Esta historia de Reynaldo Leanos Jr. apareció originalmente en PRI.org el 17 de mayo de 2017. Se reproduce aquí como parte de una asociación entre PRI y Global Voices.
Cerca de 11,300 personas postularon a la Escuela de Medicina Stritch de Loyola en Chicago este año. Entrevistaron a unas 600 postulantes. Aceptaron a aproximadamente —las posibilidades entrar eran de menos del 2 por ciento.
Y diez de los estudiantes que aceptaron eran indocumentados, que llegaron a Estados Unidos de niños. Tienen condición de DACA, Consideración de Acción Diferida para Llegados en la Infancia, lo que les concede permiso temporal de trabajo y una oportunidad de convertirse en médicos.
Uno de ellos es Julio Ramos.
Ramos, de 24 años, es profesor de biología de secundaria en Brownsville, Texas, en el valle del Río Grande. Postuló a escuelas de medicina el año pasado —ser doctor es el sueño de su vida— y fue aceptado en dos instituciones. La Escuela de Medicina Stritch de Loyola en Chicago era su primera opción, pero cuando llamaron en febrero, la noticia fue agridulce.
“Recibí una llamada de la doctora Nakae, a quien adoro. Es defensora de justicia social y de estudiantes indocumentados”, dice Ramos. Había ingresado.
Pero la doctora Sunny Nakae, decana asistante de admisiones y reclutamiento en la escuela de medicina de Loyola, le dio un consejo inesperado: le sugirió que asistiera a Mount Sinai en la ciudad de Nueva York. Le podían ayudar más a pagar sus cuotas.
La mayoría de estudiantes de Medicina pagan sus estudios con préstamos estudiantiles, a los que deben postular, pero los beneficiarios de DACA no cumplen con los requisitos para postular. El costo de la colegiatura en Loyola es cerca de $30,000 por semestre, y no incluye los gastos para vivir.
Antes, Loyola colaboraba con entidades de préstamos privadas y fundaciones para ayudar a financiar la educación de los estudiantes de DACA con préstamos. Como las políticas de inmigración cambian, las entidades de préstamos han dicho a las escuelas que no tienen la certeza de que sus inversiones vayan a saldarse. Si el gobierno de Trump le pone fin al programa DACA, estudiantes como Ramos ya no tendrán autorización para trabajar, lo que significa que no podrían ejercer la medicina. Para las entidades de préstamos, significa que no podrían pagar sus préstamos.
“Vieron a estos estudiantes como inversiones en comunidades menos favorecidas”, dice Mark Kuczewski, presidente del departamento de educación médica en Loyola. “A menos que puedan estar relativamente seguros de que el estudiante podrá llegar a practicar y titularse, para lo que necesita el permiso de trabajo que viene con DACA, es difícil que estas entidades sin fines de lucro usen sus fondos de inversión comunitaria de esta manera”.
Varias semanas después de su primera llamada, Ramos recibió un correo electrónico de Loyola que le reiteraba lo dicho por Nakae.
“Tuve que enviar un mensaje personal a cada beneficiario de DACA admitido en este ciclo, para decirle que no tenemos vigentes opciones de financiamiento y que debían buscar préstamos privados y trabajar para armar sus propios nuevos paquetes para este año”, dice Nakae. “Les podíamos dejar postergar si no podían reunir el financiamiento”.
Los últimos tres años, la facultad y sus socios han brindado una combinación de préstamos y becas a entre siete y 14 estudiantes indocumentados en cada clase.
Kuczewski dice que otras facultades de medicina solamente aceptan a uno o dos estudiantes de DACA a través de programas de becas. Loyola ha podido traer a más estudiantes DACA agregando prestamistas privados a la mezcla.
Nakae dice que hasta las facultades de medicina que pueden financiar a sus estudiantes DACA con préstamos institucionales, subvenciones o becas están preocupadas por lo que hará el gobierno de Trump. Los estudiantes también necesitan completar una residencia —donde un hospital les da trabajo— para ser médicos titulados. Y no hay garantía de que los hospitales tengan voluntad de hacerlo.
Kuczewski y Nakae también están pensando en un plan de respaldo para financiar a sus actuales estudiantes DACA, cuyos préstamos podrían estar en riesgo si el gobierno de Trump da por terminado el programa. También están buscando apoyo para becas que ayuden a financiar becas para estudiantes DACA recién admitidos.
“Estamos trabajando para explorar otras opciones con otras fundaciones y avanzando en algo filantrópico en vez de un programa basado en préstamos”, dice Nakae.
Cinco de los diez estudiantes indocumentados aceptados en Loyola este año decidieron ir a otra institución. Un socio puede ayudar con el pago de dos estudiantes, dice Kuczewski, pero la facultad ya no puede ayudar a los demás. No quiere que la incertidumbre rija el futuro de los estudiantes.
“Sería terrible si dentro de diez años miráramos al pasado y el gobierno nunca hizo nada a los estudiantes [que son] beneficiarios de DACA, pero todos dejamos de crear oportunidades”, expresa Kuczewski.
Mientras tanto, Ramos decidió asistir a la Escuela de Medicina de Icahn en Mount Sinai en la ciudad de Nueva York este año. La facultad le concedió una combinación de préstamos y becas para pagar su educación. Terminará su año como maestro y luego volverá a ser estudiante.
Y está tratando de averiguar cómo sus padres indocumentados pueden verlo en la ceremonia de batas blancas de este septiembre en Nueva York. Es una ceremonia de bienvenida para estudiantes de primer año que se comprometen a cuidar pacientes. A los padres de Ramos les preocupa que si viajan más allá de puntos de control de la patrulla fronteriza en Texas, puede ser detenidos y deportados.