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Urbanización en Chechenia: ¿Por qué la gente deja sus aldeas ancestrales?

Categorías: Rusia, Arte y cultura, Desarrollo, Guerra y conflicto, Juventud, Medios ciudadanos, Migración e inmigración, Trabajo

Foto de visitchechnya.ru y usada en el artículo original [1] en el sitio web del medio OC.

Este artículo es una versión de la publicación del sitio web asociado [1] escrito por OC Media [3]. [4]

Chechenia, como muchas otras repúblicas actuales de la Federación Rusa, ha pasado por desolación de aldeas de tierras altas y la salida de personas –en su mayoría jóvenes– hacia las ciudades en las llanuras. Las personas dicen comúnmente que dejan sus aldeas ancestrales en pos de una ‘vida mejor’. Sin embargo, la realidad a menudo no colma las expectativas de los migrantes, pues ni los brillantes rascacielos de Grozny, la mayor cuidad de la república, pueden brindarles lo que buscan.

Durante la fase activa de las guerras en Chechenia, prácticamente todas las aldeas chechenas estaban densamente pobladas. En un intento por salvar sus vidas, las personas huyeron de las hostilidades y de las fuerzas militares rusas, que disfrutaban de impunidad. Solamente los más obstinados, o quienes intentaban salvar sus casas de saqueos y pillaje, se quedaron en las ciudades.

Muchas de esas personas murieron o quedaron heridas como resultado de las bombas o asesinatos selectivos. Muchas familias perdieron a quienes proveían sustento de la noche a la mañana.

Las aldeas acogieron a todo aquel que huía de las guerras con el tradicional espíritu de la hospitalidad del Cáucaso. Las personas se alojaban en colegios, jardines de la infancia y construcciones privadas.

Las personas de otras ciudades se maravillaban por la generosidad y la abundancia de comida en la mesa. Toda la comida llegaba de granjas locales, incluida carne, que la gente de la montaña en la república con frecuencia come tres veces al día.

La situación está cambiando radicalmente

Cerca de 10 a 15 años atrás, la mayoría de chechenios no vivía en una aldea, pero el cambio hacia la vivienda urbana ha ocurrido rápidamente. Como regla, las aldeas tienen grandes terrenos, que a veces llegan a la media hectárea. Esta tierra cultivada era suficiente para alimentar a varias familias. Además, las personas criaban diversos animales: gallinas, gansos, patos, ovejas y vacas. Todo esto hacía que las familias chechenas fueran autosuficientes, o menos dependientes del estado.

La agricultura se ha preservado en las tierras altas, que están aisladas de las ciudades, pero en los asentamientos en un radio de 50 kilómetros de Grozny, muchos de los jardines están descuidados con mala hierba.

Algunas familias cultivan pequeños trozos de tierra de dos metros cuadrados, para plantar perejil, eneldo y cebollas verdes. La tierra restante se ha quedado improductiva y la cantidad de animales domésticos que tradicionalmente tienen las familias chechenas ha disminuido. Si antes cada familia chechena tenía al menos dos vacas que proporcionaban productos lácteos para todo el año, ahora pocos saben cómo ordeñar una vaca. El lado oscuro de la urbanización ha llegado a las aldeas chechenas también.

‘Una persona debe mantener sus raíces’

La mayoría de personas de la montaña vive ahora en las llanuras. Luego de adaptarse a la vida de la ciudad, ya no se pueden imaginar en un ambiente rural. La generación mayor no está contenta con esta situación. Los más viejos creen que el alma de la nación ha desaparecido. La risa de los niños se ha desvanecido de las aldeas.

«Sin gente, esto es solamente tierra, como en cualquier otro lugar. Son las personas las que llenan un territorio con significado y propósito. La tendencia actual es mala. La gente deja sus lugares de nacimiento», dijo Vakha Musayev, 70 años, que vive en un aldea en el distrito de Shatoy a OC Media.

Según Musayev, los jóvenes dejan sus aldeas con la esperanza de hacerse ricos y darles educación a sus hijos. No le gusta cómo están las cosas actualmente.

«Una persona debe mantener sus raíces. Sin eso, sus hijos se convertirán en personas sin clan ni tribu, si pierden contacto con el lugar donde nacieron», suspiró el hombre.

Movldi Aybuyev, 52 años, ha vivido la mayor parte de su vida en una aldea de Chechenia en el distrito Urus-Martan. Solamente asistió ocho años al colegio y ha trabajado con ganado desde su niñez. Sabe mucho sobre caballos y se enorgullece de sus habilidades ecuestres. En 2004, recibió 350,000 rublos ($6,150) como compensación por la destrucción de su casa durante la guerra. Compró un auto y alquiló un departamento en Grozny, que solamente había visitado dos veces en su vida.

Le gustó su nueva vida en la capital. Cuando se le acabó el dinero, empezó a trabajar como taxista, aunque su auto ya estaba viejo para entonces.

En la aldea donde vivía, tiene media hectárea de tierra fértil, toda descuidada con hierba mala. En tiempo mejores, cuando sus padres vivían, la tierra ofrecía grandes cultivos de papas y ajo. El dinero que ganaban vendiendo esos productos era suficiente.

Pero ahora, Aybuyev dice que la agricultura es un trabajo duro y que quiere tener algún placer en la vida. No le importa que deba pagar literalmente por todo en la ciudad. Así se las arregla, esperando que lo contraten bajo la mesa.

Parcialmente, es culpa de la corrupción sistemática que las personas eligen dejar las aldeas e ir a las ciudades.

En las ciudades, una persona se puede registrar como discapacitada por un año, y hasta de por vida. Un soborno de 15,000–₽20,000 rublos ($260–$350) es suficiente para garantizar una coindición que puede garantizar un ingreso estable. Si todos los miembros de una familia se inscriben como discapacitados, la cantidad es suficiente para nunca tener que volver a trabajar. Pero no hay programa estatal que sostenga a las regiones montañosas.

No todos quieren vivir en la ciudad

Al mismo tiempo, algunos conservan cariño a sus pastos rurales. Liza Asuyeva, médica y terapista, recuerda la época en que vivía con su mamá y su hermano en la aldea y la tierra de la que vivían podía alimentar a toda su familia.

«Un año, plantamos papas en nuestro pequeño terreno de unos 400 metros cuadrados. Logramos recoger 21 sacos de papas de gran calidad. También teníamos ajo, cebollas y frejoles. Teníamos pollos y patos. Vendíamos huevos a nuestros vecinos, que no tenían gallinas pero sí muchos hijos. Mi mamá también convirtió una habitación en guardería para los niños vecinos. Teníamos dinero y podíamos comprar un auto, podíamos comprar todo lo que queríamos. Por supuesto, el trabajo de la tierra era duro. Mi mamá se levantaba muy temprano para retirar larvas de escarabajo de los pétalos de las papas. Nunca usó pesticidas», Asuyeva dice de su feliz niñez.

A medida que aumenta el flujo de las aldeas a la ciudades, también hay una corriente en la dirección contraria. Prósperos empresarios y funcionarios del gobierno consideran prestigioso construir enormes palacios en su aldeas ancestrales, para visitar ocasionalmente y organizar parrilladas para numerosos invitados en un ambiente pintoresco. Miran por sus balcones la casas vacías y la tierra que alguna vez estuvo densamente poblada, ahora llena de hierba mala cuyos dueños se fueron para buscar una vida mejor.