Crónicas de la ciudadana preocupada: Un país lleno de cicatrices históricas

Para mi amigo y tantos como él, Venezuela no es otra cosa que un ejemplo fidedigno de la ruptura de lo esencial que define a un país, de esa convivencia entre la diferencia que puede sostener una sociedad y quizás, un planteamiento cultural. ¿Qué es Venezuela ahora mismo? ¿Quienes somos los venezolanos que sobrevivimos a esta derrota histórica?

Hace unos días, uno de mis amigo de toda la vida me dijo que luego de emigrar, descubrió que detestaba ser Venezolano. Fue la frase exacta que utilizó. Me quedé sin saber que decir, mirando su rostro en la pantallita del Skype con una vaga sensación de alarma y amargura.

—Eso es… un pensamiento durísimo.

—Es la verdad. Te basta salir del país para entender lo miserable que somos.

Parpadeé, con un nudo de miedo y furia en la garganta. Mi amigo pareció notar mi incomodidad y comenzó a sacudir la cabeza en un gesto comprensivo.

—Sé que no me entiendes.

—Lo que no entiendo, es esa noción sobre el país desastre y el país caos que implica el gentilicio, tu historia, lo que eres. No es que niegue lo que está pasando aquí, jamás lo hago. Pero lo que me dices es algo más.

—¿Eres más nacionalista de lo que creías?

La pregunta me enfurece y a la vez, me hace sentir desalentada. Una rara mezcla de sentimientos que tiene una directa relación con la manera como aún comprendo el país y sobre todo, la forma en que lo vivo y lo comprendo. Siento una diáfana sensación de angustia al pensar que Venezuela, el país donde nací y crecí, se haya convertido en una especie de símbolo del dolor, la frustración y decepción que la mayoría de los venezolanos padecemos. Como si el gentilicio —esa abstracción confusa y personal que nos define como parte de una idea más amplia del lugar que consideramos nuestro— también estuviera roto y perdido, como otras tanta cosas que podían definir nuestra identidad. Tal vez lo esté, pienso con nerviosismo. Quizás el ser venezolano dejó de ser una idea sobre quienes somos para convertirse en algo más parecido a un temor, al reflejo de todas las pequeñas desgracias que llevamos a cuestas.

—No se trata de nacionalismo alguno —le digo— sino del hecho que la mezcla entre la crisis que vivimos y la manera como nos percibimos me parece una mezcla injusta. Un extremo que nos hace desdeñar todo lo que Venezuela puede ser más allá de la crisis que padecemos. A eso me refiero.

—Somos esta crisis —me dice mi amigo casi con resignación—. ¿No lo ves? no sólo se trata de un sistema político que resultó ser una estafa histórica, sino que además, hay una resignación general, una aceptación de lo que ocurre que tiene una relación directa con lo que lo Venezuela es y se ha convertido durante los últimos años. No me digas ahora que el venezolano no tiene responsabilidad en esta crisis. Que no ha sido su desidia, irresponsabilidad, indiferencia lo que llevaron al país al abismo donde está. ¡No se puede ser tan inocente!

No lo soy. Pero las cosas se perciben desde un cariz distinto cuando la crisis forma parte de tu día a día. Ya sea por el miedo que llevas a todas partes, la insistente sensación de frustración e indefensión, no es fácil comprender los alcances de la situación general del país mientras debes lidiar con ella. No obstante, la idea de ser responsable de lo que vivimos por el mero de hecho de no saber cómo enfrentarla me parece escandalosa. Sí, asumo que quizás no tengo una visión concreta y muy elaborada del monstruo político y económico que enfrentamos. Asumo que hay una mirada en ocasiones escapista, incluso simple sobre la situación cada vez más compleja que enfrentamos. Pero hay una diferencia entre esa percepción de lo que vivimos —y como nos afecta— y el hecho que esa percepción sobre lo que sufrimos destroce todo lo demás. Nos arrebate incluso la memoria histórica.

—Venezuela era un caldo de cultivo ideal para que un tipo como Chávez hiciera justamente lo que hizo —insiste mi amigo—. ¿No lo ves? Chávez tomó el resentimiento social, la envidia y la desidia venezolana y la convirtió en arma política. Está bien odiar, está bien señalar y estigmatizar al otro. El chavismo tomó al odio y lo hizo redituable.

Mi amigo emigró del país hace diez años, huyendo de la mera posibilidad de lo que el chavismo podía hacer. Por entonces, el país aún mantenía una cierta normalidad, una engañosa apariencia de democracia perfectible. Pero ya era bastante claro que las decisiones de un líder carismático e irresponsable nos conducían a la crisis devastadora que diez años después, copa todos los espacios. Recuerdo la última conversación que tuvimos antes que abandonara el país, el miedo que tenía de la mera idea de lo que un sistema fallido basado en el control podía hacer. Y mucho más preocupante aún, lo que podía significar que buena parte de la población diera su voto sincero y sucesivo a una cúpula política obsesionada con construir un planteamiento político sobre las cenizas del país.

—El comunismo no perdona a nadie —me había dicho— y en Venezuela, mucho menos.  El venezolano está cavando su propia tumba, su propia interpretación del socialismo estatista. Y lo hace gracias a su manera de comprender el país como proyecto.

Tendría que transcurrir una década para que comprendiera esa frase. Para asumir sus alcances y padecer las consecuencias directas de un proyecto político cuyo principal objetivo es el control del Estado de cada parte de la vida ciudadana. Una autocracia basada en el odio, la exclusión y el castigo de la diferencia. Aún así, no puedo admitir que sea el país —como entidad y visión de futuro— sea el «culpable» de una situación insostenible. Que la decepción histórica del chavismo se traduzca en un ataque hacia lo que Venezuela fue y es y sobre todo, lo que puede ser.

—No lo crees porque para ti es normal es la viveza tropical del venezolano, la dependencia del estado, la vulgaridad y la chabacanería. Asumes que es inevitable que el país sea parte de esa vieja tradición asumir el poder como servilismo. Alma de esclavo, le llaman algunos analistas. Y terminé creyendo que es cierto. Hay una interpretación del país que se basa en la trampa, en el enfrentamiento y en el odio . Es inevitable y se hace cada vez peor y más preocupante. ¿Qué crees que es el chavismo sino un reflejo de lo peor de lo que somos?

Todo el razonamiento de mi amigo podría resultar insultante y prepotente a no ser por la sincera preocupación en su tono. Y es que quizás, el dilema no se base únicamente en la idea del país como un proyecto a cuatro manos, sino de ese intento fallido de asumir lo que Venezuela puede ser a través de lo que somos. Para mi amigo y tantos como él, Venezuela no es otra cosa que un ejemplo fidedigno de la ruptura de lo esencial que define a un país, de esa convivencia entre la diferencia que puede sostener una sociedad y quizás, un planteamiento cultural. ¿Qué es Venezuela ahora mismo? ¿Quienes somos los venezolanos que sobrevivimos a esta derrota histórica? No lo sé, me digo intentando contener las lágrimas y quizás esa incertidumbre sea lo más doloroso de una situación que empeora a diario, que se hace insostenible a un nivel más radical.

—El venezolano creó al chavismo a su imagen y semejanza, no al revés como suele creerse —concluye a mi amigo y lo hace en voz baja y pesarosa—. ¿Qué es el chavismo en realidad? Es cada uno de los defectos y dolores del gentilicio traducido como política. Es el rentismo llevado a una nueva dimensión de cuota política peligrosa. Es ese clima de odio latente que el venezolano siempre llevó como un estigma. Si el chavismo continúa donde está es porque buena parte de los venezolanos son incapaces de luchar contra sus propias miserias. Porque el chavismo encarna al monstruo dentro del monstruo. A una idea muy compleja sobre cómo nos comprendemos y como asumimos el país. Venezuela era un país chavista incluso antes que Chávez existiera.
Sigo pensando en sus palabras por horas, seguramente lo haré durante semanas. Con una sensación mezcla de dolor y de miedo difícil de explicar. ¿Cómo miras e interpretas tu responsabilidad histórica cuando lo peor del país donde naciste es parte de la percepción del poder?

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