo electrónico canastas con verduras, frutas y productos artesanales derivados de la agro-ecología. Los impulsores de este proyecto son Raúl Soverina y Leticia Correa.

En su contacto con cientos de productores y productoras en este andar, Raúl recuerda lo que alguna vez le dijo una de ellas: «Yo para carpir cinco a diez hectáreas tardo un mes si lo hago de manera manual; pero si fumigo, en cuatro días está listo». Esta diferencia de tiempo es sustancial, pero en el caso de la fumigación —agrega Raúl— hay que contemplar el costo del producto químico más los daños que este genera en la gente que consume el resultado de esa producción.

Comprar productos sanos es hacer una transacción justa

Pablino Ferreira opera en el área comercial de Eco Agro, una iniciativa social sin fines de lucro para apoyar y mejorar la calidad de vida de pequeños productores en Paraguay. «Un producto orgánico tiene un proceso de cosecha más largo porque al no usar sintéticos que le aceleren, tarda más tiempo, y el tiempo —en la producción— se convierte en dinero», dice.

Un componente importante de este tipo de emprendimientos es su dimensión social, el espíritu que los define es la venta de productos sanos que se comercializan con criterios justos para beneficiar a familias campesinas. Eco Agro se fundó en 2001 bajo la Asociación de Productores Orgánicos (APRO) y busca comercializar la producción ecológica de sus pequeños productores miembros.

En este contexto, Miguel Lovera piensa que la producción orgánica es aún insuficiente y no logra tener un volumen considerable, más bien opera en déficit de producción. El déficit se debe al bajo estímulo que recibe este modo diferente de hacer, de producir. Uno de los factores a los que se atribuye esto es lo que él explica como la «supermercadización» de la dieta y la alimentación.

Comprar productos de chacras campesinas implica mejorar los ingresos de la población, en especial los de mujeres como Victoria Romero, de Tapecaaguy. Ella es secretaria de la Asociación de Agricultores Oñondivepá y presidenta del comité de mujeres. Fotografía de Pablo Tosco / Oxfam en Paraguay. Publicada con permiso.

Agro-ecológía en las redes

Desde hace un año y cuatro meses, un grupo de ciudadanos independientes trabaja de manera voluntaria ofreciendo su tiempo y sus casas para apoyar al productor y a la productora del campo, a través de la iniciativa Mercadito Campesino. Por medio de herramientas digitales como Facebook, WhatsApp y correo electrónico, envían semanalmente la lista de productos con que cuentan. La gente hace sus pedidos y cada sábado los retira eligiendo el local que mejor le queda de entre las seis casas de voluntarios ubicadas en distintos puntos de Asunción.

Romi Cabrera, parte activa de este emprendimiento, mencionó que se plantearon la contradicción acerca de quiénes son las personas que compran verduras, hortalizas, frutas y productos de este emprendimiento, que logra romper con la cadena de intermediación para valorizar la producción campesina y que en la ciudad se pueda comer mejor.

Los integrantes de este grupo comenzaron a notar que quienes iban a comprar eran personas de buen nivel adquisitivo, teniendo en cuenta el tipo de auto del que se bajaban. Primero sintieron esta contradicción, pero como su convicción ya era que comer sano es un derecho de todos y todas, empezaron a repartir volantes en los barrios. Localizaron las casas más humildes para que la gente se acerque. Aún esperan resultados : «Mucha gente cree que es más caro, y tal vez por eso no se acerca».

El equipo de Eco Agro tiene claro que el público que compra de ellos es generalmente gente informada que navega por internet, por eso usan este medio para comercializar. Casi todas las empresas que se dedican a esto hacen deliverys y se valen de internet para colocar sus productos. Otra modalidad que se sumó desde hace un tiempo son las ferias cada vez más periódicas para ofrecer los productos en lugares públicos.

Comer bien es una cuestión de hábitos

Sandra arranca su jornada laboral a las ocho de la mañana. Antes de eso, junto con su marido dejan a sus dos hijos pequeños en la escuela. Ella trata de aprovechar todo lo que puede las cuatro horas que le quedan antes de recoger a los niños. La peor pesadilla es prever el almuerzo y la cena, dicen ambos. Su sistema no es perfecto, pero han logrado organizar más o menos bien el menú semanal. A veces adelantan algo la noche antes, otras veces viene una señora que ayuda con las tareas domésticas, y en ocasiones compran comida hecha.

En medio de todo ese ajetreo han incorporado a su rutina la compra semanal, vía internet, de los productos ofrecidos en las redes de distribución agro-ecológica que operan en Asunción y Gran Asunción. Ya no compran frutas ni verduras de los supermercados. No fue fácil, porque si bien es un poco más caro, esa no es la principal traba ya que se compensa suprimiendo otros gastos innecesarios, creen ellos. Lo más complicado fue instalar el hábito porque esto implica cambiar la lógica de compra y algo de disciplina.

Con respecto a esto, Pablo Angulo insiste en que falta instalar el hábito de consumir productos agroecológicos y dar mayor estímulo para la producción. Esto se evidencia, dice, al ver que los productores no logran colocar toda mercancía, sino que un 30 a 40% termina mezclada entre la producción convencional.

«A nosotros nos llegan más personas enfermas buscando productos sanos. Vienen por alguna consecuencia, por sugerencia de doctores. Generalmente gente con cáncer. A lo mejor [los productos orgánicos] te salen un 10% más caro, pero [a la larga] se evita una infinidad de males», resume Pablino.

La cuestión hoy es, como consumidores, seguir fortaleciendo la alianza con los productores rurales. No se habla de empezar con el 100% de nuestro consumo, pero sí de hacer progresiva nuestras compras de las ferias y de las redes agroecológicas existentes.

Sin embargo, Ignacio Fontclara se pregunta: ¿Por qué se pondría la gente a comer mejor si ni siquiera le dedica tiempo a eso? ¿Cuánta gente se detiene para sentarse a la mesa? «La mesa es un concepto en extinción, todo va de la mano de la falta de tiempo, lo cual es el principal negocio», dice preocupado.

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